Una película peculiar, no por su temática (la importancia de la música en la educación), sino por la combinación de su director y su actriz: Wes Craven y Meryl Streep. Wes Craven forma junto a David Cronenberg y John Carpenter una tríada esencial para entender el cine de terror actual; de su dirección han salido títulos emblemáticos en ese género como Pesadilla en Elm Street (con su personaje Freddy Krueger) o la saga Scream. Meryl Streep es para muchos la mejor actriz de la historia, o al menos la más laureada, con 20 nominaciones al Óscar (4 como actriz de reparto y 16 como actriz principal), que consiguió en tres ocasiones: como actriz de reparto en Kramer contra Kramer (Robert Benton, 1979) y como actriz principal en La decisión de Sophie (Alan J. Pakula, 1982) y en La dama de hierro (Phyllida Lloyd, 2012). Y también fue nominada en la película que hoy nos convoca: Música del corazón (Wes Craven, 1999).
Y esa es la peculiaridad de Música del corazón, que se gesta de una combinación no habitual: 1) porque Wes Craven, extrañamente alejado aquí del cine de terror, se atreva con una película de corte tradicional, basada en una historia real y que puede ver junta toda la familia; y 2) porque Meryl Streep acepte dar vida a Roberta Guaspari y se ponga bajo la dirección de Wes Craven, quien graba esta película entre Scream 2 y Scream 3, y ello para lanzar un mensaje bien conocido de esta historia real: que es posible superar las dificultades que uno se encuentra en la vida si se lucha lo suficiente. En realidad esta historia ya aparece en la pantalla en 1996 cuando se rodó un documental titulado Small Wonders (Pequeñas Maravillas), donde aparecía la verdadera Roberta Guaspari enseñando a sus alumnos, documental que también se conoce con otro título, Fiesta del violín, dirigido por Alan y Lana Miller y que estuvo nominado a un Oscar en la categoría de mejor documental. Este documental fue el punto de partida para el proyecto de filmar una película basada en la vida de Roberta Guaspari.
Y en Música del corazón los títulos de créditos iniciales pasean entre fotos de recuerdo de una familia. Y al finalizar, la última foto del álbum la parte en dos nuestra protagonista, hecho inequívoco de que algo se ha roto en su vida. Una mudanza con sus hijos aún pequeños y muchos violines en la mudanza. Las cartas de la historia casi están echadas para revisar la historia de esta mujer despechada por su marido militar, Roberta Guaspari, y por el que se vio obligada a viajar y a cerrar su profesión de músico al contexto familiar de su dos hijos. Ahora tiene que abrirse camino en la vida, y la vida le lleva a ser maestra sustituta de música en un barrio de Nueva York que está para pocas músicas, el East Harlem.
La entrada no fue fácil, pues la directora (Ángela Basset) le dice en la primera entrevista: "Me pareció una buena idea dar clases de violín. Pero no tiene los títulos adecuados ni ninguna experiencia en escuelas de suburbios. Lo siento mucho". Pero ella no se rinde, aparece con sus dos hijos, le hace una demostración y le asegura: "Tengo muchos violines. Tengo 50 violines". Al principio, los chicos, sus padres, y los compañeros maestros se mostraron escépticos. Sin embargo, Roberta enseñaba con tal apasionamiento (y un lenguaje tan procaz) que contagió a sus alumnos, y con dedicación consiguió que los jóvenes violinistas empezaran a mostrar resultados increíbles. Y eso también les ayudaba para mejora la confianza en sí mismos y en la vida que les rodeaba, no siempre la mejor. Y allí estaban DeSean, Guadalupe, Naeem, Becky, Ramón, Lucy, Vanessa, y tantos otros.
Cada año eran más los que competían por tener un lugar en la clase de Roberta y cada año Roberta descubría el potencial y la brillantez que se ocultaba en el espíritu de sus estudiantes. Y lo que empezó con dificultad, diez años después las clases de violín de Roberta Guaspari se convirtieron en un clásico en el colegio (y en otros dos colegios más). Pero, pese a sus éxitos, hay un recorte de presupuestos al centro y siempre es la cultura y el arte lo que sale perdiendo en primer lugar. Y Roberta es despedida, porque prescinden de las clases de violín. Pero con la ayuda de sus amigos y de la comunidad, plantó cara al problema y logró realizar un concierto benéfico, ni más ni menos que en el Carnagie Hall y con el apoyo, ni más ni menos, que de Isaac Stern, Itzhak Perlman y otro buen número de artistas (una de las mayores reuniones de músicos célebres que se hayan visto en la pantalla en mucho tiempo) que se unieron para tocar el Concierto para dos violines en re menor de Bach, una de las piezas más reconocidas del genio y considerada una de las obras maestras del Barroco.
Y en ese epílogo, dos momentos destacados antes del concierto. Uno, las palabras de la directora del colegio ante todo el auditorio: "Hace 10 años Roberta Gaspari Demetras entró en mi despacho porque necesitaba trabajo. Y porque estaba convencida de que cualquier niño podía aprender a tocar el violín. Juntas creamos el curso de violín de East Harlem mediante el cual más de mil alumnos han ampliado su visión de lo que es posible en la vida. Si se elimina un curso así el futuro de nuestros hijos se tambalea. Les doy las gracias a todos por su generoso apoyo y deseo de todo corazón que disfruten del concierto. Gracias". Otro, las palabras de Roberta a sus alumnos: "Quiero que toquéis con el corazón. Tocar como sabéis hacerlo. No miréis al público, miradme a mí. No debéis tener miedo. Hoy vais a tocar muy, pero que muy bien. Tocad con el corazón. Estoy orgullosa de vosotros".
Porque lo cierto es que la historia de Roberta Guaspari es un modelo a seguir como ejemplo de resiliencia: en 1981, comenzó a dar clases de violín a los niños de una escuela pública del barrio neoyorkino de Harlem, que en principio parecería uno de los lugares menos indicados para esa labor. Sin embargo, su éxito fue notable, consiguió despertar en cientos de niños el amor a la música (y el saber superar cualquier dificultad que se les presente) y cuando diez años después la escuela dio por terminados los cursos, debido a un recorte presupuestario, Roberta pudo continuar enseñando gracias a una fundación creada al efecto, llamada "Opus 118", que se financiaba a través de donaciones privadas y conciertos benéficos. Y, como hemos visto, para estos últimos ofrecieron su desinteresada colaboración artistas de la talla de Isaac Stern o Itzhak Perlman.
Tres detalles musicales finales: 1) Meryl Streep tuvo que aprender a tocar el violín para la película y lo hizo siguiendo el mismo método que los niños a los que se la veía dar clase; 2) todos los niños que aparecen en la película tocando el violín han sido alumnos de Roberta en la vida real y en cuanto al repertorio que tocan, en sus primeros conciertos se limitada a piezas como la canción infantil "Twinkle, twinkle, little star" (en español "Campanitas del lugar") y en las que Roberta hacía a sus alumnos introducir un "rallentando", que causaba un gran efecto entre el público, preguntándose a qué venía esa detención; y 3) en la película aparece la famosa cantante cubano-americana, Gloria Estefan, en lo que supuso su debut en la pantalla como profesora del colegio y que, de paso, pone la voz a la canción de los créditos finales, en lo que viene a ser la canción propia de la película: "Music of My Heart".
Está claro que la música y la educación no es algo nuevo y ya en Cine y Pediatría hemos dejado claros ejemplos: Profesor Holland (Stephen Herek, 1995), Los chicos del coro (Christophe Barratier, 2004), Maroa (Solveig Hoogesteijn, 2004), Gabrielle (Louise Archambault, 2013), El coro (François Girard, 2014), entre otras. Pero cuando nos encontramos ante una historia real, la música del corazón llega al corazón... aunque su director sea alguien no esperado.
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