Una de las características más importantes del cine iraní son las películas con el universo infantil como argumento y los niños como protagonistas. Hoy comentaremos la obra de tres directores, todos ellos vinculados a la “Iranian New Wave” y a la escuela creada por Abbas Kiarostami.
El color del paraíso (Majid Majidi, 1999): típico cine iraní minimalista e intimista. Una sencilla historia, bella y conmovedora, en torno de Mohamad, un niño ciego que ha aprendido a ver con el tacto y el oído, y a entender la vida mejor que los mayores. Su generosidad, su amor sincero y su afán por aprender contrastan con la vida temerosa y egoísta de su padre, un carbonero enviudado cuya obsesión por casarse de nuevo y asegurarse a alguien que le cuide en su ancianidad le llevan a buscar cómo desprenderse de su hijo, al que considera un estorbo y una maldición de Dios. En el inicio de la película aparece una escuela de niños ciegos (niños reales, no actores) y en donde nos resulta fácil identificar las distintas causas de la ceguera: cataratas congénitas, microftalmía, etc. Una visión más humana y profunda del universo infantil a través de la alegría, el dolor y la generosidad de su protagonista. Todo esto ya fue presentado por el mismo Majidi en Niños del paraíso (1997), cuya historia se centra en cómo Ali, de 9 años, al perder el calzado de su hermana menor Zahra, se ve obligado a compartir con ella sus únicas zapatillas para que sus padres, muy pobres, no lleguen a enterarse y tengan que pedir dinero prestado; el amor que los niños se profesan entre sí y a su familia pone esperanza allí donde parece no haberla. Un guión muy sencillo, pero que adquirió gran notoriedad, especialmente tras ser nominada al Oscar a la mejor película de habla no inglesa del año 1998 y su exhibición internacional de la mano de la poderosa Miramax.
El color del paraíso (Majid Majidi, 1999): típico cine iraní minimalista e intimista. Una sencilla historia, bella y conmovedora, en torno de Mohamad, un niño ciego que ha aprendido a ver con el tacto y el oído, y a entender la vida mejor que los mayores. Su generosidad, su amor sincero y su afán por aprender contrastan con la vida temerosa y egoísta de su padre, un carbonero enviudado cuya obsesión por casarse de nuevo y asegurarse a alguien que le cuide en su ancianidad le llevan a buscar cómo desprenderse de su hijo, al que considera un estorbo y una maldición de Dios. En el inicio de la película aparece una escuela de niños ciegos (niños reales, no actores) y en donde nos resulta fácil identificar las distintas causas de la ceguera: cataratas congénitas, microftalmía, etc. Una visión más humana y profunda del universo infantil a través de la alegría, el dolor y la generosidad de su protagonista. Todo esto ya fue presentado por el mismo Majidi en Niños del paraíso (1997), cuya historia se centra en cómo Ali, de 9 años, al perder el calzado de su hermana menor Zahra, se ve obligado a compartir con ella sus únicas zapatillas para que sus padres, muy pobres, no lleguen a enterarse y tengan que pedir dinero prestado; el amor que los niños se profesan entre sí y a su familia pone esperanza allí donde parece no haberla. Un guión muy sencillo, pero que adquirió gran notoriedad, especialmente tras ser nominada al Oscar a la mejor película de habla no inglesa del año 1998 y su exhibición internacional de la mano de la poderosa Miramax.
El espejo (Jafar Panahi, 1997): una película extraña, original,… quizás fallida. Una historia protagonizada por una niña de 10 años extraviada en el centro de Teherán, porque su madre no acude a recogerla a la salida del colegio. Pero en la segunda parte de la película, y de forma inesperada, la niña mira a la cámara y, cansada, dice que no va a actuar más… y al director se le ocurre seguirla. Desde este punto de vista, la primera parte funciona como una película y la segunda como un documental, como una película dentro de una película, como ya le enseño su maestro Kiarostami.
El jurado de la Mostra de Venecia del 2000 reconoció con su máximo galardón la sensibilidad y la firmeza de Panahi por denunciar en El círculo, con rigor y maestría, la opresión que padecen las mujeres en Irán. Todavía resuenan en la memoria sus palabras al recibir el León de Oro en el Lido de Venecia, pues manifestó su esperanza de que el premio "ayude a prestar atención de las mujeres en mi patria, donde viven como en una enorme prisión, independientemente de la clase social a la que pertenezcan". Y también declaró: "no podré olvidar el día en que mi mujer dio a luz y encontré a mi madre triste y decepcionada por tener que anunciarme que acababa de ser padre de una niña".
Las tortugas también vuelan (Bahman Ghobadi, 2004): hiperrealista testimonio de los dislates de la guerra de Irak en los asentamientos kurdos en la frontera con Irán, que mereció la Concha de Oro del Festival de San Sebastián de ese año. Es un poema brutal de infancias secuestradas, una bofetada a la conciencia. Un grupo de niños huérfanos con taras reales (agenesia de ambos brazos, ciegos por glaucoma congénito, cojos por las bombas, etc) se ganan la vida en el Kurdistán vendiendo minas antipersonales a la ONU, que ellos mismos extraen y de las que han sido víctimas, o canjeándolas por armas en el mercado negro. Según Ghobadi ésta es una película "antiguerra, pero sin eslogans", en el que se reflexiona sobre cómo el conflicto afecta irremediablemente la vida de niños y niñas que han perdido la inocencia y la alegría: ya no juegan, han tenido que crecer a la fuerza y cargan con una historia personal llena de violencia, abusos y dolor. Una antena parabólica, una “tortuga” (mina antipersonal), un helicóptero y unos zapatos van describiendo y uniendo la vida de los protagonistas de este relato que nos hará replantearnos la manera en que concebimos nuestra vida y el mundo que queremos construir. Ser kurdo no es fácil. Los niños de la película no son actores profesionales porque de esos no hay en Kurdistán, quizás porque Kurdistán es una patria que sólo existe en las cabezas y no en el mapa. Los kurdos son un pueblo de 12 millones de personas que no tiene fronteras propias en el atlas, sino que se esparcen entre las de Irak, Irán y Turquía. Huérfanos del mapamundi.
El cine iraní se ha ganado el prestigio paso a paso, en parte gracias al reconocimiento de los festivales de cine y también debido en buena medida a la numerosa y dinámica comunidad iraní de Estados Unidos, concentrada en torno a Los Ángeles (Tehrangeles, en el argot local). El cine iraní posee preciosas películas, no exentas tampoco de imágenes de dureza y desamparo, símil poético de situaciones sociales reales, de las que no escapan los niños. Historias de sabor neorrealista, conmovedoras y llenas de lirismo y sutileza.
Hemos citado algunos ejemplos de películas que nos arrebatan las fugaces miradas infantiles que capta la cámara... como la mirada que la niña que ilustra la entrada de hoy de nuestra sección: una mirada que llega al corazón y dice más que mil palabras…
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