El aborto ha sido ya un tema que, inevitablemente, ha tenido cabida en Cine y Pediatría. Y ello con dos entradas monográficas en los albores de nuestro
proyecto: 4 meses, 3 semanas, 2 días, la cuenta atrás para un problema de todos: el aborto y Si las paredes hablaran, cuando el aborto se plantea como una solución ante la adolescente embarazada. Más un buen número de películas donde el aborto es un tema presente, pero quizás no protagonista. Por ello, nuestra película de hoy tiene un valor esencial.
Hoy hablamos de la película estadounidense con un título tan original como Nunca, casi nunca, a veces, siempre (Eliza Hittman, 2020), donde se nos narra – de forma tan aparentemente simple como contundente - el proceso emocional (y, por supuesto, también físico) que debe sufrir una chica de 17 años desde que sospecha que está embarazada hasta que decide tomar una decisión en solitario de incalculable impacto. El cometido no era fácil, Y esta película independiente multipremiada (entre ellos el Gran Premio del Jurado en Berlín y el Premio Especial del Jurado en Sundance) a buen seguro que lo consigue.
Autumn (Sidney Flanigan), una apática y taciturna adolescente, vive en un pequeño pueblo de Pensilvania, en una familia con una madre más comprensiva con ella que el padrastro (papel esporádico para Ryan Eggold, el Dr. Max Goodwin, el director médico de la serie New Amsterdam) y con dos hermanas pequeñas. Trabaja como cajera en un supermercado rural junto con su prima Skylar (Talia Ryder), su única cómplice para sobrellevar un embarazo accidental y las posibilidades que busca para poder realizar un aborto en Nueva York, embarcándose en una aventura con más interrogantes que respuestas.
Todo empieza con una prueba rápida de embarazo y su pregunta: “Si es positivo, ¿hay manera de que sea negativo?”. Pero la respuesta es clara: “No. Un positivo siempre es positivo”, para una prueba que está claro que ahora no es nada positiva en la vida de nuestra protagonista. Y por ello consulta a los Servicios de Adopción y Maternidad, a la vez que realiza su primera revisión ginecológica, con esas palabras de ánimo de la ecografista al referirse a los latidos cardiacos de su bebé: “Y esto es el sonido más mágico que jamás escucharás”. La inesperada maternidad en su adolescencia le hace buscar alternativas. Alternativas donde el aborto aparece en primer término, pese a que le ofrecen la alternativa de la adopción y ese vídeo que le muestra con crudeza de cómo todo aborto es un acto de violencia frente al feto. Pero Autumn busca en internet las posibilidades del aborto autoinducido, como la ingestión de elevadas cantidades de vitamina C, aplicándose luego violentos golpes en su abdomen hasta provocarse hematomas.
Y así se desarrolla esta película de cine independiente, un cine sencillo, honesto, reflexivo, que muestra una realidad sin la poesía de su título. Una historia en que nada se cuenta de cómo ocurrió (se intuye en un diálogo clave), solo lo que va a acontecer en un breve espacio de días. Porque Autumn y su prima Skylar reúnen algo de dinero y se embarcan en un autobús rumbo a Nueva York. Con la dirección de una clínica apuntada en un papel y sin un lugar en el que pasar la noche, las dos chicas se adentran en una ciudad que desconocen, merodeando por esa urbe que no duerme. Por la mañana llegan a la clínica, donde un grupo de antiabortistas se manifiestan con diferentes eslóganes y también con la imagen de la Virgen de Guadalupe. Al entrar, lo primero a solucionar es la parte financiera, cómo no, estamos en Estados Unidos. A continuación, llega la consejera, quien le aconseja que, al estar de 18 semanas de gestación, el proceso debe durar dos días. Y en ese momento se desarrolla una de las escenas clave de este film, esa peculiar y detallada anamnesis: “Quiero pasar unos minutos hablando contigo. Te haré algunas preguntas. Pueden ser muy personales. Y todo lo que tienes que responder es nunca, casi nunca, a veces, siempre. Es algo así como unas preguntas de selección múltiple, pero no es un examen”. Realmente una escena muy intensa cada vez que la consejera repite las opciones en cada delicada pregunta sobre sus relaciones personales y sexuales, con esa imagen fija de Autumn que nos refleja sus distintas emociones. Este es el diálogo clave donde intuimos algo de lo que ocurrió para llegar a esta situación y que nunca se mostró ni mostrará. Y continúa la voz conciliadora en segundo plano de la consejera, ahora explicándole todo el procedimiento a seguir para practicar el aborto.
Y mientras pasan el proceso y esos dos días, Autumn y Skylar, sin dinero para pagarse un hotel – porque todo se ha invertido en el pago al a clínica -, transitan en las salas de los metros y autobuses de Nueva York, en la bolera, en los baños públicos, en el karaoke,… Y tras la larga segunda noche, con el segundo día de la intervención médica finaliza el proceso. Y a la pregunta de su prima de cómo fue todo, su escueta respuesta: “Ha sido una especia de lo que sea… Solo fue incómodo”.
Impresiona la austeridad interpretativa de Sidney Flanigan para entender el estado de la mente, el alma y el cuerpo de una adolescente que toma esta decisión sola, aquí con la única compañía de una prima de su misma edad. Y un final tan simple (y contundente) como toda la película: Autumn apoya la cabeza en el cristal del autobús de regreso y cierra los ojos. Y con los créditos finales suena la canción “Staring in a Mountain” de Sharon Van Etten (que no es otra que la actriz que protagoniza a la madre).
Nunca, casi nunca, a veces, siempre es una película tan inolvidable como su título. Porque nunca o casi nunca el embarazo no deseado de una adolescente y la decisión de abortar ha sido descrito con tal sencilla crudeza; porque a veces (o más bien siempre) se aprecia este cine que describe sin tomar partido, que deja en el aire tantas preguntas y dudas como queramos hacernos sobre esta crónica del aborto de una adolescente.
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