En el año 2001, el actor, director, guionista y productor italiano Nanni Moretti, caracterizado en sus obras por el sarcasmo y la crítica social, sorprendió a propios y extraños con una película de la dimensión de La habitación del hijo, llegando a ser premiado con la Palma de Oro del Festival de Cannes. Una película que nos habla de un fallecimiento intempestivo en su máxima expresión: la inesperada muerte de un hijo adolescente por un accidente. Y a través de ello viajamos en esa familia por las cuatro fases de elaboración del duelo: fase de aturdimiento, fase de anhelo (o búsqueda), fase de desorganización (o desesperanza) y fase de reparación. Porque la muerte de un hijo se convierte, por derecho propio, en una de las máximas expresiones de pérdida de un ser querido, algo así como el duelo por antonomasia.
Pues bien, en el año 2016, la directora y guionista holandesa Paula van der Oest, nos presenta la película Tonio, seleccionada en su momento para representar a los Países Bajos como Oscar en lengua extranjera. Fundamentada en la novela de A.F. Th. van der Heijden, uno de los novelistas más aclamados de ese país, donde se parte de la intempestiva muerte de su hijo de 21 años, Tonio van der Heijden, quien fue atropellado por la noche mientras volvía a casa en bicicleta. “Escribo esto especialmente para ti. No para el descanso de tu alma, al contrario, espero atraer su atención. Tiene que estar agitada. A través de tu alma quiero que sepas que el dolor que sufriste a lo largo de todas aquellas horas, lo hemos acogido nosotros de por vida. No descansa en paz”. Con esta voz en off, una foto en blanco y negro de un joven que simula Oscar Wilde y un desaliñado hombre de mediana edad tecleando sus sentimientos en una máquina de escribir, comienza Tonio.
Y a partir de ahí nos adentramos en un guión de idas y vueltas a distintos momentos del pasado y del presente, del recuerdo y de la realidad, de la felicidad por venir, de la tragedia presente y de la tristeza por llegar. Porque este trágico suceso que ocurre a Tonio (Chris Peters) cambió drásticamente la vida de sus padres (Pierre Bokma y Rifka Lodeizen), que vieron a su único hijo fallecer en cuidados intensivos. La vida de Tonio dejó un legado de dolor en sus padres, quienes lucharán para impedir que sus propias vidas sean arrastradas a una espiral descendente de tristeza.
Y las frases y reflexiones se suceden, desde la alegría del embarazo de Tonio (“Quiero parir en casa, en un hospital no”…. dice la madre, algo que reconocemos como habitual en el país donde más partos domiciliarios del mundo existen) hasta el regreso a casa sin el hijo fallecido (“No me sueltes” grita desgarrada la madre a su esposo) o las expresiones familiares tras el entierro (“El pañuelo de Tonio… sin Tonio”, dice su abuelo judío). Y es así como la estructura fragmentada narrativa y emocional de la película es el mayor activo de la misma, una manera de sacarnos de nuestra zona de confort.
Porque, estructuralmente, la película está compuesta por una cadena asociativa de altibajos emocionales a medida que los padres avanzan y retroceden entre la desesperación y la total incredulidad por un lado y la aceptación vacilante o al menos la gratitud por haber tenido a Tonio en sus vidas por el otro. Estas yuxtaposiciones sugieren que el dolor es todo menos estático y que es un arduo camino de búsqueda de respuestas a preguntas que difícilmente tendrán contestación. Y la cruda escena del padre reproduciendo el vídeo del atropello de su hijo aquella noche que regresaba a casa, y cómo para la imagen como si quisiera volver el tiempo atrás y evitar lo inevitable. Y después sale en la noche por la ciudad montado en bicicleta en busca de su hijo… quien realiza su último paseo en la escena final.
Porque toda muerte de un hijo es siempre muy dolorosa, bien por enfermedad (La decisión de Anne – Nick Cassavetes, 2009 –, Alabama Monroe - Felix Van Groeningen, 2012 –) o por accidente (El mejor – Shana Feste, 2009 -, Los secretos del corazón - John Cameron Mitchell, 2010 –), bien al nacer o en los primeros meses de vida (Un grito en la noche – Marc Foster, 2000 -, El amor y otras cosas imposibles – Don Ross, 2009 –) o en la avanzada adolescencia, como las dos películas comentadas hoy, La habitación del hijo y Tonio.
Todas nos devuelven el dolor por la pérdida de un hijo… y ese sentimiento de metas y sueños sin cumplir: las de los padres, las de la familia, las del hijo.
Pues bien, en el año 2016, la directora y guionista holandesa Paula van der Oest, nos presenta la película Tonio, seleccionada en su momento para representar a los Países Bajos como Oscar en lengua extranjera. Fundamentada en la novela de A.F. Th. van der Heijden, uno de los novelistas más aclamados de ese país, donde se parte de la intempestiva muerte de su hijo de 21 años, Tonio van der Heijden, quien fue atropellado por la noche mientras volvía a casa en bicicleta. “Escribo esto especialmente para ti. No para el descanso de tu alma, al contrario, espero atraer su atención. Tiene que estar agitada. A través de tu alma quiero que sepas que el dolor que sufriste a lo largo de todas aquellas horas, lo hemos acogido nosotros de por vida. No descansa en paz”. Con esta voz en off, una foto en blanco y negro de un joven que simula Oscar Wilde y un desaliñado hombre de mediana edad tecleando sus sentimientos en una máquina de escribir, comienza Tonio.
Y a partir de ahí nos adentramos en un guión de idas y vueltas a distintos momentos del pasado y del presente, del recuerdo y de la realidad, de la felicidad por venir, de la tragedia presente y de la tristeza por llegar. Porque este trágico suceso que ocurre a Tonio (Chris Peters) cambió drásticamente la vida de sus padres (Pierre Bokma y Rifka Lodeizen), que vieron a su único hijo fallecer en cuidados intensivos. La vida de Tonio dejó un legado de dolor en sus padres, quienes lucharán para impedir que sus propias vidas sean arrastradas a una espiral descendente de tristeza.
Y las frases y reflexiones se suceden, desde la alegría del embarazo de Tonio (“Quiero parir en casa, en un hospital no”…. dice la madre, algo que reconocemos como habitual en el país donde más partos domiciliarios del mundo existen) hasta el regreso a casa sin el hijo fallecido (“No me sueltes” grita desgarrada la madre a su esposo) o las expresiones familiares tras el entierro (“El pañuelo de Tonio… sin Tonio”, dice su abuelo judío). Y es así como la estructura fragmentada narrativa y emocional de la película es el mayor activo de la misma, una manera de sacarnos de nuestra zona de confort.
Porque, estructuralmente, la película está compuesta por una cadena asociativa de altibajos emocionales a medida que los padres avanzan y retroceden entre la desesperación y la total incredulidad por un lado y la aceptación vacilante o al menos la gratitud por haber tenido a Tonio en sus vidas por el otro. Estas yuxtaposiciones sugieren que el dolor es todo menos estático y que es un arduo camino de búsqueda de respuestas a preguntas que difícilmente tendrán contestación. Y la cruda escena del padre reproduciendo el vídeo del atropello de su hijo aquella noche que regresaba a casa, y cómo para la imagen como si quisiera volver el tiempo atrás y evitar lo inevitable. Y después sale en la noche por la ciudad montado en bicicleta en busca de su hijo… quien realiza su último paseo en la escena final.
Porque toda muerte de un hijo es siempre muy dolorosa, bien por enfermedad (La decisión de Anne – Nick Cassavetes, 2009 –, Alabama Monroe - Felix Van Groeningen, 2012 –) o por accidente (El mejor – Shana Feste, 2009 -, Los secretos del corazón - John Cameron Mitchell, 2010 –), bien al nacer o en los primeros meses de vida (Un grito en la noche – Marc Foster, 2000 -, El amor y otras cosas imposibles – Don Ross, 2009 –) o en la avanzada adolescencia, como las dos películas comentadas hoy, La habitación del hijo y Tonio.
Todas nos devuelven el dolor por la pérdida de un hijo… y ese sentimiento de metas y sueños sin cumplir: las de los padres, las de la familia, las del hijo.
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