No es el cine griego precisamente muy pródigo en títulos que traspasen fronteras. Sus dos figuras más internacionales son Costa-Gravas (Z, 1969; Desaparecido, 1982; La Caja de música, 1989; Amén, 2002) y Theo Angelopoulos (La mirada de Ulises, 1995; La eternidad y un día, 1998; Eleni, 2004). Recordamos también algunas películas griegas recientes con paso esporádico por nuestras carteleras: Un toque de canela (Tassos Boultemis, 2003), Uranya (Costas Kapakas, 2006) o El Greco (Yannis Smaragdis, 2007).
Pero este año una película griega ha constituido una sorpresa: Canino, tercera película de un poco conocido Yorgos Lanthimos, y que ha recibido una acogida general entusiasta, con distintos premios en su haber (entre ellos Un Certain Regard en Cannes o el Premio del Jurado joven en Sitges). Canino es una alegoría sobre una familia, pero funciona como una metáfora hacia los totalitarismos. Unos padres de mediana edad viven en un chalet a las afueras de la ciudad y mantienen encerrados a sus tres hijos adolescentes (dos chicas y un chico) entre los muros de ese chalet con amplio jardín. Ninguno de los tres jóvenes ha salido jamás de la casa, por lo que viven ajustándose al mundo que han creado para ellos, incluido un neolenguaje. Un lenguaje nuevo en donde "teléfono" significa salero, "zombi" es una flor pequeña y amarilla, "vagina" significa lámpara grande y "autopista" es un viento muy fuerte... La única persona con permiso para entrar en la casa es una joven guardia de seguridad de la empresa del padre que es utilizada por éste para apaciguar los deseos sexuales del hijo varón. Pero ella se convierte en la vía de entrada de un virus que infecta sus moldeadas mentes en forma de película de vídeo (‘Rocky’ para más señas, en un guiño antihollywoodiense). “Ojalá que tus hijos reciban los peores estímulos y se vuelvan malos. Lo deseo con todo mi corazón. Que sirva de castigo por las maldades que le hiciste a mi familia”, le dice el padre a esta chica tras golpearla por atreverse a "intoxicar" la mente de sus hijos.
Canino nos presenta a unos padres que piensan que la familia está en peligro de extinción y deciden crear un mundo aislado dentro de su propia casa. Un mundo con reglas y lenguaje diferente. Un símil de carácter sociopolítico donde el padre ejerce de tirano opresor y el resto de su familia de victimas inconscientes. La familia protagonista de la película funciona como un modelo disfuncional ajeno a todo y a todos, viviendo en una eterna infancia, cuyas reglas están marcadas por una amalgama de obscenidades (psicóticas, sexuales, violencia física). Y para ello, Lanthimos juega con la diferencia entre forma y fondo, pues estéticamente la película es luminosa, abierta, con atractivos intérpretes y cierto sentido del humor, pero el fondo es oscuro, visualmente impactante. Película dura, pero estimulante; no se trata de una película fácil de ver: algunas escenas pervivirán en nuestra retina y en nuestra mente, repleta de interrogantes que nos acompañarán tras la proyección. Altamente recomendable sólo para espectadores que gusten de lo poco convencional (oseasé, frikies del arte y ensayo :-).
Pero la historia de Canino emana de una historia real: en 1959 se descubrió en México que un vendedor de insecticidas había mantenido encerrados en su casa, a lo largo de 15 años, a sus cinco hijos. Su intención era mantenerles aislados de las malas influencias del mundo exterior. Esta historia inspiró al novelista Luis Spota a escribir “La carcajada del gato” y al dramaturgo Sergio Magaña a poner en escena “Los motivos del lobo”, así como a Arturo Ripstein a filmar El castillo de la pureza (1972).
Yorgos Lanthimos dirige con tino, ingenio y desparpajo esta cinta que uno rememora con ecos de Luis Buñuel, David Lynch, Stanley Kubrick y, sobre todo (y pese a que no le guste que se lo recuerden al autor) de Michael Haneke. La comparación con el director austríaco de La cinta blanca (2009) es indevitable, tal como profundizamos en una entrada que dedicamos al valor de la educación en la infancia. Pero a diferencia del tono aleccionador y un tanto soberbio de Haneke, Lanthimos utiliza el humor, repleto de cinismo e ironía. En ambos casos, sobrevolando a la historia particular (sobre un pueblo en La cinta blanca o sobre una familia en Canino), se percibe el mensaje universal de que siempre es un error, tarde o temprano, educar en totalitarismos. Un error cuando la educación totalitaria se aplica a una familia o cuando ésta se inculca a un pueblo. En palabra del propio director, Canino “habla de la gran influencia que tiene la educación, así como en general los líderes de los grupos sociales, ya sean familias o países”. Ojo al significado alegórico de esta película…, un mensaje para todos, padres y políticos de pro. Educar en libertad, con pluralidad y amor son valores demostrados de inteligencia y una apuesta en firme, en positivo y con valor añadido por el futuro de nuestros hijos y de nuestra sociedad.
Y sólo un matiz final: no pierda la oportunidad de ver la película en versión original. Toda película debería ser vista en versión original (sin duda), pero aquí el griego da mayor fuerza a las dentelladas que nos deja el mensaje de Canino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario