Sobre “niños salvajes” ya hemos hablado en Cine y Pediatría-82 y 83, y en ellas analizamos películas con la óptica de distintos países: una película francesa (El pequeño salvaje de François Truffaut, 1969), una alemana (El enigma de Gaspar Hauser de Werner Herzog, 1974), una estadounidense (Nell de Michel Apted, 1994) o una española (Entre lobos de Gerardo Olivares, 2010).
Pero los “niños salvajes” de nuestra película de hoy no versan sobre niños criados en medio de la naturaleza y aislados de la sociedad. No, Los niños salvajes (Patricia Ferreira, 2011) nos habla de tres adolescentes de clase media-alta que viven en una gran ciudad y en unas familias aparentemente normales, que no viven aislados de la sociedad, pero que si son tres grandes desconocidos para sus padres, sus profesores y para ellos mismos. Tres adolescentes cuyo aislamiento emocional tendrá unas consecuencias inesperadas y trágicas.
Los niños salvajes acaba de ganar, con todo merecimiento, la Biznaga de Oro a la mejor película en el pasado Festival de Málaga, además de los premios al mejor guión (para Patricia Ferreira y Virginia Yagüe), a la mejor actriz de reparto (para Aina Clotet) y al mejor actor de reparto (para Álex Monner). Estos premios se fundamentan en un sólido guión, una sobria dirección y una buena dirección de jóvenes actores. Gracias a la batuta de Patricia Ferreira, una directora de cine consolidada, cuyo debut en el año 2000 con Sé quién eres ya le valió una nominación en los Goya como mejor director novel (que aquel año fue para Achero Mañas por El bola), quien nos sorprendió con El alquimista impaciente (2002) y de quien ya hemos hablado en esta sección, pues en 2004 realizó el cortometraje El secreto mejor guardado (sobre el sida en el Tercer Mundo) y que formó parte de la película En el mundo a cada rato).
Patricia Ferreira compone una magnífica crónica de la adolescencia, de la angustia existencial que sienten en este momento crucial ante el paso definitivo a la pubertad, de los sueños incumplidos, de los fracasos y de las pequeñas proezas enfocadas en sus tres jóvenes protagonistas, interpretados de forma creíble: Álex (Álex Moner, visto en Héroes de Pau Freixas, 2010), Laura (Marina Comas, quien ya ganara el Goya a mejor actriz revelación por Pa Negre de Agustí Villaronga, 2010) y Gabi (Albert Baró, visto en la serie El cor de la ciutat). Los niños salvajes es una película que nos sumerge en la realidad cotidiana de tres chavales corrientes, su vida en el instituto, los estudios, sus relaciones familiares y de amistad, sus aficiones y sueños. Y, todo ello, sin perder en ningún momento un ápice de autenticidad y frescura.
Tres primeros planos sostenidos de Alex, Gabi y Laura (Oki en su apodo grafitero) nos adentran a lo largo de la película y sin estridencias, hacia un final inesperado que se encamina con paso firme, dándonos pistas que creemos entender. Porque lo verdaderamente escalofriante de Los niños salvajes es que la rebeldía no proviene de entornos deprimidos o barriadas marginales, sino de un entorno poco disfuncional de clase media. Patricia Ferreira desmenuza la adolescencia varada de tres adolescentes que rompen abruptamente el vínculo con sus familias de origen para formar una familia propia en la calle, para formar su grupo, su tribu. Y todo ello en clave de realismo social. Una película a tener en cuenta y que recomendamos (como siempre) ver en versión original, en este caso con la mezcla de español y catalán de sus protagonistas.
En la película vislumbramos retazos de realidad de nuestros adolescentes: relaciones de desequilibrio con sus familias (cada uno con la peculiaridad de sus madres y sus padres), búsqueda del equilibrio en el grupo (con el tristemente famoso “botellón” de nuestro país), la búsqueda de la identidad (sea en el entorno del grafitis o del kinck boxing), la violencia inversa de los adolescentes a los adultos (bien sean hacia padres o hacia profesores; sin duda, las escenas más duras de la película), la pérdida de autoridad de los profesores (con ese claustro de instituto en el que uno parece formar parte de la discusión), etc. De nuevo, planea la importancia de una buena educación, educación en valores dentro de las familias y dentro de las escuelas e institutos. El sistema educativo y social actual ha echado a perder la autoridad moral y la credibilidad de los profesores; y tal como van las cosas, con familias cada vez más rotas y desestructuradas, podemos echar a perder la autoridad moral y la credibilidad de los padres.
La adolescencia ha sido, es y será una fuente inagotable para el cine, para el cine en cualquier de sus latitudes. Los niños salvajes se suma a otras películas que se atreven a abordar con honestidad la complejidad de esta etapa tan sensible de la vida, puerta de acceso a la vida de adultos: Precious (Lee Daniels, 2009), Fish Tank (Andrea Arnold, 2010) o Cruzando el límite (Xavi Gimémez, 2010), entre otras muchas.
Y queda claro que en la salud (física, mental y social) de estos adolescentes se precisa una colaboración multidisciplinar de profesionales con preparación e ilusión por esta importante etapa de la vida (pediatras, médicos de familia, psicólogos, psiquiatras, psicopedagogos, enfermería, asistentes sociales, etc). La Pediatría sigue liderando el cuidado de la salud de los adolescentes y lo hace con el rigor que da su Sociedad Española de Medicina de la Adolescencia de la Asociación Española de Pediatría. Entre sus muchas funciones, acabamos de recibir la buena noticia de la publicación de la segunda edición del Manual de la Adolescencia, un compendio de saber actualizado con rigor.
Porque un adolescente no es un niño, pero tampoco un adulto en pequeño. Un adolescente es una persona tan compleja, tan apasionante y tan poliédrica como nos la presenta el séptimo arte en tantas películas. Y, desde luego, no son (ni debemos consentir que sean) niños salvajes, no podemos consentir que sean vidas varadas en la transición de la infancia a la vida adulta. En ello estamos implicados todos, pero los pediatras nos ponemos en primera fila para que así sea. Y con conocimiento de causa, y con orgullo...
Patricia Ferreira compone una magnífica crónica de la adolescencia, de la angustia existencial que sienten en este momento crucial ante el paso definitivo a la pubertad, de los sueños incumplidos, de los fracasos y de las pequeñas proezas enfocadas en sus tres jóvenes protagonistas, interpretados de forma creíble: Álex (Álex Moner, visto en Héroes de Pau Freixas, 2010), Laura (Marina Comas, quien ya ganara el Goya a mejor actriz revelación por Pa Negre de Agustí Villaronga, 2010) y Gabi (Albert Baró, visto en la serie El cor de la ciutat). Los niños salvajes es una película que nos sumerge en la realidad cotidiana de tres chavales corrientes, su vida en el instituto, los estudios, sus relaciones familiares y de amistad, sus aficiones y sueños. Y, todo ello, sin perder en ningún momento un ápice de autenticidad y frescura.
Tres primeros planos sostenidos de Alex, Gabi y Laura (Oki en su apodo grafitero) nos adentran a lo largo de la película y sin estridencias, hacia un final inesperado que se encamina con paso firme, dándonos pistas que creemos entender. Porque lo verdaderamente escalofriante de Los niños salvajes es que la rebeldía no proviene de entornos deprimidos o barriadas marginales, sino de un entorno poco disfuncional de clase media. Patricia Ferreira desmenuza la adolescencia varada de tres adolescentes que rompen abruptamente el vínculo con sus familias de origen para formar una familia propia en la calle, para formar su grupo, su tribu. Y todo ello en clave de realismo social. Una película a tener en cuenta y que recomendamos (como siempre) ver en versión original, en este caso con la mezcla de español y catalán de sus protagonistas.
En la película vislumbramos retazos de realidad de nuestros adolescentes: relaciones de desequilibrio con sus familias (cada uno con la peculiaridad de sus madres y sus padres), búsqueda del equilibrio en el grupo (con el tristemente famoso “botellón” de nuestro país), la búsqueda de la identidad (sea en el entorno del grafitis o del kinck boxing), la violencia inversa de los adolescentes a los adultos (bien sean hacia padres o hacia profesores; sin duda, las escenas más duras de la película), la pérdida de autoridad de los profesores (con ese claustro de instituto en el que uno parece formar parte de la discusión), etc. De nuevo, planea la importancia de una buena educación, educación en valores dentro de las familias y dentro de las escuelas e institutos. El sistema educativo y social actual ha echado a perder la autoridad moral y la credibilidad de los profesores; y tal como van las cosas, con familias cada vez más rotas y desestructuradas, podemos echar a perder la autoridad moral y la credibilidad de los padres.
La adolescencia ha sido, es y será una fuente inagotable para el cine, para el cine en cualquier de sus latitudes. Los niños salvajes se suma a otras películas que se atreven a abordar con honestidad la complejidad de esta etapa tan sensible de la vida, puerta de acceso a la vida de adultos: Precious (Lee Daniels, 2009), Fish Tank (Andrea Arnold, 2010) o Cruzando el límite (Xavi Gimémez, 2010), entre otras muchas.
Y queda claro que en la salud (física, mental y social) de estos adolescentes se precisa una colaboración multidisciplinar de profesionales con preparación e ilusión por esta importante etapa de la vida (pediatras, médicos de familia, psicólogos, psiquiatras, psicopedagogos, enfermería, asistentes sociales, etc). La Pediatría sigue liderando el cuidado de la salud de los adolescentes y lo hace con el rigor que da su Sociedad Española de Medicina de la Adolescencia de la Asociación Española de Pediatría. Entre sus muchas funciones, acabamos de recibir la buena noticia de la publicación de la segunda edición del Manual de la Adolescencia, un compendio de saber actualizado con rigor.
Porque un adolescente no es un niño, pero tampoco un adulto en pequeño. Un adolescente es una persona tan compleja, tan apasionante y tan poliédrica como nos la presenta el séptimo arte en tantas películas. Y, desde luego, no son (ni debemos consentir que sean) niños salvajes, no podemos consentir que sean vidas varadas en la transición de la infancia a la vida adulta. En ello estamos implicados todos, pero los pediatras nos ponemos en primera fila para que así sea. Y con conocimiento de causa, y con orgullo...
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