La maternidad subrogada (también conocida como gestación por sustitución o vientres de alquiler) se entiende cuando una mujer se presta a gestar un niño para entregarlo a quienes se lo han encargado y que a, partir de entonces, asumirán su paternidad o maternidad. Se trata de un acuerdo o contrato entre dos partes: la mujer gestante que renuncia a los derechos de filiación y la persona o pareja comitente, subrogante, aspirante o intencional que ha hecho el encargo.
La maternidad subrogada contempla una perspectiva médica (reproducción asistida, bien por inseminación artificial o reproducción in vitro) y una perspectiva legal y ética (un tema controvertido por su carácter disruptivo respecto al modo en que tradicionalmente se ha entendido la relación entre maternidad y filiación). El primer caso documentado tuvo lugar en Michigan (Estados Unidos) en 1976, y desde entonces el debate permanece. Y este debate también ha tenido su reflejo en el cine, tal como han revisado recientemente MT Icart y cols. en la revista Medicina y Cine.
Algunas películas que han tratado este tema se enumeran a continuación, películas desde distintas filmografías. Las primeras películas en tratar este tema fueron la japonesa Haragashionna (Koji Wakamatsu, 1968) y la estadounidense Un bebé para mi esposa (James Bridges, 1970), donde la causa de la subrogación era la esterilidad femenina. Luego llegaría otras películas desde diferentes nacionalidades y enfoques: desde Corea del Sur, Madre alquilada (Im Kwon-taek, 1987); desde Alemania, El cuento de la doncella (Volker Schlöndorff, 1990) y Fin de la veda (Franziska Schlotterer, 2012); desde Gran Bretaña, A la luz del fuego (William Nicholson, 1997) y Nasty Baby (Sebastian Silva, 2015); desde Dinamarca, Skagerrak (Søren Kragh-Jacobsen, 2003) y Shelley (Ali Abbassi, 2016); desde Francia, Como los demás (Vincent Garenq, 2008) y Diana puede con todo (Fabien Gorgeart, 2017); desde Estados Unidos, Chutney Popcorn (Nisha Ganatra, 1999), Baby mama (Mamá de alquiler) (Michael Mccullers, 2008) y Obsesión fatal (Jon Cassar, 2016); desde India, Life Express (Anup Das, 2010); desde Filipinas, Thy Womb (Brillante Mendoza, 2012); desde Argentina, Una especie de familia (Diegon Leman, 2017), entre otras.
Y hoy vamos a revisar dos películas, una desde Bélgica, Melody (Bernard Bellefroid, 2014), y la otra desde España, La hija (Manuel Martín Cuenca, 2021). La primera como un caso paradigmático de maternidad subrogada en tono de drama, la segunda como un caso algo diferente en tono de thriller.
Melody (2014) – no confundir con la película británica del mismo título dirigida en el año 1971 por Waris Hussein acerca de los primeros amores infantiles – nos acerca a la especial relación de dos mujeres, con papeles interpretados a flor de piel: por un lado Melody (Lucie Debay), la joven francesa que vive en la precariedad económica con el sueño de comprar un local para montar su propia peluquería; y por otro, Emily (Rachael Blake), la mujer inglesa de clase acomodada que le dice: “¿Cuánto quieres por tener a mi hijo?”.
Dos mujeres que viven vidas muy diferentes, y entre las que acaba tejiéndose una relación muy especial. Melody vive en un barrio obrero donde peina clientas a domicilio y con las que comparte complicidades y carencias; incluso llega a vivir en la calle y, ante la imposibilidad de reunir el dinero para cumplir su proyecto de la peluquería, decide proponerse como madre de alquiler y lo hace a través de las webs que existen en internet. Así conoce a Emily, una empresaria que no puede llegar a ser madre, y quien planifica la fecundación in vitro de Melody a partir de sus propios óvulos congelados. Para ello viajan a Ucrania (pues en Inglaterra no es legal) y luego convence a Melody para vivir juntas y así poder controlar todo el proceso del embarazo y parto.
Esa convivencia durante el embarazo conlleva la aparición de dudas y la revelación de secretos. Cuando Emily cuenta que un cáncer ginecológico hizo que tuvieran que extirparle el útero y reconoce las carencias que esconde tras su aparente dureza, la desconfianza mutua entre ellas se transforma en amistad. Aunque el hermano de Emily no la entiende, de ahí sus duras palabras: “Ya no estás enferma, pero no estás curada”. Todo sigue adelante bajo aparente control (en los controles ginecológicos se hacen pasar por madre e hija, y compran una autocaravana para volver a Ucrania a dar a luz), pero la historia da un giro inesperado por dos hechos: por la confesión de Melody de que fue una niña abandonada y ahora pide ser adoptada por Emily, y por la recaída del cáncer de ésta. Y estas palabras que Emily dice mientras toca la barriga de la madre de alquiler, que ahora también será su hija, nos abocan a un trágico final contado en elipsis: “Ojalá nunca tengas miedo. Y nunca tengas miedo de tener miedo…Te cuidaré”.
Y al final suenan las palabras de Melody entre lágrimas, al dar el pecho a su hijo por primera vez: “No sé ser madre. Aprenderemos juntos”. Porque en esta película, tan dura como sutil, tan mundana como poética, Melody encuentra en Emily a la
madre que nunca tuvo, y Emily empieza a ver a Melody como a la hija
que siempre ha querido.
La hija (2021) nos plantea una situación algo diferente. Nos cuenta la historia de Irene (Irene Virgüez), una adolescente de 15 años que vive en un centro para menores problemáticos y que, tras quedarse embarazada, llega a un pacto con Javier (Javier Gutiérrez), uno de los educadores del centro. Javier le ofrece vivir con él y su mujer Adela (Patricia López Arnáiz) en la casa que tienen en un paraje aislado y agreste de la sierra de Jaén para que pueda llevar a buen término - y en secreto - su embarazo. La única condición a cambio es que acepte entregarles al bebé que lleva en sus entrañas, pues ellos no pueden concebir un hijo.
Los meses de la gestación pasan como los meses del año en ese paraje natural que cambia con los colores de las estaciones. Allí donde Irene es aislada y ocultada del mundo, y donde el pacto puede verse comprometido cuando la madre biológica empieza a sentir como suya esa vida que lleva en su interior. Una película que comienza en primavera y termina en invierno, y que nos deja helados y pensativos mientras en los créditos finales suena la canción “Reina de las trincheras” de Vetusta Morla. Un enfermizo thriller sobre otra forma de ver la maternidad subrogada, una película sobre la pesadilla que supone cumplir tus sueños.
Películas para la reflexión. Porque, aunque los avances de la ciencia ofrecen nuevas oportunidades para la reproducción, no todo lo científicamente posible tiene porque ser lícito o ético, y por ello se constituye en un tema donde la ciencia, ética, legislación y religión se encuentran y, en ocasiones, se enfrentan.
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