"Los reformatorios se proponen desarrollar el espíritu cristiano educando al interno en la fe y fomentando su integridad con todos su dotes naturales al servicio del amor" Guía para los educadores de la antigua diaconía de Freistatt. Basada en hechos reales, rodada en localizaciones originales. Junio 1968.
Así comienza la película alemana Refugio (Marc Brummund, 2015), opera prima en el largometraje de su director, formado en Psicología, Periodismo y Cine Documental, fraguado en los cortometrajes y anuncios. Porque el cine gusta de extender sus tentáculos a los rincones más olvidados y oscuros de la Historia, y así lo hace Marc Brummund, quien recoge la historia de unos internados de educación cristiana que permanecieron en activo en Alemania Occidental hasta mediados de los setenta, en los que prevalecían la violencia y la represión como formas de aprendizaje. Eran verdaderos santuarios del terror, reformatorios para chicos difíciles, correccional de jóvenes airados nacidos en la posguerra.
Tal como se nos muestra en la película, estos centros eran concebidos casi como campos de trabajo y centros penitenciarios de alta seguridad, aislados entre fangosos pantanos y en medio de ninguna parte. Porque la película fue grabada en los escenarios naturales gracias a la diaconía de Freistatt. Y es allí donde transcurre el descenso a los infiernos al que se ve abocado Wolfgang (encarnado con credibilidad por Louis Hofmann), uno de esos adolescentes "difíciles", aunque su aparente dificultad realmente era ser un adolescente vital y no aceptar a su padrastro, imagen especular de la que tiene de su bella madre (a la que le une un cierto complejo de Edipo). Y sin más, sin juicio previo, pasa del amor materno de una familia disfuncional (pero, al fin y al cabo, una familia) a la hostilidad de la estricta educación, rallando la vejación y la tortura. Cuando entra en el colegio/reformatorio, la forma que su padrastro idea para apartarlo de la vida familiar, es recibido con este informe de los Servicios Sociales: "Díscolo, desobediente. Seis meses en el reformatorio, fugado tras tres meses. Niega su conducta, miente. No atiende a razones. No quiere mejorar".
Y pasa, cómo no, por la fase de rebelión, aunque algún compañero le sugiere desde el principio: "Aquí hay que hacer lo que mandan o no sobrevives. Sé quien aguantará y quién no". En un principio, disimula en sus cartas: "Querida mamá. No te preocupes. Estoy bien. Aprendo mucho de la fe cristiana. Se ocupan de mi trabajo al aire libre y he hecho muchos amigos. Escribe pronto. Wolfgang". Pero más adelante ya predomina la desesperación sobre el disimulo: "Querida mamá. Sacadme de aquí, por favor. No aguanto más. Nos pegan y nos torturan. A veces lloro hasta que me duermo. Me gustaría volver a casa. No causaré problemas. Te echo mucho de menos. Wolfgang".
Y se desgranan los días y con ellos los sentimientos que surgen a flor de piel entre los internos, entre violencia y casi torturas, entre recelo y amistad, entre traición y solidaridad, entre insumisión y redención. Y allí donde hay un libro de castigos, los niños canta en ocasiones: "Hay una casa en Nueva Orleans a la que llaman el Sol Naciente...". Y aunque nuestros protagonistas intentan huir entre las ciénagas del pantano, pero es imposible, como es casi imposible ya huir de sus vidas.
Y así llegamos al final y al epílogo de la cinta: "Hasta los años 70, Freistatt se consideraba uno de los correccionales más severos. Desde 1945 más de 800.000 chicos y chicas pasaron por 3.000 de estos centros de la Iglesia y estado en la República Federal Alemana. El Parlamento alemán no aprobó indemnizaciones hasta 2010. Hoy Freistatt es una organización social moderna con un amplio programa pedagógico para niños y adolescentes".
El cine nos asoma de nuevo a lugares oscuros de la humanidad, muy proclive cuando se mezcla infancia e internados de docencia y religión no humanizada (y donde se pierde el verdadero sentido de la fe, en Dios y en el hombre). Ya nos ocurrió en Cine y Pediatría con otras filmografías, como la película francesa Adiós, muchachos (Louis Malle, 1987), las irlandesas Las hermanas de la Magdalena (Peter Mullan, 2002) o Los niños de San Judas (Aisling Walsh, 2003), la alemana Napola (Dennis Gansel, 2004) o la británica Philomena (Stephen Frears, 2013).
Reconducir por el buen camino a supuestos jóvenes descarrilados es lo que pretendían este tipo de centros... y casi nunca lo consiguieron. Pretendían ser refugios de la vida, pero la vida es mucho más que un refugio... porque todos buscamos la casa del sol naciente.
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