En la España de la postransición empezó a trascender la delincuencia juvenil y se convirtió en un gran problema social, además de crear un estilo cinematográfico: el conocido como cine “quinqui” de finales de los setenta y los años ochenta.
Películas dirigidas principalmente por José Antonio de la Loma, considerado el padre del cine quinqui (Perros callejeros, 1977; Los últimos golpes de El Torete, 1980; Yo, El Vaquilla, 1985,...) o por Eloy de la Iglesia (Navajeros, 1980; Colegas, 1982; El Pico, 1983; La estanquera de Vallecas, 1987;...), pero también otros directores como Carlos Saura (Deprisa, deprisa, 1981), Montxo Armendáriz (27 horas, 1987), Vicente Aranda (El lute: camina o revienta, 1987), Roberto Bodegas (Matar al Nani, 1988), etc.
Y así como en el año 2005, el sevillano Alberto Rodríguez se adentra en un tema similar con su gran película, 7 vírgenes, en el año 2006, el alicantino Miguel Albadalejo cambia de registro de sus comedias previas como La primera noche de mi vida (1998), Manolito Gafotas (1999) o El cielo abierto (2001), y regresa a aquel cine "quinqui" con una historia real con la película Volando voy.
Porque a finales de la década de los 70 en Getafe, una localidad del sur de Madrid, una banda de delincuentes juveniles son portada de todos los periódicos y conmocionan a la sociedad.
Juan Carlos Delgado, conocido como "El Pera", un niño que con solo 7 años ya sabía conducir y robar coches y con 10 ya era todo un delincuente. Y él capitaneaba a esta banda de jovencísimos delincuentes que tenía en jaque a la policía y la guardia civil de la época. Su familia, desesperada, intentó alejarle de este camino, pero las reglas y los límites no tienen ningún sentido para él y la calle fue el lugar donde decide experimentar. Ajeno a los consejos siguió delinquiendo pasara lo que pasara, y todo hasta que le internaron en Ciudad Escuela de los Muchachos donde el Tío Alberto conseguirá, con mucho esfuerzo, rescatar al niño que "El Pera" llevaba dentro y convertirle en un niño de 11 años normal y corriente.
Como colofón paradójico a esta evolución de nuestro protagonista real, un buen día conoció a Santiago López Valdivielso, Director General de la Guardia Civil y también un apasionado del mundo del motor. Y lo que son las paradojas de la vida, Juan Carlos Delgado, tal y como se explica antes de los créditos finales, en la actualidad es periodista de motor, probador oficial de nuevos modelos de coches y monitor de conducción de riesgo de la Guardia Civil.
Y con esta historia real, Miguel Albaladejo dirige esta película con la anécdota de que Juan Carlos Delgado estuvo al lado del director a lo largo de todo el proceso, de forma que el guión está firmado por ambos. Para documentarse, Albadalejo se reunió varias veces con toda la familia de Delgado y la mayoría de los niños que aparecen en la película vivían en ese momento en La Ciudad de los Muchachos.
Con Volando voy se nos cuenta una historia real de redención, una historia de segundas oportunidades. Juan Carlos (Borja Navas) vive en un familia humilde con sus padres (Fernando Tejero y Mariola Fuentes) y hermanas, allí donde su comportamiento somete a la familia a una tensión permanente, con habituales visitas a la policía, que anuncian a los padres: "Su hijo estaba jugando a policías y ladrones. Y ya se puede imaginar en qué bando estaba". Las intenciones de la familia para cambiar su comportamientos son en vano: "Vas a tener que matarme papá. Porque voy a seguir haciendo lo que estoy haciendo". Lo cierto es que la violencia reproduce violencia, y el padre llega a confesar a la policía: "Yo no sé que voy a hacer con él. No sé si quiere matarnos o quiero matarle...". Y la escena frente al espejo de el chico, casi al final de la película, es bastante significativa.
Sólo la fe que tiene en él el Tío Alberto (Alex Casanova, a quien el propio Tío Alberto cedió sus propias gafas para que pareciera más real) y el hecho de que alguno de los amigos de su banda fallezcan en un accidente de tráfico durante una de sus habituales persecuciones con la policía, le harán cambiar de rumbo en su alocada vida. "Aquí aprendemos cada día a partir, repartir y compartir..." le recuerdan en la Ciudad de los Muchachos. Y en ese ambiente llega "El Pera" a confesar profundos pensamientos: "Yo no tengo accidentes cuando conduzco. Las cosas malas me pasan cuando estoy parado" o "Me importa una mierda que mis padres me quieran o no..." (lo cual es evidentemente una bravuconada).
Vale aquí la pena recordar la figura de Alberto Muñiz Sánchez, conocido como Tío Alberto, un leonés que tras terminar la carrera de arquitectura se une como colaborador a la Ciudad Rodante Circo Los Muchachos con su gran espectáculo circense del Mensaje Musical contra la Injusticia, y allí fue arquitecto, pero también director técnico y artístico. En 1970 empezó a levantar en Leganés (Madrid) la Ciudad Escuela de los Muchachos -CEMU-, una ciudad a escala de niños, concebida, sobre todo, para la infancia y juventud problemática y por la que han pasado más de 3.000 niños, pues ellos han sido la referencia de este centro, de reconocido prestigio nacional e internacional.
Por ello, no es difícil entender la dedicatoria final de Volando voy: "Esta película está dedicada al CEMU, al tío Alberto y a nuestros padres". Y todo ello con una banda sonora repleta de música española de la época, con temas emblemáticos de Kiko Veneno, Triana y El Bicho.
Cómo salvar a un hijo que ha perdido el rumbo es un problema que sigue (y seguirá) vigente. Y confirmar como allí donde no llega la familia, pueden ser importantes las instituciones. La semana pasada lo vimos con La cabeza alta (Emmanuelle Bercot, 2015) y una jueza de menores, hoy lo vemos con Volando voy y una institución para jóvenes como CEMU.
Y ahí seguimos, buscando la mejor solución como sociedad... Y ahí seguimos, volando voy, volando vengo...
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