En nuestro post previo hablamos del director que inició el cine quinqui, el barcelonés José Antonio de la Loma. Y hoy centramos nuestra atención en el director que consolidó este género: el director guipuzcoano Eloy de la Iglesia, quien para algunos ha sido definido como “el Pasolini” español, y ello por su estilo naturalista, directo y tendente a mostrar realidades sociales y temas incómodos, así como por su tendencia comunista y homosexual, lo que le provocó amplias disputas con la censura cinematográfica de la época.
Y dentro de su filmografía, que abarca un total de 22 películas dirigidas durante casi cuatro décadas, tuvo un lugar especial sus películas alrededor del cine quinqui, donde destacamos cinco obras (con su habitual guionista, Gonzalo Goicoechea): Navajeros (1980), Colegas (1982), El pico (1983), El pico 2 (1984) y La estanquera de Vallecas (1987). Y a estas películas dedicamos nuestro capítulo de hoy, así como a sus actores fetiche que se fueron repitiendo en su filmografía: destaca José Luis Manzano, “El Jaro”, pero también José Luis Fernández Eguía, “El Pirri”, o Quique San Francisco.
Navajeros (1980) comienza con una advertencia (“Esta historia está basada en hechos reales, aunque son imaginarios todos los personajes que en ella aparecen”) y una frase del pensador chino del siglo V a.C., Ten-Si: “Los hombres no se hacen criminales porque lo quieran, sino que se ven conducidos hacia el delito por la miseria y la necesidad”. A continuación, una vista exterior e interior de la famosa cárcel de Carabanchel en Madrid y esta voz en off: “Ante de que José Manuel Gómez Perales, alias “El Jaro”, cumpliera los 16 años, figuraban en su ficha policial los siguientes hechos delictivos: 500 tirones, 400 asaltos a garajes, 50 robos a comercios y más de 80 atracos a transeúntes. Se fugó 29 veces del reformatorio y fue herido en tres ocasiones por enfrentamientos con las fuerzas del Orden Público”. Allí donde un periodista interpretado por José Sacristán desea realizar un reportaje de la delincuencia juvenil, especialmente establecida en los barrios marginales de las grandes ciudades. Ese submundo de delincuencia, drogas y chaperos, adolescentes con 15 o menos años que se escapan continuamente de los reformatorios, mientras les espera la cárcel o un peor final. Una vida que transcurre demasiado rápido para ellos entre policías, jueces, guardias civiles, jueces, asistentes sociales y psicólogos, entre caballos, prostitutas y proxenetas. Y alrededor de “El Jaro” y su banda aparecen tres personajes clave: la maternal prostituta de origen mexicano (Isela Vega), el periodista (José Sacristán) y la adolescente drogadicta (Verónica Castro). Pero ninguno de los tres consigue cambiar su triste destino. Y finaliza la película con el llanto de un recién nacido bajo los efectos de una reanimación neonatal superficial. Y así Navajeros aparece como la historia real sobre el mundo de la delincuencia juvenil, las drogas, la prostitución y la marginalidad, un retrato buñuelesco que nos remite a Los olvidados (Luis Buñuel, 1950).
Colegas (1982) comienza con un videojuego arcaico que nos transporta a un barrio periférico del Madrid de los años 80. Cabe poner atención al trío de protagonistas, los hermanos Antonio y Rosario (interpretados por los hermanos Flores), y el novio de Rosario, interpretado de nuevo por José Luis Manzano, en esta historia que plantea el tema del tráfico de bebés con escenas de un costumbrismo tan feroz que llegan a asustar: baste recordar la escena de la habitación donde duermen los tres hermanos de José. Y ello con una estética de la época que incluye el papel pintando, los posters de Bruce Lee, el hule en la mesa de la cocina, los cigarrillos Winston o la llegada del Predictor. Una estética que se conjuga para mostrar la imagen descarnada del paro y drogadicción juvenil (incluso bajando al Moro), de la homosexualidad y delincuencia, del aborto y tráfico de bebés. Y finaliza con la canción del propio Antonio Flores: “Me levanté esta mañana con muchas ganas de salir de aquí…”.
El Pico (1983), la relación entre Paco (José Luis Manzano), hijo de un comandante de la Guardia Civil destinado en Bilbao, y Urko (Javier García), hijo de uno de los líderes abertzales independentistas, amigos que se acaban de enganchar a la heroína, esa droga que en aquella década de los 80 causó estragos entre los jóvenes españoles y provocó un inusitado aumento de la criminalidad. Y así se expresan al hablar de la heroína o “caballo”: “Como esto no hay nada, tío, ni el chocolate, ni las anfetas ni los tripis, nada… Te da la paz. Sí, la paz, fíjate que chorrada, esa paz de la que tanto hablan la encuentras de repente así, esnifando un poco de polvo. Y te sientes tranquilo, tranquilo”. Y se suceden escenas muy duras, como el de esa madre embarazada que no puede desengancharse y su recién nacido con síndrome de abstinencia al que la madre calma untando el chupete con “caballo”, como el de ese hijo que roba a su madre moribunda los opiáceos que utiliza como analgésicos, como ese padre que encubre a su hijo del asesinato de un matrimonio de traficantes, o como el de ese amigo Urko que fallece por sobredosis.
El Pico 2 (1984) funciona como una secuela de la anterior, donde ahora se trasladan a Madrid, con la madre de Paco fallecida unos meses antes, y se van a vivir a casa de la abuela (Rafaela Aparicio) y su criada (Gracita Morales), dos actrices clásicas de aquel cine español. Y ahora su padre Guardia Civil cambia de actor (José Manuel Cervino en la primera parte, Fernando Guillén en ésta), un padre que sigue encubriendo a su hijo y le ayuda a pasar la deshabituación a la heroína.
La estanquera de Vallecas (1987), que funciona como la explicación del síndrome de Estocolmo a la española, a ritmo de chotis y pasodoble, una comedia negra dentro del cine quinqui. Comienza la película con la canción homónima de Patxi Andión y su “… eso es Vallecas”. Y nos narra el peculiar atraco a un estanco de este barrio madrileño de Leandro (José Luis Gómez), un albañil en paro, y su amigo Tocho (José Luis Manzano, de nuevo), allí donde la señora Justa (Emma Penella) y su sobrina (Maribel Verdú) no se lo van a poner fácil. La explicación de los atracadores es muy simbólica: “Si no somos profesionales, pero robamos porque hay que papear. Dos años ya sin el paro y con el curro que hay, ¿tú cómo lo ves? Y, además, que la vida está muy mal repartida”. O la conversación entre atracadores y atracados: “Es que España es muy bonita” y la respuesta, “Según se mire… Seguro que si hubiera dos, nos iríamos a la otra”.
Estos son las cinco películas características del cine quinqui en la filmografía de Eloy de la Iglesia, como ejemplo de compromiso con la realidad inmediata frente al conformista panorama de la mayoría del cine de su tiempo.
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