Hipócrates de Cos es considerado el padre de la Medicina, gracias a una escuela intelectual que revolucionó la Medicina en la Antigua Grecia, allá en lo que se denominó como el siglo de Pericles dentro del siglo V antes de Cristo. No debemos confundir con Hipócrates de Quíos, matemático griego también del mismo siglo. Porque nuestro Hipócrates médico fue el creador, junto con sus estudiantes y discípulos, del conocido como "Corpus hipocrático", una colección de 70 obras médicas, entre las que se incluyen libros, lecciones, investigaciones, notas y ensayos filosóficos sobre diversos temas médicos. Y entre ellos destacan el conocido como Juramento hipocrático, documento clave para la ética y deontología médica.
El Juramento hipocrático sigue siendo un acto público y obligatorio que deben hacer las personas que se gradúan en medicina y sus varias ramas, como veterinaria o farmacia, en definitiva, de las personas que se ocupan de la salud humana o animal. Su contenido es ético y sirve para orientar la práctica de la profesión con declaraciones como "Me comprometo solemnemente a consagrar mi vida al servicio de la humanidad" o "Desempeñaré mi arte con ciencia y con dignidad, donde la salud y la vida del enfermo serán las primeras de mis preocupaciones".
Y precisamente toma el nombre de Hipócrates una comedia dramática francesa dirigida por Thomas Lilti en el año 2014 y que resultó en su momento el "sleeper" de la temporada, entendiendo como tal aquella película que no parece gran cosa, pero que da la campanada. La pequeña historia de un residente de medicina en un hospital asfixiado por los recortes presupuestarios, pero donde nos adentra además en ciertos oasis para la reflexión sobre la eutanasia, la falta de medios sanitarios a causa de la crisis económica, la toma de conciencia moral frente a las injusticias o la discriminación racial.
El cine francés últimamente está a bastante distancia de calidad de la mayoría de las filmografías y con gran éxito incluso en películas que siguen incluso el patrón de comedias dramáticas, desde Los visitantes (Jean-Marie Poiré, 1993) hasta Amélie (Jean-Pierre Jeunet, 2001), desde La cena de los idiotas (Francis Veber, 1998) a Los chicos del coro (Christophe Barratier, 2004), desde Bienvenidos al norte (Dany Boom, 2009) a La familia Bélier (Éric Lartigau, 2014), desde El Primer día del resto de tu vida (Rémi Bezançon, 2009) a Un feliz acontecimiento (Rémi Bezançon, 2011), por no hablar del gran taquillazo del cine francés de toda la historia: Intocable (Olivier Nakache y Eric Toledano, 2012).
La mayor parte de los éxitos corresponden a este tipo de patrón establecido: comedias con un punto dramático que apelan a la fibra sensible del espectador a través de temas sociales comprometidos tratados de una manera bienintencionada.
Y algo de ello es Hipócrates, que mezcla esa filosofía del último cine francés con las series de televisión sobre médicos, que en alguna ocasión nos hace dudar de si estamos ante un capítulo de Anatomía de Grey, House, Urgencias, Code Black, Hospital Central o tantas otras series sobre este tema. Y algo tendrá que ver que el director, Thomas Lilti, es médico con aficiones a la dirección (ésta es su segunda película, tras Les Yeus bandés en el año 2007 y a punto de estrenar Médecin de campagne), por lo que se sirve de su experiencia -quizás también un poco autobiográfica- para acercarnos a los temores y las dudas de un joven médico en formación (conocido como MIR, médico interno residente), al trabajo en un hospital y al funcionamiento particular de una parte del sistema de salud público en Francia.
Hipócrates narra los inicios de Benjamin (Vincent Lacoste), un residente de 23 años que, como su nombre indica, se inicia en la formación y es el más joven entre los médicos de un hospital parisino: comienza como MIR en el hospital que dirige su padre, el doctor Barois (Jacques Gamblin). Allí coincide con Abdel (Reda Kateb), un facultativo argelino más experimentado que él, y que también comienza la residencia como extranjero, con el trámite de superar las pruebas que le permitan trabajar en Francia. Entre Benjamin y Abdel se establece la rivalidad, el conflicto y la amistad, en donde a Benjamin le acompaña el sentirse en un ambiente protegido, mientras a Abdel le acompaña la solvencia de conocer la profesión, su pensamiento crítico y objetivo.
Pero para ninguno de los dos, las cosas son como esperaban, porque cuando conocen la realidad, ésta es menos glamurosa que la de las series de televisión.
La película nos pasea por el complejo mundo de un residente en formación, no siempre conocido por quien desconoce lo que significa esta etapa de la profesión y de la vida:
- El darse de bruces ante la complejidad médica (La punción lumbar fallida:. "tienes que oir un crujido") y social de los pacientes (enfrentarse por primera vez a la inmovilización de un paciente agitado y agresivo con síndrome de Korsakoff, nombre que se da a la encefalopatía por fracaso hepático secundario a alcoholemia).
- El afrontar el servicio a la vida y a la muerte, y sufrir con ese primer paciente fallecido por infarto de miocardio y confundido con una pancreatitis. Y cuando su tutora le pregunta: "¿No le hiciste el electrocardiograma?", y mentir, porque el aparato estaba estropeado. Y el encubrimiento de su padre ante las preguntas de la mujer del fallecido: "Porque lo que hacemos ya es difícil de por sí...".
- El comenzar a conocer las complejas relaciones entre residentes, entre médicos y enfermería, entre las diferentes especialidades y especialistas, entre un Médico internista y un Anestesista.
- El participar en las conversaciones sobres los seguros de responsabilidad civil o sobre el reparto de guardias, especialmente críticas en festivos (por cierto, los turnos de Navidad los tienen organizados de una forma mucho más caótica que en nuestro hospital).
- El enfrentarse a las complicadas informaciones a ciertos pacientes (y familiares) y los problemas bioéticos latentes ("En realidad no quiero que me dejen mucho tiempo en mal estado, ¿me entiende doctor?"), como la decisión de no reanimar ("Crees que tenemos tiempo de leer los informes. Tenemos que tomar decisiones", dice un médico del equipo de UCI) o la adecuación del esfuerzo terapéutico, con la mejor gestión posible de los denominados cuidados paliativos.
- El conocer en primera mano ese estado anormal del cuerpo y el alma llamado guardias médicas ("Eso son 58 horas de guardia...", comenta un residente extranjero), los días y las noches eternas, la llamada del busca a medianoche cuando uno intenta despertar en esas habitaciones tan peculiares de los residentes (casi nunca razonables para el descanso). Porque en la película son residentes en el más amplio sentido de la palabra, médicos que viven en el hospital, como era hace mucho tiempo en España y como aún ocurre excepcionalmente. Quien no se ha tenido que enfrentar a las guardias médicas no podrá entenderlo bien...
- El vivir las huelgas hospitalarias, el enfrentamiento con la Dirección ("El gerente antes estaba en Amazon... y ahora nos quiere gestionar en el hospital"), los servicio mínimos, la angustia de gestionar las camas libres,...
- Las horas de estudio en casa..., porque el trabajo no termina nunca en el hospital.
No es de extrañar que Benjamín llegue a exclamar: "Creo que lo voy a dejar. No estoy hecho para esto. Es una locura. Ser médico no es un trabajo, es una especie de maldición".
Y desesperado ante la injusticia, se emborracha y le atropellan. Entra en crisis, esa crisis que surge al sentir que nada funciona como debería funcionar, empezando por algunos profesionales. Y se precipita la revolución en el hospital, cuando la Dirección-Gerencia piensa más en la rentabilidad que en las personas.
En Hipócrates el hospital es prácticamente el único escenario, tan realista como lo son esos pasajes subterráneos por los que accede Benjamín a su primer día de trabajo (que tendrán los sótanos de todo hospital que los hace tan lóbregos) y al recoger sus batas y ver que tiene manchas, la señora de la lavandería le dice aquello de "Está lavada, son manchas limpias".
Y así es como esta película aparentemente sencilla (y con manchas limpias... o no tanto) fue nominada a siete Premios César (aunque solo se aupó con la de Mejor actor secundario para Reda Kateb) y como paso de ser un "sleeper" a ser testimonio de una pequeña parte del mundo de un MIR y a mostrarnos temas de cada día en el debate ético de un hospital, donde predomina esa máxima de Hipócrates, en honor a su título, y que dice aquello de "primum non nocere" (lo primero, no dañar).
Una película dedicada a todos los MIR en formación, en agradecimiento a su labor al sistema sanitario.
Una película dedicada a todos los MIR en formación, en agradecimiento a su labor al sistema sanitario.
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