La semana pasada recordábamos el cine que, desde Japón, nos regala Hirokazu Kore-eda, un cine impregnado de infancia y familia y donde dos películas nos hablan del dilema y el compromiso de la paternidad: Kiseki (2011) y De tal padre, tal hijo (2013). Pero la responsabilidad de ser buenos padres también se cuestiona en películas de diferentes filmografías: desde España, Mamá es boba (Santiago Lorenzo, 1999); desde Italia, Libero (Kim Rossi Stuart ,2006); desde Estados Unidos, El triunfo de un sueño (Kirsten Sheridan, 2007); desde Méjico, Abel (Diego Luna, 2010); etc. Y, de nuevo, ahora llega desde España, Ismael (2013) una película dirigida por el argentino Marcelo Pyñeiro, quien ya nos regaló en “Cine y Pediatría” una película tan emblemática como Kamchatka (2002) y sobre sus infancias clandestinas.
Ismael Tchou (un debutante Larsson do Amaral, radiante), un niño negro de 10 años, toma el AVE en solitario en Atocha con dirección a Barcelona. Lleva una carta con una frase escrita y una dirección que le marca el camino para intentar buscar al padre biológico que no conoce, Félix Ambrós (Mario Casas). Siguiendo esa única información que encontró en un cofre de secretos de su madre Alika (Ella Kweku) se planta en la puerta de aquella casa, pero sólo encuentra a una mujer de 50 años, Nora (Belén Rueda), que resulta ser su abuela.
Juntos van en busca de Félix, que hace tiempo se mudo a un pueblo costero de Gerona, donde descubren que vive como profesor de instituto con adolescentes marginales y en una casa en semirruinas junto al mar. El viaje se constituye en un reencuentro múltiple: el de Ismael por encontrar al padre que no ha conocido, el de Nora por reencontrar al hijo que perdió poco a poco, el de Félix por conocer al hijo que no creía que existía.
Paralelamente, la madre de Ismael y su marido Eduardo (Juan Diego Botto) viajan también desde Madrid hacia a la pequeña población costera con el fin de recuperar a Ismael y es un nuevo reencuentro: el de Alika por coincidir de nuevo con el amor de juventud y con el dolor por un amor que no pudo ser, el de Eduardo por reconocer cual es su papel de padre no biológico. Y entre estos cinco personajes, uno más, Jordi (Sergi López), el amigo de Félix, artista reconvertido en dueño de una masía-hotel, quien también casi consigue reencontrar el amor perdido entre las teclas de un piano.
La película nos narra en 24 horas “el día más importante” en la vida de Ismael, pero que implicará el regreso al pasado que marcó la vida de los protagonistas, brindando la oportunidad de cerrar algunos asuntos pendientes desde hace muchos años. Y sin duda, un día en el que todos aprenderán el valor del verdadero amor, y la importancia de la paternidad. Un mensaje que se reduce a esa frase que Ismael le dice a Félix: “Te voy a enseñar a ser padre”.
Es cierto que Ismael ha recibido críticas contrastadas, y que Marcelo Pyñeiro no consigue en esta película la precisión narrativa y el guión de El método (2005), pero también es cierto que cuando una película se atreve a abordar temas del corazón suele ser delicado y fácil presa para la crítica. Y es así como Belén Rueda nos regala un trabajo muy preciso, alternando el drama y la comedia de forma excepcional y como el debutante Larsson do Amaral nos despierta una continua sonrisa; pero también es cierto que pese a que Mario Casas es un ídolo de adolescentes (y menos adolescentes), sus matices actorales son limitados. Aún así, creo que cada espectador debe sacar sus conclusiones sobre el valor cinematográfico de la película y, sobre todo, sobre el valor en valores, sobre la reflexión sobre la verdadera paternidad y las segundas oportunidades.
Y concluimos con un anécdota novelada: el nombre de la película (y de nuestro personaje) procede del principio de un libro que Félix y Alika leían en su noviazgo, una de las citas más conocidas de la literatura en lengua inglesa: “Pueden ustedes llamarme Ismael…” es el comienzo de Moby-Dick, pues al igual que en la obra de 1851 de Herman Melville el capitán Ahab perseguía la gran ballena blanca, en la película de 2013 de Marcelo Pyñeiro los personajes persiguen el sentido de la verdadera paternidad.
Ismael Tchou (un debutante Larsson do Amaral, radiante), un niño negro de 10 años, toma el AVE en solitario en Atocha con dirección a Barcelona. Lleva una carta con una frase escrita y una dirección que le marca el camino para intentar buscar al padre biológico que no conoce, Félix Ambrós (Mario Casas). Siguiendo esa única información que encontró en un cofre de secretos de su madre Alika (Ella Kweku) se planta en la puerta de aquella casa, pero sólo encuentra a una mujer de 50 años, Nora (Belén Rueda), que resulta ser su abuela.
Juntos van en busca de Félix, que hace tiempo se mudo a un pueblo costero de Gerona, donde descubren que vive como profesor de instituto con adolescentes marginales y en una casa en semirruinas junto al mar. El viaje se constituye en un reencuentro múltiple: el de Ismael por encontrar al padre que no ha conocido, el de Nora por reencontrar al hijo que perdió poco a poco, el de Félix por conocer al hijo que no creía que existía.
Paralelamente, la madre de Ismael y su marido Eduardo (Juan Diego Botto) viajan también desde Madrid hacia a la pequeña población costera con el fin de recuperar a Ismael y es un nuevo reencuentro: el de Alika por coincidir de nuevo con el amor de juventud y con el dolor por un amor que no pudo ser, el de Eduardo por reconocer cual es su papel de padre no biológico. Y entre estos cinco personajes, uno más, Jordi (Sergi López), el amigo de Félix, artista reconvertido en dueño de una masía-hotel, quien también casi consigue reencontrar el amor perdido entre las teclas de un piano.
La película nos narra en 24 horas “el día más importante” en la vida de Ismael, pero que implicará el regreso al pasado que marcó la vida de los protagonistas, brindando la oportunidad de cerrar algunos asuntos pendientes desde hace muchos años. Y sin duda, un día en el que todos aprenderán el valor del verdadero amor, y la importancia de la paternidad. Un mensaje que se reduce a esa frase que Ismael le dice a Félix: “Te voy a enseñar a ser padre”.
Es cierto que Ismael ha recibido críticas contrastadas, y que Marcelo Pyñeiro no consigue en esta película la precisión narrativa y el guión de El método (2005), pero también es cierto que cuando una película se atreve a abordar temas del corazón suele ser delicado y fácil presa para la crítica. Y es así como Belén Rueda nos regala un trabajo muy preciso, alternando el drama y la comedia de forma excepcional y como el debutante Larsson do Amaral nos despierta una continua sonrisa; pero también es cierto que pese a que Mario Casas es un ídolo de adolescentes (y menos adolescentes), sus matices actorales son limitados. Aún así, creo que cada espectador debe sacar sus conclusiones sobre el valor cinematográfico de la película y, sobre todo, sobre el valor en valores, sobre la reflexión sobre la verdadera paternidad y las segundas oportunidades.
Y concluimos con un anécdota novelada: el nombre de la película (y de nuestro personaje) procede del principio de un libro que Félix y Alika leían en su noviazgo, una de las citas más conocidas de la literatura en lengua inglesa: “Pueden ustedes llamarme Ismael…” es el comienzo de Moby-Dick, pues al igual que en la obra de 1851 de Herman Melville el capitán Ahab perseguía la gran ballena blanca, en la película de 2013 de Marcelo Pyñeiro los personajes persiguen el sentido de la verdadera paternidad.
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