“Las cosas más importantes de la vida suceden en nuestra ausencia”. Con esta frase comienza una película en la que dos niños son intercambiados al nacer y viven la vida del otro. Podríamos estar hablando de la película belga Totó el héroe (Jaco Van Dormael, 1991), pero en realidad hoy lo hacemos de la película canadiense (con sabor a Bollywood), Hijos de la medianoche (Deepa Mehta, 2012).
La directora indocanadiense Deepa Mehta, conocida por su tetralogía de los elementos (Fuego, 1996; Tierra, 1998; Agua, 2005; Cielo, 2008) adapta a la gran pantalla la novela “Midnight's Children” de Salman Rushdie, una de las obras de ficción más importantes y conocidas del siglo XX, que marcó un hito en la narrativa india en lengua inglesa y se alzó con el Premio Booker, el galardón más prestigioso del Reino Unido.
Porque aunque la directora está nacionalizada en Canadá, sus películas siempre se centran etnográficamente en la India, su país de origen. Y con un “Érase una vez…” nos adentra en esta historia cuyo núcleo es el nacimiento simultáneo de dos bebés en un hospital de la ciudad de Bombay: Saleem (Satya Bhabha) y Shiva (Siddharth). Un acontecimiento muy normal, de no ser porque su nacimiento coincide con el mismo día en el que la India consigue su independencia de Inglaterra. El movimiento de independencia de la India consistió en una serie de revoluciones que comenzaron en 1857 y que llegaron a su fin bajo el liderazgo de Mahatma Gandhi entre 1942 y 1945, así como con la invasión a la India británica por el Ejército Nacional Indio comandado por Subbash Chandra Bose durante la Segunda Guerra Mundial. La independencia finalmente se logró el 14 de agosto de 1947. Es justamente en esa noche, y ya con más de 30 minutos de metraje de Hijos de la medianoche, cuando ocurre el nacimiento de los niños de la historia, esos hijos de la medianoche que reflejan la esperanza de la India, lo que el país podría haber sido.
“Hace muchos años concertamos una cita con el destino. Ahora llega el momento no totalmente o por completo, pero sí sustancialmente. Cuando den las doce de la noche, mientras el mundo duerme, India despertará a la vida y a la libertad. Llega el momento excepcional en la historia de pasar de lo viejo a lo nuevo. Cuando termina una época, y cuando el alma de una nación, largamente ahogada, logra expresarse”, nos relata el narrador de la película, cuya voz en off es la del propio Salman Rushdie (lo que hace ineludible su visionado en versión original).
Nacer en ese gran momento les convierte en la primera generación libre de su país y concede a los niños poderes sobrenaturales como el de la telepatía o el de un agudísimo olfato, producto de esa nariz portentosa de Saleem.
Y entonces las vidas de Saleem y Shiva viajan paralelas a las de la convulsa historia de su país (con la Guerra indo-pakistaní de 1971 o el estado de emergencia de Indira Gandhi de telón de fondo, entre otros avatares), pero marcados por un hecho: ambos son intercambiados voluntariamente al nacer por la matrona. Y en ese momento la voz en off de Saleem nos recuerda: “Dos bebés en sus manos, dos vidas en su poder. Lo hizo por Joe, su acto revolucionario privado… Cuando le dio al niño del vientre de mi madre a Wee Willie Winker, Mary sabía que condenaba al niño de familia rica a una vida de acordeones y miserias… Como había dicho Joe, que los ricos sean pobre y los pobres, ricos”.
Y entonces la vida es lo que el destino nos depara, a veces en un momento.
Y así transcurre el relato, con los avatares de aquel intercambio. Cuando Saleem precisa una transfusión a los 10 años, aparecen las dudas de la familia con su grupo sanguíneo, y nos recuerda: “Mi mala sangre convirtió el amor de mi padre en odio”. Por ello es exiliado con unos familiares a Pakistán: ”En el exilio descubrí el poder... También descubrí la soledad. Años sin amigos, excepto los hijos de la medianoche”. Y las palabras de Shiva: “El mundo no son ideas, niño rico. El mundo son cosas. Si tienes cosas, tienes tiempo de soñar. Si no, peleas”.
Y más allá de la mitad del metraje, la matrona que intercambió a los niños (y cuya conciencia le hizo convertirse en aya de Saleem) confiesa su atrocidad, momento en que la madre de Saleem le dice al airado padre: “El amor no nace, se hace”.
Hijos de la medianoche es la historia de estos niños, pero también la de cuatro generaciones en India (la de sus abuelos, sus padres, la suya propia y la de su hijo), lo que la convierte en un retrato completo de toda una época y una cultura, porque las vidas de estos niños se convertirán en esclavas de su contexto. Una película hipnótica a la que quizás le sobre metraje (148 minutos puede parecer excesivo) y la falta definición de algunos de sus personajes o cierta cohesión argumental, pero hipnótica y mágica y con un mensaje claro al final: “Un niño y un país nacieron a medianoche, hace mucho tiempo. Se esperaban grandes cosas de ambos. La verdad ha sido menos gloriosa que el sueño. Pero hemos sobrevivido y seguido nuestro camino y nuestras vidas han sido, a pesar de todo, actos de amor”.
¡¡ Abracadabra…!! No existe la casualidad y lo que nos parece un mero accidente, surge de la más profunda fuente del destino y el azar de la vida.
Y detrás de todo lo anterior encontramos un problema de vital importancia en Pediatría: la identificación y custodia de los recién nacidos. Porque la identificación debe garantizar la posibilidad de confirmar la relación de cada recién nacido con su madre biológica durante la estancia en el centro hospitalario en el que se produzca el nacimiento y la custodia hace referencia al empleo por parte del hospital de sistemas y protocolos que aseguren el mantenimiento del binomio madre-recién nacido.
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