Martin Winckler es el pseudónimo como novelista y ensayista del doctor argelino Marc Zaffran. Su obra más famosa, “La maladie de Sachs” ha sido llevada a la pantalla en el año 1999 por Michel Deville con el título en nuestro país de Las confesiones del doctor Sachs.
La película presenta una serie ágil de viñetas sobre la actividad y vivencias de un joven médico en un pueblo de Francia, un médico general en toda regla, de los que practican también la cirugía, la ginecología y la pediatría. En una estructura episódica y de índole descriptiva, asistimos a la presentación de los habitantes del pueblo y de la actividad del médico en el consultorio, mientras se va construyendo la imagen que de él tienen sus pacientes y vecinos, a través de sus propios registros. Un guión original, que recibió el reconocido premio como tal en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián en 1999. El personaje del doctor Sachs es un solitario heredero de Hipócrates, por lo que podría decirse que es éste un film sobre la ética y sobre la función social, casi religiosa, que cumple Sachs como arquetipo.
La película tiene momentos excelentes, de profunda humanidad, testimonios de la empatía entre médico y pacientes. Algunos momentos tienen connotaciones pediátricas: la visita a domicilio de un niño con faringoamigdalitis aguda, que, sin embargo, lo encuentra comiéndose un helado; el sabio tratamiento que practica a madre e hija adolescente, enfrentadas por insalvables diferencias generacionales y con la anorexia como problema de fondo; el cuidado que brinda a la anciana preocupada por la suerte de su hijo, enfermo mental; el recuerdo de sus vivencias como médico interno en Pediatría, como los sentimientos ante un recién nacido prematuro o el caso de un niño con encopresis y una madre dominadora.
La estructura es cíclica, forzosamente fragmentaria; cada momento tiene su propia tensión, y su propio narrador: a veces es el soliloquio de un paciente, otras un diálogo con el médico, otras las observaciones de Sachs, interpretado por el excelente Albert Dupontel. Concebida como una unidad, cada secuencia está en ocasiones plasmada en un solo plano, que lleva de manera fluida a la escena siguiente, con la extraordinaria música de Jean-Fery Rebel como su mejor expresión sonora. Las confesiones del doctor Sachs es un hermosa película coral de unos 40 personajes, pero fluida, y de aconsejable revisión. En el mismo año el cine francés también lanza una película documental, Hoy empieza todo (Bertrand Tavernier, 1999), cine social con cierta similitud a la anterior, pero fundamentada en el mundo de la educación infantil.
En Las confesiones del doctor Sachs está presente la referencia comunicacional del médico, escucha comprensiva, paño de lágrimas, enunciador del límite. Se vislumbra en muchos casos el concepto de las “consultas sagradas”, que como comenta Juan Gervás, mi admirado y buen amigo, coordinador del equipo CESCA, “…son situaciones, son pacientes, son problemas que exigen un respeto exquisito, el máximo. Durante estas consultas el tiempo debería parecer detenido para crear una atmósfera de serenidad espiritual y científica”. Porque “toda consulta tiene algo de sagrado, de cruce de límites de piel y espíritu, al que se puede aportar dignidad”, y aunque “hay consultas más sagradas que otras, hay encuentros dignos del máximo respeto, las consultas sagradas”. Según Gervás, “la identificación y la resolución adecuada de las consultas sagradas no sólo mejoran para siempre la relación médico-paciente y obtienen un impacto en salud proporcional, sino que compensan al médico del diario apresuramiento tormentoso”.
El doctor Sachs es uno de estos extraordinarios médicos generales que aún reconocemos entre compañeros de nuestro entorno, de los que, al menos a mí, me siguen admirando por su capacidad de abordar la medicina de una forma “global”, tan distintas a la “especializada”. Porque, aunque son visiones complementarias de la sanidad (médico generalista y médico especialista), en ocasiones siento una cierta desazón de saber tanto de tan poco. Y reconozco que, a veces, las prisas o la comodidad me impiden reconocer con claridad algunas “consultas sagradas” en mi práctica pediátrica diaria. Y siento que es una oportunidad perdida en mi bella profesión.
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