Nick Cassavetes es hijo del director John Cassavetes, uno de los pioneros del cine independiente de Estados Unidos, y de la carismática actriz Gena Rowlands. Aunque no llega a la altura de sus padres, resulta un director con cierto gancho, acostumbrado a relatos cargados de emotividad y basarse en conocidas novelas (El diario de Noa) o temática sanitaria (John Q). Ahora acaba de estrenar La decisión de Anne, que combina ambos elementos: basada en la novela de Jodi Picoult “My sister's keeper” (La decisión más difícil) sobre un tema novedoso para el presente de la medicina, la jurisprudencia, la ética... y, también, para el cine: el de la gestación de hijos programados para salvar a otros. De hecho, la traducción literal de la novela sería algo así como "mi hermana donante".
Una familia de padres jóvenes (la madre, una Cameron Díaz menos sexy y divertida que en Algo pasa con Mary y el padre, un Jason Patric menos aventurero y machote que en Speed 2), con dos hijos, viven el impacto de que la niña de solo tres años (buen debut de Sofia Vassilieva) sea diagnosticada de leucemia promielocítica aguda. En la lucha ininterrumpida por salvar a esta hija, los padres programan la gestación de una nueva hija con el objetivo de paliar las carencias del organismo enfermo de su hermana mayor, según indicaciones médicas.
Aunque la película se escora en ocasiones a situaciones lacrimógenas (una frontera peligrosa en el séptimo arte) es cine con conciencia político-social, que se esmera en esbozar un discurso responsable acerca de los límites éticos de la medicina y los límites morales en la utilización de organismos sanos para la sanación de organismos enfermos. Porque el punto de partida de la película lo constituye esta hermana menor, Anne (magnífica Abigail Breslin, la considerada la nueva Jodie Foster o Natalie Portman del cine, tras su papel en Pequeña Miss Sunshine), quién a los 11 años y cansada de todos los procedimientos médicos a las que ha sido sometida (utilización de la sangre del cordón umbilical, de la médula ósea y, también en esta ocasión, de un riñón para paliar la insuficiencia renal de su hermana), decide demandar a sus padres en buscar de la autonomía médica y derecho a decidir cómo utilizar su cuerpo.
Se utilizan para el relato largos flashbacks donde cada miembro de la familia relata su visión del impacto que supone la noticia de convivir con una enfermedad como el cáncer en un hijo. Montaje, fotografía y banda sonora no dejarán indiferentes el corazón de los espectadores (en lo musical se extraña un poco de silencio en el sentido bressoniano) y, aunque no será una tarde relajada de palomitas, es posible que agradezcan ver algo que si no es real, está muy cerca de serlo. Al finalizar la sesión de cine y encenderse las luces, se podrá seguir pensando sobre un tema polémico y difícil, éticamente no resuelto, que nos enseña y humaniza, interrogando sobre los límites de las manipulaciones puramente científicas.
Muchas películas se han acercado o basado en el cáncer infantil, menos han combinado los aspectos bioéticos. Sea como sea, son películas que nos impactan, como espectadores o como médicos. Y como pediatras nos recuerda que hay colegas en nuestro país que realizan una labor encomiable en el tratamiento de estos pacientes (y sus familias).
En una reciente entrada del blog "Reflexiones de un pediatra curtido" se comentaba el listado de los mejores hospitales infantiles en Estados Unidos, así como de los mejores hospitales oncológicos de ese país. Pero también se hacía una breve reflexión sobre la gran calidad de estos servicios de Oncología Pediátrica en España.
Si se emociona con La verdad de Anne sepa que la realidad supera a la ficción y que, cada día, cientos de profesionales de la sanidad hacen una labor humana y científica sin límites en el cuidado de los niños con cáncer. Una labor que dignifica nuestra profesión y que recupera mi estima como pediatra.
Una familia de padres jóvenes (la madre, una Cameron Díaz menos sexy y divertida que en Algo pasa con Mary y el padre, un Jason Patric menos aventurero y machote que en Speed 2), con dos hijos, viven el impacto de que la niña de solo tres años (buen debut de Sofia Vassilieva) sea diagnosticada de leucemia promielocítica aguda. En la lucha ininterrumpida por salvar a esta hija, los padres programan la gestación de una nueva hija con el objetivo de paliar las carencias del organismo enfermo de su hermana mayor, según indicaciones médicas.
Aunque la película se escora en ocasiones a situaciones lacrimógenas (una frontera peligrosa en el séptimo arte) es cine con conciencia político-social, que se esmera en esbozar un discurso responsable acerca de los límites éticos de la medicina y los límites morales en la utilización de organismos sanos para la sanación de organismos enfermos. Porque el punto de partida de la película lo constituye esta hermana menor, Anne (magnífica Abigail Breslin, la considerada la nueva Jodie Foster o Natalie Portman del cine, tras su papel en Pequeña Miss Sunshine), quién a los 11 años y cansada de todos los procedimientos médicos a las que ha sido sometida (utilización de la sangre del cordón umbilical, de la médula ósea y, también en esta ocasión, de un riñón para paliar la insuficiencia renal de su hermana), decide demandar a sus padres en buscar de la autonomía médica y derecho a decidir cómo utilizar su cuerpo.
Se utilizan para el relato largos flashbacks donde cada miembro de la familia relata su visión del impacto que supone la noticia de convivir con una enfermedad como el cáncer en un hijo. Montaje, fotografía y banda sonora no dejarán indiferentes el corazón de los espectadores (en lo musical se extraña un poco de silencio en el sentido bressoniano) y, aunque no será una tarde relajada de palomitas, es posible que agradezcan ver algo que si no es real, está muy cerca de serlo. Al finalizar la sesión de cine y encenderse las luces, se podrá seguir pensando sobre un tema polémico y difícil, éticamente no resuelto, que nos enseña y humaniza, interrogando sobre los límites de las manipulaciones puramente científicas.
Muchas películas se han acercado o basado en el cáncer infantil, menos han combinado los aspectos bioéticos. Sea como sea, son películas que nos impactan, como espectadores o como médicos. Y como pediatras nos recuerda que hay colegas en nuestro país que realizan una labor encomiable en el tratamiento de estos pacientes (y sus familias).
En una reciente entrada del blog "Reflexiones de un pediatra curtido" se comentaba el listado de los mejores hospitales infantiles en Estados Unidos, así como de los mejores hospitales oncológicos de ese país. Pero también se hacía una breve reflexión sobre la gran calidad de estos servicios de Oncología Pediátrica en España.
Si se emociona con La verdad de Anne sepa que la realidad supera a la ficción y que, cada día, cientos de profesionales de la sanidad hacen una labor humana y científica sin límites en el cuidado de los niños con cáncer. Una labor que dignifica nuestra profesión y que recupera mi estima como pediatra.
Tengo muchas ganas de ver la película, precisamente por el enfoque que se le da al tema... Ahora veo que no me decepcionará, así que sólo falta pasar a comentarla por aquí en cuanto la vea.
ResponderEliminarSaludos!!
Anna,no esperes una obra de arte desde el punto de vista cinematográfico. Hay pocas películas redondas y, aún así, depende de gustos.
ResponderEliminarPero seguro que te transmite algo. Y la recordarás...
Estupenda. Acabo de verla y los sentimientos que transmite son muy duros... un rgan dilema bioético.
ResponderEliminarUn gran análisis en el post como siempre.
Un saludo!