La semana pasada hablamos de La historia de Marie Heurtin, una película actual dedicada al a los sordociegos. Y ya comentamos que su director, el francés Jean Pierre Améries, se basó en el impacto que le causó en su momento El milagro de Anna Sullivan, una película clásica de la década de los sesenta del estadounidense Arthur Penn.
Dos películas de ayer y hoy sobre un mismo tema, pero con diferentes enfoques. Mientras Arthur Penn usa el blanco y negro para dar un tono de casi pesadilla a su discurso, interesado sobre todo en el atormentado personaje de la profesora Ana Sullivan y su enfrentamiento con Helen Keller, su alumna sordociega, y el entorno familiar de ésta, Jean Pierre Améris relata en color la historia de superación enmarcada dentro de una religiosidad elegante y sincera, tanto de la hermana Marguerite como de su alumna, Marie Heurtin. Y ambas proceden de dos historias reales (volcadas en sendos libros), una realidad que aconsejamos revisar a aquellos profesionales que tenemos la fortuna de trabajar por y para la infancia.
Una diferencia más es que mientras Jean Pierre Améris es un director casi desconocido por la mayoría, Arthur Penn es un clásico de Hollywood. Atraído por el mundo de la interpretación desde muy joven, Penn se dedicó al teatro, actividad que continuó cuando estuvo sirviendo en el ejército durante la Segunda Guerra Mundial. En la década de 1950, realizó una serie de dramas para la televisión, debutando en la gran pantalla con el western El zurdo (1958). Y su siguiente film fue, ni más ni menos, que El milagro de Anna Sullivan (1962), una obra de teatro del escritor William Gibson basada en hechos reales, que narra de la vida de Anna Sullivan y su relación con la que fue su alumna sordociega, Helen Keller. La película aparte de ser favorablemente acogida por el público, fue nominada a cinco Oscars de la Academia y ganó dos; y estas dos estatuillas fueron para Anne Bancroft (en su papel de la profesora Anna Sullivan), como actriz principal, y Patty Duke (en su papel de la niña Hellen Keller) como actriz de reparto, precisamente las dos actrices que interpretaron esta obra en Broadway. Penn también recibiría la primera nominación de las tres que recibiría en su carrera profesional a la Mejor dirección (las otras dos serían en 1967 con Bonnie y Clyde, su mayor éxito, y en 1969 con El restaurante de Alicia), pero nos dejó otras grandes obras de la categoría de La jauría humana (1965) o El pequeño gran hombre (1969).
Helen Keller quedó sorda y ciega a causa de una enfermedad cuando tenía 19 meses de edad (nos lo sugiere el trágico comienzo de la película, con esas imágenes casi neoexpresionistas y la posterior sombra de la niña entre la balaustra de una escalera, que más parecen las rejas de una cárcel, momento en que aparece el título). Hellen usaba el resto de sentidos para “ver” y “oir” el mundo que le rodeaba: tocaba y olía todas las cosas que estaban alrededor de ella y sentía las manos de otras personas y copiaba sus movimientos. Pero al no poder expresarse ni entender, su frustración aumentó con la edad y sus ataques de ira empeoraban, haciendo complicada la convivencia familiar, una familia de nivel alto de la sociedad estadounidense.
Esta situación hizo que la familia viera la necesidad de hacer algo, por lo que antes de cumplir siete años, la familia contrató a una tutora privada.
Esta tutora fue Anna Sullivan, quien había perdido la visión cuando tenía cinco años y fue abandonada en una casa de escasos recursos. Tuvo la suerte de ser acogida en el Colegio Perkins para Ciegos en Boston, donde, tras dos operaciones, recuperó parcialmente su visión. Allí se formó como educadora y el director de la escuela pensó que debía ser la persona adecuada para educar a Hellen Keller.
El método educativo de Anna Sullivan es peculiar a nuestros ojos. Su primer paso fue comunicarse con Hellen venciendo su agresividad con fuerza y paciencia. El siguiente paso fue enseñarle el alfabeto manual. Como resultado de todo este trabajo, Hellen llego a ser más civilizada y amable, pero el esfuerzo fue máximo: cabe rememorar la agotadora escena de maestra y alumna en el comedor, cuando se intenta que utilice los cubiertos en la mesa y doble su servilleta; métodos expeditivos y con esa frase final de Anna Sullivan: “El cuarto está destrozado, pero dobló su servilleta”.
Pero cierto es que Hellen aprendió a leer y escribir en Braille, pero también aprendió a leer de los labios de las personas tocándoles con sus dedos y sintiendo el movimiento y las vibraciones. Se graduó con título de honor de la Radcliffe College en 1904 gracias a su gran poder de concentración. Allí escribió “The story of my life”, libro que tuvo un rápido éxito y, gracias a él, le permitió ganar suficiente dinero para comprarse su propia casa y colaborar en la creación de la Fundación Americana para los Ciegos con el objetivo de ofrecer servicios a otras personas ciegas. Hellen Keller llegó a ser muy famosa, incluso con títulos de Honor de diferentes universidades extranjeras.
El Milagro de Anna Sullivan es ya una película mítica del séptimo arte, sobre la que muchos han escrito y muchos han analizado desde distintos puntos de vista, bien desde el prisma del cine o bien desde el valor de la educación. Tomamos el análisis que el blog EduKacine realizó de la misma, pues nos parece de una gran profundidad y enseñanza. Estos son los apartados que desgrana:
- Helen como niña salvaje. La principal diferencia entre el ser humano y los demás animales es el lenguaje. “Crecí salvaje y desbocada, riendo y cacareando para expresar placer, pataleando, arañando, emitiendo los sofocados chillidos del sordomudo para indicar lo opuesto”. En el “Diario” escrito por Anna Sullivan lo describe así: “La salvaje criaturilla de hace dos semanas se ha transformado en una dulce niña. Está sentada junto a mí mientras escribo, el rostro sereno y dichoso, tejiendo una larga cadena de lana roja. Aprendió a hacer punto esta semana, y está muy orgullosa de su logro. Cuando logró hacer una cadena que cruzaba toda la habitación, se palmeó el brazo y apoyó cariñosamente contra la mejilla la primera obra de sus manos. Ahora me permite besarla, y cuando está de buen talante se sienta un par de minutos en mi regazo; pero no me devuelve las caricias. El gran paso -el paso que cuenta- ya se ha dado. La pequeña salvaje ha aprendido su primera lección de obediencia, y el yugo le resulta leve. Ahora es mi grata tarea dirigir y modelar la bella inteligencia que comienza a asomar en su alma de niña.”
También Anna Sullivan se dio cuenta de que la adquisición del lenguaje supuso de inmediato para Helen la posibilidad de expresar sus sentimientos ante los demás y ante sí misma, y el dejar de lado esa agresividad animal que utilizaba siempre que se sentía presionada.
- La carencia de la vista y el oído: la cárcel de Helen. La vista y el oído son los sentidos más apreciados por los seres humanos, y su carencia genera serias dificultades de adaptación. Por ello la película está rodada en un blanco y negro lúgubre en la mayoría de las escenas, y sólo al final la película se salpica por rayos de un sol que prologan el milagro, porque sólo al final de la película es cuando Helen “escapa” de su cárcel y en una de las escenas más emotivas le entrega a Anna las llaves de la casa y deletrea la palabra “maestra”.
- El proceso de aprendizaje del lenguaje de los sordociegos. Y esa frase simbólica: “Ahora cuanto tengo que enseñarte cabe en una sola palabra: todo”. El aprendizaje del lenguaje para sordomudos, o el del lenguaje para sordociegos a través del tacto, que es el que aparece en la película. La diferencia principal con el lenguaje oral es que el lenguaje para sordociegos, en vez de centrarse en los sonidos, lo hace en las sensaciones táctiles. En el aprendizaje del lenguaje, la historia de Helen Keller añade un problema más, aparte de la carencia de dos sentidos tan importantes como la vista y el oído; el problema al que nos referimos es la edad de Helen. Con siete años Helen habría sobrepasado el denominado “periodo crítico” para el aprendizaje del lenguaje. Basándose en los casos de seres humanos que durante su infancia sufrieron una carencia -total o parcial- en la enseñanza del lenguaje, los psicolingüistas aseguran que si en los primeros cinco años de vida el niño no es sometido a ningún estímulo lingüístico, su capacidad para la adquisición posterior del lenguaje disminuirá de modo importante.
- La educación de Helen. La alumna, la profesora y la familia. Porque en la película se aprecian cuatro posturas diferentes acerca de la educación de Helen: la de su padre autoritario, el capitán Keller (una postura muy pesimista), la de su madre (conserva la esperanza, pero alejada de la realidad, pues espera que su hija recupere la vista y oído; Anna le recuerda: “Señora Keller, la ceguera o la sordera no es el peor mal para Helen, es el cariño de ustedes y su compasión. Entre todos la han criado como a un perrillo faldero, pero incluso a los perros se les educa”), la de su hermanastro James (teñida por unos celos que no pasan inadvertidos, aunque acabará siendo el principal aliado) y la de su maestra (que entiende desde el primer momento que su función pedagógica no ha de limitarse a Hellen, sino extenderse a toda la familia, para ser reeducada).
Tras este “milagro” de película, se han realizado más adaptaciones en Estados Unidos sobre la misma historia: una película para la televisión, El milagro de Keller (Paul Aaron, 1979) y otra para el cine, Un milagro para Hellen Keller (Nadia Tass, 2000).
Y no es El milagro de Anna Sullivan o La historia de Marie Heurtin las únicas películas sobre el tema de la educación de los sordociegos. Hay algunas más, como Black (Sanjay Leela Bhansali, 2005), una versión en clave masculina e india de la anterior, en donde la joven Michelle McNelly (Ayesha Kapoor) es una chica sorda e invidente, completamente salvaje, y a un profesor retirado, el señor Debraj (Amitabh Bachchan), le es asignada la tarea de enseñar a la joven a comunicarse. Pero la joven se rebela contra los métodos de enseñanza de Debraj, por lo que los padres de Michelle deciden mandarla a un asilo, pero Debraj se empeña en su educación.
Porque hablamos del milagro de la palabra, el milagro del lenguaje. Porque estas películas son películas vocacionales sobre el alto valor de la docencia. Y así resuenan las palabras de la maestra Anna Sullivan a su alumna, Hellen Keller, pues éss fue el “milagro”: “Todo lo que el hombre piensa, siente y sabe lo expresa con palabras, y ellas disipan las tinieblas… Y yo sé, estoy segura, de que con una palabra conseguiría poner el mundo en tus manos. Y bien sabe Dios que no me conformaré con menos”.
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