Ayer por la noche me enteré, vía Twitter, del fallecimiento de Michael Jackson pocas semanas antes de cumplir 51 años. No es momento de recordar sus excentricidades sino de hacer memoria: Michael fue un niño explotado desde los cinco años por un padre que vio, en él y en sus hermanos, un fabuloso negocio. Para ello sometió a los cinco hermanos a un durísimo régimen de ensayos mañana y tarde llegando, cuando el padre lo estimaba "necesario", a las palizas. Michael era el menor de los famosos Jackson Five. Muy posiblemente, por ello, el eslabon más débil de la cadena. El niño al que más afectó el asfixiante ambiente familiar en el que le tocó crecer.
La historia de Michael sirve para recordarnos que uno de los factores de riesgo asociados a enfermedad mental y otras patologías en la vida adulta es, entre otros, la existencia de antecedentes de maltrato infantil. El maltrato infantil es mucho más común de lo que habitualmente se cree.
De una infancia sin infancia creció un adulto problemático y lleno de inseguridades, carne de cañón para la prensa amarilla. Nos queda su música, que le sobrevivirá. Michael contó su propia historia en una canción: "Childhood". Descanse en paz.
El padre de Jackson, inasequible al desaliento, pretande explotar a sus tres nietos. Vaya jeta:
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