Delincuente juvenil, involuntario huésped de instituciones correccionales, desertor del ejército francés, lector precoz, ávido cinéfilo, crítico cinematográfico, actor y director de cine. Estos son algunos calificativos que se puede leer en la biografía de François Truffaut, un personaje imprescindible en el cine francés y mundial. Truffaut recibió, en el seno de la familia de André Bazin, el afecto y cariño que le había faltado en su familia, así como protección ante el sistema legal que lo perseguía. No es de extrañar que, con esta biografía a cuestas, su vida esté presente en filmografía, desde su ópera prima (Los cuatrocientos golpes, 1959) a su última película (Vivamente el domingo, 1983).
Se entregó por entero al mundo del cine, no sólo como director, sino también ocasionalmente como protagonista de películas. Esto último ocurrió con El pequeño salvaje (1969), su particular homenaje a Rousseau, película con la que finalizamos la trilogía de películas paradigmáticas de este autor con la infancia como tema estelar.
Esta película-documental se inspira en la historia real de Víctor de Aveyron, niño de unos 12 años que, en 1790, fue encontrado en los bosques de Francia, donde aparentemente había pasado toda su niñez viviendo en soledad y entre animales. Los relatos del Dr. Jean Itard sirven de base para esta película que trata la importancia que tiene el proceso de socialización en el ser humano y que muestra el contraste entre la libertad y felicidad del ser humano en estado natural y la hipocresía y corrupción de la civilización (al mejor estilo roussoniano).
El médico-pedagogo Jean Itard luchó para insertar a Víctor de Aveyron en la sociedad francesa de comienzos del siglo XIX, consiguió ser su mentor y defender que el “salvaje” Víctor podría llegar a ser civilizado e independiente como el resto de los “civilizados”, abriendo la caja de pandora sobre cómo educarlo. Los escritos de Itard sobre el caso fueron utilizados por Truffaut para hacer la película, de forma que el director se reservó el papel protagonista encarnando al propio Itard, en un tour de forcé interpretativo con el niño salvaje (magnífica interpretación de Jean-Pierre Cargol). Dolor, poesía, tristeza, nostalgia y belleza en un pedazo de cine inmortal que se grabará a fuego en nuestra memoria, contando con la magnífica fotografía en blanco y negro de nuestro Néstor Almendros (nominado en 4 ocasiones al Oscar a Mejor fotografía – ganador por Días de cielo, de Terrence Malik, 1978; y finalista por Kramer contra Kramer, de Robert Benton, 1979; El lago azul, de Randal Kleiser, 1980; y La decisión de Sophie, de Alan J. Pakula, 1982) y la música de Vivaldi.
Pese al hermetismo de este film, consigue acabar conmoviendo al espectador de una manera mucho más eficaz que el barroquismo ornamental y sentimental de La habitación verde (1978), película del propio Truffaut con influencia de esta obra, pues nos cuenta la relación entre su protagonista con un niño con una discapacidad en el habla: en El pequeño salvaje el muchacho es enviado a una escuela para niños sordomudos en París. En contra de todos, Itard creyó que el niño, a quien llamó Víctor, podría aprender, pues su retraso se había limitado por el aislamiento y tan sólo necesitaba que se le enseñaran las destrezas que los niños normalmente adquirían a través de la vida diaria. Itard llevó a Víctor a su casa y durante los siguientes cinco años, gradualmente lo «domesticó»: se dice que los métodos que Itard utilizó (fundamentado en los principios de imitación, condicionamiento y modificación del comportamiento) le posicionaron a la vanguardia de su época y lo llevaron a inventar muchos mecanismos de enseñanza que aún se utilizan. De hecho, Itard depuró las técnicas que había usado con Víctor, convirtiéndose en un pionero de la educación especial, con especial énfasis en el problema pedagógico que plantea la educación y la enseñanza de sordomudos y ciegos.
Sin embargo, Victor nunca aprendió a hablar, aparte de algunos sonidos vocálicos y consonánticos. En una escena final, y contando con la numerosa voz en off de la película, podemos oír la siguiente reflexión del Dr. Itard: “Cuanto me hubiese gustado que me entendiera. Poder expresarle hasta qué punto el dolor del mordisco me llenaba de satisfacción. ¿Podía alegrarme? Tenía la prueba de que el sentimiento de lo justo y de lo injusto ya no era extraño al corazón de Víctor. Al darle, o más bien al provocarle, ese sentimiento acababa de elevar al hombre salvaje a la altura del hombre moral por su mejor característica y más noble atributo”.
A partir de esta seleccionada trilogía de Truffaut en nuestra sección de Cine y Pediatría (Los cuatrocientos golpes, La piel dura y El pequeño salvaje), vemos como el director se sirve del cine como medio para adentrarnos en la problemática educativa en la infancia, especialmente de los menores abandonados de una u otra forma. Educación en situaciones diferentes, pero con tres protagonistas similares: la sociedad, los educadores… y los niños. Niños de Truffaut para el recuerdo.
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