El cine de Bélgica apenas frecuenta nuestro país. En nuestra serie Cine y Pediatría hemos podido comentar dos películas belgas: Le Huitième Jour (Jacon Van Dormael, 1996) en relación con el síndrome de Down y Ben X (Nic Balthazar, 2007) en relación con el tema del acoso escolar. Pero nombres de directores como Chantal Akerman, André Delvaux, Jacques Feyder, Benoît Lamy o Agnès Varda son grandes desconocidos en nuestro entorno. Una excepción a esta regla pueden ser Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne, dos hermanos belgas que escriben, dirigen y producen juntos sus películas y que se han denominado a sí mismo como “una persona con cuatro ojos”.
Los hermanos Dardenne comenzaron su carrera realizando documentales a finales de los años 70. Y tras veinte años de práctica militante en el documental de temática social se lanzan al largometraje. Su reconocimiento internacional comienza en 1996, con su tercer largometraje (La promesa), por el que consigue la Espiga de oro de la Seminci, reconocimiento que se consolidó en 1999 con su siguiente película (Rosetta), avalada con la Palma de Oro de Cannes y el premio como mejor actriz a su joven y debutante protagonista (Émile Dequenne). Desde entonces la filmografía de estos hermanos belgas va de la mano del Festival de Cannes, pues en todas sus películas ha conseguido sendos premios: en 2002 con El hijo obtuvo el premio como mejor actor (Olivier Gourmet); en 2005 con El niño obtuvo por segunda vez la Palma de Oro (algo que sólo ha sido conseguido por el sueco Alf Sjöberg, el estadounidense Francis Ford Coppola, el japonés Shohei Imamura, el yugoslavo Emir Kusturica y el danés Bille August); en 2008 con El silencio de Lorna el premio al mejor guión; y en 2011 con El niño de la bicicleta el gran premio del jurado de Cannes. Niños mimados de la crítica, se les aclama como entre los cineastas con más talento del mundo.
Un plano filmado por los hermanos Dardenne se reconoce enseguida por su intensidad y su dinámica, en donde la puesta en escena reposa en una estética despojada, en la ausencia de música y en una cámara tan próxima a los protagonistas que por momento parece perseguirlos. Los cineastas belgas adscritos al realismo social fabrican dramas humanos simples (que no simplistas) en los que exploran los dilemas éticos y morales de personajes de la clase obrera que a duras penas consiguen llevar una existencia precaria en la región belga de Seraing, una zona ligada históricamente a las industrias minera y siderúrgica en donde los directores pasaron su infancia. Una película típica de los Dardenne suele transmitir la sensación de ser trivial y deprimente, y de sentirnos atrapado en un presente intenso; pero son películas con un hondo contenido humanista que no pretenden ser didácticas. En cada una de sus películas construyen una moral del relato que se apoya precisamente en la inmoralidad de los comportamientos representados.
Cuatro películas de Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne, tienen un lugar de encuentro en Cine y Pediatría. Hoy hablaremos de Rosetta y El hijo. La próxima semana indagaremos en El niño y El niños de la bicicleta.
Rosetta (1999), narra la historia de esta joven adolescente (la debutante Émile Dequenne, un verdadero animal cinematográfico que, sin embargo, ha tenido una carrera posterior algo errática) que lucha por conseguir (y mantener) un trabajo en una sociedad que no le pone las cosas nada fáciles. Ella sólo aspira a llevar una vida normal en esta sociedad, lo que no le resulta nada fácil. Retrato implacable de una sociedad que, aún hablando de Bélgica, bien podría tratarse de cualquier país europeo (véase nuestra España actual).
Desde las primeras escenas, Rosetta recurre a la violencia para preservar una situación laboral que le permite amortiguar las secuelas del alcoholismo de su madre o la precariedad de la caravana en que viven. Su desesperación llega hasta el límite de denunciar al único amigo que tiene y llega a pensar en el suicidio. No hay compasión sobre el personaje, un personaje interpretado por una debutante, pues los directores buscaban una persona, no un personaje. Rosetta construye una ficción social como si fuera una película de guerra, donde la heroína es filmada como un pequeño soldado resistiendo al enemigo.
La cámara juega siempre en las distancias cortas con Rosetta y el resultado de ese lenguaje que la ficción toma prestado del documental (ese documental en que se forjaron los hermanos Dardenne) es doblemente asfixiante y, por tanto, la estética aquí adquiere connotaciones éticas (lo que es una constante en estos directores).
El hijo (2002) emplea el mismo estilo realista para describir la historia de Olivier, un carpintero belga (Oliver Gourmet, premiado como actor en Cannes por su interpretación) dedicado a enseñar su oficio a adolescentes conflictivos. Un buen día aparece en su clase Francis (Morgan Marinne, otro debutante para interpretar una persona, no un personaje), un chico recién salido del reformatorio donde ha cumplido cinco años de condena por homicidio. Olivier da trabajo a este aprendiz a sabiendas de que el joven es el asesino de su hijo: entre los dos surgirá una relación marcada por el respeto, la distancia y, sobre todo, por ese terrible secreto que comparten sin saberlo. Y el personaje de Olivier se transforma en uno de esos raros ejemplos cuya dignidad está a prueba de bombas. Lo último que los Dardenne buscan es el castigo: al filmar los acontecimientos sobre el hombre del personaje de Olivier, la técnica permite al público experimentar el mundo desde los ojos del carpintero y ser partícipes de su imposible dilema.
Dos películas, Rosetta y El hijo, con similitudes y con diferencias. Ambas se sitúan en el mismo entorno industrial en decadencia y formalmente siguen una línea estética y ética parecida. Pero cuando en Rosetta hay un silencio, es un silencio agresivo, tenso; en El hijo es silencio paciente, de espera. Y la esencia de ambas es radicalmente distinta, pues Rosetta es una película sobre la rabia y El hijo es una película sobre la serenidad. Y entre ambas constatamos dos temas centrales en el cine de los Dardenne: los adolescentes problemáticos y las relaciones paterno-filiales.
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