Todd Solondz es un director de cine independiente estadounidense, conocido por sus sátiras oscuras y reflexivas sobre la sociedad. Un director odiado o elogiado, pero siempre incómodo por su constante exploración de las oscuras debilidades de la clase media estadounidense, un reflejo de sus propias experiencias en New Jersey. En “Cine y Pediatría” este director ya ha ocupado su lugar y ya lo hicimos bajo el título de "Todd Solondz y Palíndromos, un incómodo emparejamiento".
Hoy regresamos con una de sus películas de culto, el que fue su segundo largometraje, allá por el año 1995 y que le valió la el Gran Premio del Jurado del Festival de Sundance: Bienvenidos a la casa de muñecas.
Relato agridulce del fin de la infancia, algo a lo que nos tiene acostumbrado su director. Y en donde nos muestra una cara nada amable de la adolescencia, en donde construye un retrato descarnado sobre los miedos y esperanzas en los que se asienta la identidad y estereotipos del adolescente. Como los momentos del despertar sexual lleno de mitos y de metas difíciles de descubrir, de ideas confusas, de palabras e ideas que brotan del paso de la infancia a la adolescencia, pero que raramente se percibe a esa edad su significado real. Como esa humillación cotidiana de la escuela, no sólo por parte de compañeros, sino también a veces de algunos profesores (cuando no es al revés). Y como ese refugio del hogar que tan pocas veces existe en esa época de la vida, en donde es habitual cerrar un círculo de incomprensión y donde no es extraño convivir en un ambiente hostil, agobiante, sin salida, donde cualquier vía de escape es una posibilidad de salvación.
Sobre este caos de hormonas que supone el despertar natural de la adolescencia, Bienvenidos a la casa de muñecas no deja títere con cabeza. Si bien, realiza una mirada muy coherente del problema, pues la historia no recurre a grandes problemas de esta etapa de la vida (no se hablar de drogas, de embarazo no deseado, de suicidio o de maltrato infantil) para explicar un drama cotidiano, propio del primer mundo, donde los hijos que lo tienen todo enferman de soledad, de incomunicación, cuando no de mediocridad. Porque nuestra sociedad les da todo, pero no les orienta; y, por tanto, esta sociedad de la confusión produce un estado de insatisfacción permanente, también en nuestros adolescentes.
Aunque tenemos una tendencia natural a sobrevalorar las actuaciones de los niños en las películas, lo cierto es que en esta película las actuaciones son sobresalientes. Sobre todo la de Dawn Winer (Heather Matarazzo), la protagonista, esa niña de 11 años tímida, la mediana de tres hermanos y que realiza sus estudios primarios en plena New Jersey, poco agraciada (la miopía y la ortodoncia no ayudan mucho), profundamente anticarismática e impopular en su curso y que consigue transmitir fielmente al espectador el cúmulo de problemas que cruelmente asolan su existencia.
Porque Bienvenidos a la Casa de Muñecas es una desnuda comedia urbana y un retrato sin concesiones que nos habla de cómo Dawn intenta en vano poner cara feliz y amistosa mientras se enfrenta al comienzo de una aparente larga pubertad, porque en ocasiones es odiada e insultada, a veces humillada y rara vez comprendida. Los personajes no tienen desperdicio y el director no tiene piedad con ellos al retratarlos: desde la protagonista, que sabiéndose fea e inadaptada, sueña con pertenecer al Club de Gente Especial, de los llamados ganadores del sueño americano; hasta su hermano Mark y su pasión por la tecnología como protección contra la timidez y las relaciones sociales.
Un tema no tan secundario en la película es el acoso escolar y familiar, porque la película contiene suficientes escenas que ilustran a la perfección este hecho y sus consecuencias. Aún así, la reacción de Dawn resulta atípica: en vez de replegarse, adopta las conductas y referentes culturales de sus acosadores, contemplados a sus ojos como ideales de una vida feliz.
En Bienvenidos a la casa de muñecas, Todd Solondz destripa el lado más oscuro del frikismo preadolescente (y se nota que el director americano fue también un friki, y lo sigue siendo), pero un frikismo con causa y con mensaje. Y con esta película intentamos dar respuesta a preguntas que los adolescentes se hacen a esa edad: "¿alguna vez te has sentido el/la fe@ del grupo?", "¿te has sentido completamente sol@?", "¿has sentido miedo en tu propia escuela?", "¿has querido escapar de todo?", "¿crees que tus padres prefieren a tus hermanos?", etc.
Porque lo mejor de Todd Solondz es la autenticidad con la que transgrede y nos sumerge en sus mundos, en este caso en el agridulce relato del fin de la infancia y la llegada de la adolescencia.
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