sábado, 2 de noviembre de 2019

Cine y Pediatría (512). “El viaje de Fanny” y el viaje a ninguna parte


El historiador inglés Lord Acton - famoso por haber acuñado el conocido aforismo «El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente» - puso ya de manifiesto a finales del siglo XIX la naturaleza contradictoria del nacionalismo, pues así como apareció como una fuerza liberadora y democrática en aquella convulsa Europa, aún no habían aparecido sus desviaciones integristas, totalitarias, imperialistas y xenofóbicas. Y ya fue en el siglo XX cuando se pueden obtener dos grandes conclusiones: que el nacionalismo como tal continuó siendo una fuerza de transformación y cambio y que los nacionalismos (porque hay muy distintas tipologías: liberales y autoritarios, religiosos, étnicos y lingüísticos, abiertos y cerrados) serían causa de importantes y a menudo violentos conflictos, con consecuencias casi siempre decisivas y muchas veces – las dos Guerras Mundiales, por ejemplo – aciagas.

Tras la Segunda Guerra Mundial, en Europa occidental el desprestigio de las ideas nacionalistas y los nacionalismos generaría la aparición del proyecto territorial y político de la construcción de una Europa unida y supranacional, la construcción de la Unión Europea. Otra cosa bien distinta se asoció en lo que se llamaría “tercer mundo” (Asia, África) a movimientos de liberación nacional y/o anti-imperialistas y que estaría en la raíz de alguno de los espinosos problemas internacionales de la posguerra: procesos de decolonización o conflicto árabe-israelí.

El nacionalismo reaparecería en las últimas décadas del siglo XX en la desarrollada y próspera Unión Europea (con particular incidencia en Irlanda del Norte - con el recuerdo del IRA -, Bélgica y España - con el recuerdo de ETA -), pero también en la formación de nuevos estados en la Europa del este tras el colapso del comunismo en 1989 y la desintegración de la Unión Europea y de Yugoslavia (conflictos que han creado el término “balcanización”).

Las guerras nunca traen nada bueno. Los guerras por los nacionalismos tampoco. Y es paradigmático el importante número de películas que nos devuelven la mirada inocente de la infancia ante el nacionalsocialismo alemán, ya por siempre conocido por el terrible nombre de nazismo. Basten algunos ejemplos que ya forman parte de la familia de Cine y Pediatría: Juegos prohibidos (René Clément, 1952), El niño y el muro (Ismael Rodríguez, 1965), El diario de Ana Frank (George Stevens, 1959), El tambor de hojalata (Volker Schöndorff, 1979), La vida es bella (Roberto Benigni, 1997), La tumba de las luciérnagas (Isao Takahata, 1998), Hijos de un mismo Dios (Yurek Bogayevicz, 2001), Napola (Dennis Gansel, 2004), El niño con el pijama de rayas (Mark Herman, 2008), Rutka: un diario del Holocausto (Alexander Marengo , 2009), La cinta blanca (Michael Haneke, 2009), La llave de Sarah (Gilles Paquet-Brenner, 2010), Lore (Cate Shortland, 2012), La ladrona de libros (Brian Percival, 2013), La profesora de Historia (Marie-Castille Mention-Schaar, 2014), La infancia de un líder (Brady Corbet, 2015), entre otros.

Y hoy llega una película más sobre esta temática, y lo que la infancia perdió en aquella Segunda Guerra Mundial. Una película que comienza con estas palabras impresas, mientras la primera escena nos muestra a distintos niños y niñas que reciben cartas en los jardines de una institución: “Durante la Segunda Guerra Mundial, en Francia, los padres judíos confiaron sus hijos a diversas organizaciones que los acogieron y se encargaron de mantenerlos a salvo de las amenazas… Basado en el relato autobiográfico de Fanny Ben-Ami publicado por ediciones de Seuil”. Así comienza nuestra película de hoy, cuyo título es El viaje de Fanny (Lola Doillon, 2015).

Basada en el libro “Le voyage de Fanny”, la película cuenta la historia de Fanny (Léonie Souchaud), una niña de 12 años de origen judío que, tras la ocupación del territorio francés por parte del ejército alemán en 1943, es confiada por sus padres con sus dos hermanas pequeñas a una institución, al igual que muchos otros niños. En la película realizamos un viaje con ella, sus dos hermanas - Georgette y Erika - y otros cinco niños a través del país, con la intención de escapar de la persecución de los solados nazis y poder atravesar a una frontera sin peligro.

La temática no resulta novedosa y parece haber sido vista otras veces, con la crudeza que reviste el hecho de que sea niños los protagonistas del dolor que deja la guerra de los adultos. Por ello, es El viaje de Fanny un film sencillo y sincero que resalta el valor de la esperanza, pero no obvia el dolor de los totalitarismos nacionalistas. Y que en su temática esta película francesa nos recuerda la temática de la película alemana Lore, pues en ambas las hermanas mayores, Fanny y Lore, adquieren la cruda e impropia responsabilidad de salvar a sus hermanos en medio de la inmundicia del nazismo.

Y por ello en nuestra película de hoy no es de extrañar que los niños se pregunten: “¿Tú ya has visto al monstruo?”. Y mientras cambian de lugar y de residencia temporal, nuestra angelical (y fuerte) Fanny sigue mirando a través de sus prismáticos para recordar la realidad que le abrazaba (la de esos padres que no volverá a encontrar) y en búsqueda de un futuro que desea (ni más ni menos que el que nunca se debiera robar a la niñez)…

Y nuestros pequeños héroes consiguen llegar a su destino a la frontera Suiza, donde ellos salvaguardan la vida y donde los espectadores nos quedamos con el colofón final: “Fanny Ben-Amy vive actualmente en Israel. Las tres hermanas vivieron en Suiza hasta el fin de la guerra. En 1946 regresaron a Francia, pero nunca más volvieron a ver a sus padres. El personaje de la Sra. Forman está inspirado en la Sra. Lotte Schwart (Directora del Castillo de Chaumont) y en la Sra. Weil-Salon. Están entre las numerosas personas dispuestas a dar su vida por salvar a los niños. Desde 1938 a 1944, varios miles de niños fueron salvados de la deportación por la OSE (Ouvre de Secours aux Infants), que los sacó de los campos, los ocultó, los pasó por las fronteras de Italia, de Suiza y de España, desde donde los enviaron a Estados Unidos”.

Es El viaje de Fanny – como el resto de películas reseñadas – una lección de historia y una lección de vida. Más nos valdría aprender bien esta lección para no volver a suspender como sociedad. Porque hay demasiados viajes que no llevan a ninguna parte… o llevan inevitablemente a la confrontación y a la guerra entre civiles. Que los niños padezcan los errores de los adultos es doloroso, pero que los adultos pongan a la infancia en medio de sus objetivos políticos es intolerable, cruel y soez.

Y el que tenga oídos que oiga… una vez más. Y hasta que nos quedemos afónicos.

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