El cine mexicano ya es un habitual en Cine y Pediatría. No es para menos, pues es puro cine en español del país con más hispanohablantes del mundo (tanto como uno de cada cuatro), un país enorme y diverso que es un continente y que aspira a un cine internacional. Y la estela de este nuevo (y gran) cine va de la mano de los autodenominados "Los Tres Amigos del Cine”, que han conseguido virar el rumbo de cine mexicano en Hollywood en lo que llevamos de década.
Estos tres tenores del séptimo arte en el bello español de México son los oscarizados directores Alejandro Gomez Iñárritu, Alfonso Cuarón y Guillermo del Toro. Los dos primeros de Ciudad de México, el último de la capital de Jalisco, Guadalajara.
Alejadro González Iñárritu fue nominado a los Oscar a Mejor película extranjera por Amores perros (2000) y por Biutiful (2010), nominaciones a Mejor película y Mejor director por Babel, pero gran triunfador con Birdman (2014), donde se alzó con cuatro Oscar (de sus nueve nominaciones), incluidos Mejor película y Mejor director. Y en el año 2015 casi lo repite con El renacido, dado que partió como favorita (la máxima nominada con 12 nominaciones) y consiguió los premios de Mejor director, Mejor actor (para Leonardo Di Caprio) y Mejor fotografía (para Emmanuel Lubezki).
Guillermo del Toro comenzó a cogerle gusto a las nominaciones al Oscar con El laberinto del fauno (2007), con seis nominaciones y tres conseguidas: Mejor fotografía, Mejor dirección artística y Mejor maquillaje. Pero obtuvo el culmen una década después, y fue con La forma del agua (2017), la máxima galardona con 13 nominaciones, de las cuales ganó cuatro estatuillas: Mejor película, Mejor director, Mejor banda sonora y Mejor diseño de producción.
Alfonso Cuarón también ha congeniado con los premios de Hollywood. Todo comenzó con su nominación a Mejor guión original de Y tu mamá también (2002), le siguieron las nominaciones a Mejor montaje y Mejor guión adaptado de Hijos de los hombres (2006) y culminó con Gravity (2014), nominada a Mejor película, pero que si lo consiguió como Mejor director y Mejor montaje. Y que este año 2019 culminó su éxito con la película que hoy nos convoca, Roma, que tras ganar el León de Oro de Venecia partía como una de las máximas favoritas a los Oscar de la última edición, siendo la sexta ocasión en la historia de estos premios en que una película compite a la estatuilla a Mejor película y Mejor película de habla extranjera en la misma edición: las otra fueron la argelina Z (Costa Gravas, 1969), la sueca Los emigrantes (Jan Troell, 1971), la italiana La vida es bella (Roberto Benigni, 1997), la taiwanesa Tigre y Dragón (Ang Lee, 2000) y la austriaca Amour (Michael Haneke, 2012). Nadie había logrado el doblete —siempre han obtenido el galardón a Mejor película de habla extranjera— y tampoco lo consiguió Roma, la primera en español, que se llevó el de Mejor película de habla extranjera, junto con el de Mejor director y Mejor fotografía, y todas fueron a parar a Alfonso Cuarón. Pues cabe decir que siempre suele encomendar la fotografía a su compatriota Emmanuel Lubezki, apodado “El Chivo” (y el mexicano más nominado a los Oscar, con 8, y el primero en la historia en ganar tres años consecutivos un Oscar a Mejor fotografía: en 2013 con Gravity, en 2014 con Birdman y en 2015 con El renacido), pero al no poder contar con él, asumió esa sorprende labor y nos regaló esas enigmáticas imágenes y luz en blanco y negro.
Nadie duda del éxito en premios de Roma a nivel internacional, y nadie duda de que el ser una película de la todopoderosa Netflix ha contribuido a ello. Otra cosa bien distinta es el éxito en críticas, pues éstas oscilan entre “obra maestra” y “maestro bodrio”. Pero no estoy aquí como crítico de cine, aunque si he de decir que no es una película fácil de ver y de disfrutar. Por no hablar de que en España se proyecte en muy pocas salas de cine y, además, se subtitule al español: que se entendería cuando las criadas hablan en mixteco, pero resulta paradójico cuando hablan en español, el español de México.
Roma comienza con un primer plano fijo de unos baldosines en los que aparece continuamente agua con jabón, y que dura lo que duran los créditos iniciales. A continuación se refleja sobre el agua un avión que pasa por el cielo. Se abre el plano y se nos presenta a nuestra protagonista, Cleodegaria Gutiérrez, Cleo para la familia (Yalitza Aparicio), la sirviente indígena analfabeta en una familia de un matrimonio de clase media-alta con cuatro hijos que viven no en la capital de Italia, sino esa colonia de Ciudad de México conocida como Roma y que fuera creada durante la primera década del siglo XX, asentamiento en principio de la clase alta de la ciudad, en el que se edificaron suntuosas mansiones y palacetes.
El guión de Roma se basó en los recuerdos de infancia de Cuarón y está ambientada en la década de los año 70. Por tanto, ese fue su barrio y su familia, y esta película va dedicada a Liboria “Libo” Rodríguez, la sirvienta que le crió a él y sus hermanos, y que aquí adquiere el nombre de Cleo. Y la cámara de Cuarón atrapa los fotogramas que decidió que tenían que ser en blanco y negro para reflejar mejor el color de esa época de de su infancia, y dar testimonio de una vida nada fácil de esta Libo/Cleo que veló por él y todos sus hermanos, que en medio de la desolación sentimental, el abandono y la mezquindad que se ensañaron con ella tuvo fuerzas y generosidad para seguir arropando en todos los sentidos – recordamos la secuencia del mar y cartel de la película - a esa familia burguesa que habita en la ciudad de México con los problemas del desamor de los padres.
Paco, Toño, Sofi y Leo (alter ego de Cuarón) son los cuatro hijos de Doña Sofía (Marina de Tavira) y Don Antonio, médico de profesión, y que están bajo el cuidado de dos criadas indígenas, una de ellas Cleo (“Dejar de hablar así”, les dice Pepe cuando hablan en mixteco). Y la película avanza como un homenaje a las dos mujeres de la vida de Cuaron, su madre y su criada, Sofía y Cleo, Yalitza Aparicio y Marina de Tavira (ambas nominadas a los Oscar como Mejor actriz de reparto y Mejor actriz). Dos mujeres abandonadas ante la visión de estos cuatro hermanos. Sofía abandonada por su marido, aunque a los niños les dicen al principio que se ha ido a un congreso a Quebec. Cleo abandonada por lo que no llega a ser un novio, y que en su primera relación sexual queda embarazada: “No me ha llegado el mes. Creo que estoy en estado” y el tal Fermin, un obseso de las artes marciales, le espeta con toda la violencia y machismo que se pueda imaginar: “Puta criada”. Por ello, en un momento de la película una doña Sofía borracha le espeta a Cleo: “No importa lo que te digan… siempre estamos solas”.
Y la cámara de Cuarón - manejada por él mismo, como el guión y la dirección, por algo es su vida - crea un efecto hipnótico desde el primer plano hasta el último: otra cosa es que quizás 135 minutos no sigue el principio de menos es más. Sí, es cierto que utiliza un primoroso lenguaje visual para hablar de eso tan simple y tan complejo, tan alegre y tan amenazador, tan luminoso y tan sombrío, tan cotidiano y tan excepcional, tan apacible y tan violento, tan tierno y tan cruel que definimos como vida. Y esa vida pasa delante nuestro como espectadores en escenas como las de Pepe y Cleo tumbados en la terraza (“Me gusta estar muerta”, le dice), Cleo apagando las luces de la casa o despertando con delicadeza a los niños, la fiesta de Año Nuevo en la hacienda de los amigos (“Qué desconfiada. Te estás volviendo como los de la ciudad”, le dicen), el entrenamiento al aire libre de las decenas de amantes de las artes marciales, entre los que se encuentra Fermin (“Que la energía acoja a todos los combatekas esta tarde… El verdadero milagro radica en vuestra propia voluntad”), la escena de guerrillas en la calle protagonizada por ese grupo paramilitar conocido como Los Halcones (rememoración de la Masacre de Corpus Christi aquel 10 de junio de 1971), las varias escenas del acto de aparcar el coche en la estrecha cochera de la casa, el sismo en la Maternidad (qué sería de México sin terremotos), el viaje a la playa de Tuxpan en Veracruz y cuando doña Sofía cuenta la verdad a sus hijos (“Va a haber muchos cambios. Pero estamos juntos… tenemos que estar muy juntos en esta nueva aventura”) y la escena mítica en la playa, con Cleo, Sofía y los cuatro hijos abrazados tras evitar que murieran ahogados y la reveladora declaración de Cleo: “Yo no quería que naciera”.
Y ello nos retrotrae a uno de las escenas más icónicas y duras, el viaje a ese paritorio casi apocalíptico del hospital público de la Ciudad de México, donde la ginecóloga dice: “No latidos cardíacos, líquido meconial. Llamen al pediatra, es una urgencia”. Y el pediatra, visionado al fondo dice “Está en paro, iniciamos reanimación” (por cierto, un mal ejemplo para aprender reanimación cardiopulmonar,… pero eran otros tiempos y es ficción, espero). Y luego el mensaje del reanimador: “Señora, no escucho el corazón de su bebé…Lo siento mamá, tu bebé nació muerto. Despídete de ella”.
Y así es la memoria de la infancia de este director (aquí también guionista y fotógrafo) llamado Alfonso Cuaron, una infancia con sombras y claroscuros como sus imágenes, con la incertidumbre y la indefensión de aquella época en la que el paraíso de la niñez puede desaparecer. Y en ese aparente caos surge en su vida un ser íntegro, puro, generoso, admirable, como Cleo. Porque Roma es un testimonio personal de los recuerdos de su infancia y de las mujeres que les dieron forma. Y es que la infancia siempre es demasiado importante como para ofrecerle un homenaje…
Y el recuerdo de esos aviones que sobrevuelan de forma repetida el cielo, pues nuestro director vivía junto al aeropuerto. Y de tanto recuerdos de su Ciudad de México en los años 70: los vendedores afuera de las vastas salas de cine de las colonias Roma y Condesa, los estacionamientos apretados por donde no cabían los gigantescos carros de marcas estadounidenses de la época, las fiestas de la pequeña burguesía al borde del aquelarre, las comedias televisivas con su humor simplón, los viajes improvisados a la playa... Porque Roma es la película más personal de Alfonso Cuarón y de “Los Tres Amigos del Cine” y por su memoria algunos lo considera ya un autor y voz del cine “mexicano” a la altura de Buñuel o Ripstein.
Alfonso Cuarón también ha congeniado con los premios de Hollywood. Todo comenzó con su nominación a Mejor guión original de Y tu mamá también (2002), le siguieron las nominaciones a Mejor montaje y Mejor guión adaptado de Hijos de los hombres (2006) y culminó con Gravity (2014), nominada a Mejor película, pero que si lo consiguió como Mejor director y Mejor montaje. Y que este año 2019 culminó su éxito con la película que hoy nos convoca, Roma, que tras ganar el León de Oro de Venecia partía como una de las máximas favoritas a los Oscar de la última edición, siendo la sexta ocasión en la historia de estos premios en que una película compite a la estatuilla a Mejor película y Mejor película de habla extranjera en la misma edición: las otra fueron la argelina Z (Costa Gravas, 1969), la sueca Los emigrantes (Jan Troell, 1971), la italiana La vida es bella (Roberto Benigni, 1997), la taiwanesa Tigre y Dragón (Ang Lee, 2000) y la austriaca Amour (Michael Haneke, 2012). Nadie había logrado el doblete —siempre han obtenido el galardón a Mejor película de habla extranjera— y tampoco lo consiguió Roma, la primera en español, que se llevó el de Mejor película de habla extranjera, junto con el de Mejor director y Mejor fotografía, y todas fueron a parar a Alfonso Cuarón. Pues cabe decir que siempre suele encomendar la fotografía a su compatriota Emmanuel Lubezki, apodado “El Chivo” (y el mexicano más nominado a los Oscar, con 8, y el primero en la historia en ganar tres años consecutivos un Oscar a Mejor fotografía: en 2013 con Gravity, en 2014 con Birdman y en 2015 con El renacido), pero al no poder contar con él, asumió esa sorprende labor y nos regaló esas enigmáticas imágenes y luz en blanco y negro.
Nadie duda del éxito en premios de Roma a nivel internacional, y nadie duda de que el ser una película de la todopoderosa Netflix ha contribuido a ello. Otra cosa bien distinta es el éxito en críticas, pues éstas oscilan entre “obra maestra” y “maestro bodrio”. Pero no estoy aquí como crítico de cine, aunque si he de decir que no es una película fácil de ver y de disfrutar. Por no hablar de que en España se proyecte en muy pocas salas de cine y, además, se subtitule al español: que se entendería cuando las criadas hablan en mixteco, pero resulta paradójico cuando hablan en español, el español de México.
Roma comienza con un primer plano fijo de unos baldosines en los que aparece continuamente agua con jabón, y que dura lo que duran los créditos iniciales. A continuación se refleja sobre el agua un avión que pasa por el cielo. Se abre el plano y se nos presenta a nuestra protagonista, Cleodegaria Gutiérrez, Cleo para la familia (Yalitza Aparicio), la sirviente indígena analfabeta en una familia de un matrimonio de clase media-alta con cuatro hijos que viven no en la capital de Italia, sino esa colonia de Ciudad de México conocida como Roma y que fuera creada durante la primera década del siglo XX, asentamiento en principio de la clase alta de la ciudad, en el que se edificaron suntuosas mansiones y palacetes.
El guión de Roma se basó en los recuerdos de infancia de Cuarón y está ambientada en la década de los año 70. Por tanto, ese fue su barrio y su familia, y esta película va dedicada a Liboria “Libo” Rodríguez, la sirvienta que le crió a él y sus hermanos, y que aquí adquiere el nombre de Cleo. Y la cámara de Cuarón atrapa los fotogramas que decidió que tenían que ser en blanco y negro para reflejar mejor el color de esa época de de su infancia, y dar testimonio de una vida nada fácil de esta Libo/Cleo que veló por él y todos sus hermanos, que en medio de la desolación sentimental, el abandono y la mezquindad que se ensañaron con ella tuvo fuerzas y generosidad para seguir arropando en todos los sentidos – recordamos la secuencia del mar y cartel de la película - a esa familia burguesa que habita en la ciudad de México con los problemas del desamor de los padres.
Paco, Toño, Sofi y Leo (alter ego de Cuarón) son los cuatro hijos de Doña Sofía (Marina de Tavira) y Don Antonio, médico de profesión, y que están bajo el cuidado de dos criadas indígenas, una de ellas Cleo (“Dejar de hablar así”, les dice Pepe cuando hablan en mixteco). Y la película avanza como un homenaje a las dos mujeres de la vida de Cuaron, su madre y su criada, Sofía y Cleo, Yalitza Aparicio y Marina de Tavira (ambas nominadas a los Oscar como Mejor actriz de reparto y Mejor actriz). Dos mujeres abandonadas ante la visión de estos cuatro hermanos. Sofía abandonada por su marido, aunque a los niños les dicen al principio que se ha ido a un congreso a Quebec. Cleo abandonada por lo que no llega a ser un novio, y que en su primera relación sexual queda embarazada: “No me ha llegado el mes. Creo que estoy en estado” y el tal Fermin, un obseso de las artes marciales, le espeta con toda la violencia y machismo que se pueda imaginar: “Puta criada”. Por ello, en un momento de la película una doña Sofía borracha le espeta a Cleo: “No importa lo que te digan… siempre estamos solas”.
Y la cámara de Cuarón - manejada por él mismo, como el guión y la dirección, por algo es su vida - crea un efecto hipnótico desde el primer plano hasta el último: otra cosa es que quizás 135 minutos no sigue el principio de menos es más. Sí, es cierto que utiliza un primoroso lenguaje visual para hablar de eso tan simple y tan complejo, tan alegre y tan amenazador, tan luminoso y tan sombrío, tan cotidiano y tan excepcional, tan apacible y tan violento, tan tierno y tan cruel que definimos como vida. Y esa vida pasa delante nuestro como espectadores en escenas como las de Pepe y Cleo tumbados en la terraza (“Me gusta estar muerta”, le dice), Cleo apagando las luces de la casa o despertando con delicadeza a los niños, la fiesta de Año Nuevo en la hacienda de los amigos (“Qué desconfiada. Te estás volviendo como los de la ciudad”, le dicen), el entrenamiento al aire libre de las decenas de amantes de las artes marciales, entre los que se encuentra Fermin (“Que la energía acoja a todos los combatekas esta tarde… El verdadero milagro radica en vuestra propia voluntad”), la escena de guerrillas en la calle protagonizada por ese grupo paramilitar conocido como Los Halcones (rememoración de la Masacre de Corpus Christi aquel 10 de junio de 1971), las varias escenas del acto de aparcar el coche en la estrecha cochera de la casa, el sismo en la Maternidad (qué sería de México sin terremotos), el viaje a la playa de Tuxpan en Veracruz y cuando doña Sofía cuenta la verdad a sus hijos (“Va a haber muchos cambios. Pero estamos juntos… tenemos que estar muy juntos en esta nueva aventura”) y la escena mítica en la playa, con Cleo, Sofía y los cuatro hijos abrazados tras evitar que murieran ahogados y la reveladora declaración de Cleo: “Yo no quería que naciera”.
Y ello nos retrotrae a uno de las escenas más icónicas y duras, el viaje a ese paritorio casi apocalíptico del hospital público de la Ciudad de México, donde la ginecóloga dice: “No latidos cardíacos, líquido meconial. Llamen al pediatra, es una urgencia”. Y el pediatra, visionado al fondo dice “Está en paro, iniciamos reanimación” (por cierto, un mal ejemplo para aprender reanimación cardiopulmonar,… pero eran otros tiempos y es ficción, espero). Y luego el mensaje del reanimador: “Señora, no escucho el corazón de su bebé…Lo siento mamá, tu bebé nació muerto. Despídete de ella”.
Y así es la memoria de la infancia de este director (aquí también guionista y fotógrafo) llamado Alfonso Cuaron, una infancia con sombras y claroscuros como sus imágenes, con la incertidumbre y la indefensión de aquella época en la que el paraíso de la niñez puede desaparecer. Y en ese aparente caos surge en su vida un ser íntegro, puro, generoso, admirable, como Cleo. Porque Roma es un testimonio personal de los recuerdos de su infancia y de las mujeres que les dieron forma. Y es que la infancia siempre es demasiado importante como para ofrecerle un homenaje…
Y el recuerdo de esos aviones que sobrevuelan de forma repetida el cielo, pues nuestro director vivía junto al aeropuerto. Y de tanto recuerdos de su Ciudad de México en los años 70: los vendedores afuera de las vastas salas de cine de las colonias Roma y Condesa, los estacionamientos apretados por donde no cabían los gigantescos carros de marcas estadounidenses de la época, las fiestas de la pequeña burguesía al borde del aquelarre, las comedias televisivas con su humor simplón, los viajes improvisados a la playa... Porque Roma es la película más personal de Alfonso Cuarón y de “Los Tres Amigos del Cine” y por su memoria algunos lo considera ya un autor y voz del cine “mexicano” a la altura de Buñuel o Ripstein.
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