La semana pasada casi fue monográfica en este blog. Todas las entradas trataron sobre diversos aspectos de las vacunas y de las enfermedades que previenen.
El tema es importante. Los CDC de Atlanta elaboraron un documento sobre ideas falsas o creencias erróneas y muy extendidas sobre las vacunas y su seguridad. Dicho documento, traducido al español, puede consultarse en la web de la OMS. Es extenso y, como recoge seis ideas falsas, dedicaremos a cada una entrada.
La primera idea falsa es la siguiente: "Las enfermedades ya habían comenzado a desaparecer antes de la introducción de las vacunas debido a la mejora de las condiciones higiénico-sanitarias". A continuación copio y pego la respuesta que ofrecen los CDC, respuesta que puede consultarse en la web de la OMS. Los subrayados en negrita son míos:
"En las publicaciones contrarias a la vacunación son muy frecuentes afirmaciones como esta que, al parecer, pretenden insinuar que las vacunas no son necesarias. La mejora de las condiciones socioeconómicas ha influido, sin duda, de forma indirecta, en la incidencia de las enfermedades. Una mejor alimentación y, desde luego, el desarrollo de los antibióticos y de otros tratamientos han incrementado las tasas de supervivencia de los enfermos; las condiciones de vida con menor grado de hacinamiento han reducido la transmisión de las enfermedades, y la disminución de las tasas de natalidad ha hecho descender el número de contactos de riesgo en el hogar. Pero un análisis de los datos reales de evolución histórica de la incidencia de enfermedades prácticamente no deja dudas acerca del significativo efecto directo de las vacunas, incluso en los tiempos modernos.
Por ejemplo, la incidencia de sarampión ha presentado máximos y mínimos periódicos a lo largo de los años, pero la reducción efectiva y permanente coincide con la homologación y uso generalizado de la vacuna contra el sarampión a partir de 1963. La incidencia de otras enfermedades evitables por vacunación muestra una evolución similar en términos generales y en todos los casos, excepto en el de la hepatitis B, se produce una disminución significativa del número de casos coincidiendo con el comienzo de la utilización de la vacuna correspondiente. (La incidencia de la hepatitis B no ha disminuido tanto, porque los lactantes vacunados en los programas sistemáticos no están expuestos a un riesgo alto de enfermar hasta que alcanzan al menos la adolescencia. En consecuencia, cabe esperar un retraso de 15 años desde el comienzo de la vacunación sistemática de los lactantes y la disminución significativa de la incidencia de la enfermedad.) La vacuna contra la Haemophilus influenzae tipo b (Hib) constituye otro buen ejemplo, dado que esta enfermedad estaba muy extendida de principios a mediados de la década de 1990, fecha en que se desarrollaron por fin vacunas conjugadas que pueden administrarse a lactantes. (La vacuna de polisacáridos disponible anteriormente no podía administrarse a los lactantes, el grupo en el que se producían la mayoría de los casos de la enfermedad.)
¿Acaso debemos creer que la mejora de las condiciones de salubridad ocasionó la reducción de la incidencia de cada una de las enfermedades justo cuando se introdujeron las correspondientes vacunas? Dado que las condiciones de salubridad no son mejores ahora que en 1990, resulta difícil atribuir a ningún factor diferente de la vacuna la virtual desaparición de la Hib en la población infantil en los últimos años en los países que cuentan con programas de vacunación sistemática contra esta enfermedad (en los Estados Unidos de América, se pasó de un número aproximado de 20.000 casos al año en años anteriores a 1.419 casos en 1993 y una tendencia decreciente).
Por último, podemos analizar las experiencias de varios países desarrollados tras dejar que disminuyeran las tasas de vacunación. Tres países —Gran Bretaña, Suecia y el Japón— dejaron de utilizar la vacuna contra la tos ferina por miedo a la vacuna. Las consecuencias fueron drásticas e inmediatas. En Gran Bretaña, tras la disminución de la tasa de vacunación contra la tos ferina en 1974 se produjo una epidemia que para el año 1978 había ocasionado más de 100.000 casos de tos ferina y 36 defunciones. En el Japón, por las mismas fechas, una disminución de las tasas de vacunación (del 70% a entre el 20% y el 40%) ocasionó un incremento brusco del número de casos de tos ferina: de 393 casos y ninguna defunción en 1974 a 13.000 casos y 41 defunciones en 1979. En Suecia, la tasa de incidencia anual de tos ferina por 100.000 niños de 0 a 6 años aumentó de 700 casos en 1981 a 3.200 en 1985.
Parece evidente, a tenor de estas experiencias, no sólo que si no fuera por las vacunas las enfermedades no desaparecerían, sino que si se interrumpiera la vacunación reaparecerían. Un caso más reciente es el de las grandes epidemias de difteria que se produjeron en la ex Unión Soviética en la década de 1990; las bajas tasas de vacunación primaria en niños y la falta de vacunas de refuerzo para adultos dieron lugar a un aumento del número de casos, de 839 casos en 1989 a casi 50.000 casos y 1.700 defunciones en 1994. Se produjeron al menos 20 casos importados en Europa y dos casos en ciudadanos de los EE.UU. que habían trabajado en la ex Unión Soviética.
La OMS agradece el permiso concedido por los CDC de Atlanta para presentar una versión revisada del documento Six common misconceptions about immunization (seis ideas falsas extendidas acerca de la inmunización)".
Blog personal, no ligado a ninguna Sociedad científica profesional. Los contenidos de este blog están especialmente destinados a profesionales sanitarios interesados en la salud infantojuvenil
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