Las estaciones del año son un motivo de inspiración en la historia del arte. El ejemplo que más nos viene a la memoria es la música: "Las Cuatro estaciones" de Antonio Vivaldi, en los inicios del siglo XVIII, una obra descriptiva o programática que contiene cuatro conciertos para violín y orquesta (La primavera, El verano, El otoño y El invierno) que evocan, a través de elementos de lenguaje musical, distintos aspectos de las estaciones del año. También en la pintura encontramos un ejemplo paradigmático: "Las estaciones del año", de Giuseppe Arcimboldo, pintor milanés del siglo XVI.
En cine el elemento más característico lo encontramos en Éric Rohmer, figura intelectual de la Nouvelle vague, y su serie "Cuentos de las cuatro estaciones": Cuentos de primavera (1990), Cuentos de invierno (1992), Cuentos de verano (1996) y Cuentos de otoño (1998), películas que se internan en historias de relaciones humanas, de las que el amor es el principal protagonista. En el inicio del siglo XXI nos sorprende la figura del director surcoreano Kim Ki-duk y su película de original título: Primavera, verano, otoño, invierno… y primavera (2003), que narra la historia de un monje budista y su aprendiz, quienes viven en un monasterio en medio de un lago.
En cine el elemento más característico lo encontramos en Éric Rohmer, figura intelectual de la Nouvelle vague, y su serie "Cuentos de las cuatro estaciones": Cuentos de primavera (1990), Cuentos de invierno (1992), Cuentos de verano (1996) y Cuentos de otoño (1998), películas que se internan en historias de relaciones humanas, de las que el amor es el principal protagonista. En el inicio del siglo XXI nos sorprende la figura del director surcoreano Kim Ki-duk y su película de original título: Primavera, verano, otoño, invierno… y primavera (2003), que narra la historia de un monje budista y su aprendiz, quienes viven en un monasterio en medio de un lago.
Pero aprovechando la reciente entrada del solsticio de verano en el hemisferio norte, centremos nuestra atención en aquellas películas cuyo título y/o trama versan sobre el verano, películas de todos los lares y de todas las épocas: Verano japonés: doble suicidio (Nagisa Oshima, 1932), Summer Holliday (Rouben Mamoulian, 1947), Summer Stock (Charles Walter, 1950), Un verano con Mónica (Ingmar Bergman, 1953), Locuras de verano (David Lean, 1955), Verano nublado (Zoltán Fabri, 1957), A summer place (Delmer Daves, 1959), Summer of the Seventeenth Doll (Leslie Norman, 1960), Verano caprichoso (Jiri Menzel, 1967), El verano de Picasso (Serge Bourguignon, 1968), Un verano contigo (Renato Castellani, 1969), El verano pasado (Frank Perry, 1969), Summer in the City (Wim Wenders, 1970), Summertree (Anthony Newley, 1971), Deseos de verano, sueños de invierno (Gilbert Cates, 1973), Summer City (Chistopher Fraser, 1977), Un amor de verano (Randal Kleiser, 1983), Verano asesino (Jean Becker, 1983), El verano de la señora Forbes (Jaime Humberto Hermosillo, 1988), y un largo etcétera.
Pero destacamos cuatro películas de “verano” con sabor a infancia y adolescencia:
- Verano del 42 (Robert Mulligan, 1971): amores platónicos entre un torpe adolescente de 14 años y una joven casada (una bellísima Jennifer O´Neill), cuyo esposo está en el frente de batalla durante la Segunda Guerra Mundial. Película sobre el complicado paso de los sentimientos de la adolescencia a la edad adulta, con la guerra como telón de fondo, basada en las memorias del escritor y guionista Herman Raucher. Es una de las primeras muestras del interés de Robert Mulligan por el mundo de los adolescentes y casi el origen de un subgénero con características propias.
- Verano en Louisiana (Robert Mulligan, 1991): típico despertar a la vida de una chica de 13 años que empieza a entrar en la adolescencia (debut en el cine de Reese Witherspoon) y que, a lo largo de un verano, aprenderá el valor de la familia, el amor a un chico mayor que ella y ese pequeño paso que nos separa a todos de la muerte. Contada con sensibilidad y buen gusto. Última película en la filmografía de Mulligan y, aunque pasó desapercibida en pantallas a diferencia de la anterior, se sitúa entre sus mejores obras.
- Verano de corrupción (Bryan Singer, 1998): thriller psicológico entre un adolescente fascinado por el Holocausto y su anciano vecino, un hombre de apariencia respetable que esconde a un antiguo criminal de guerra nazi. Película absorbente y perturbadora basada en la adaptación de un relato del prolífico Stephen King.
- El verano de Kikujiro (Takeshi Kitano, 1999): sorprendente película de este polifacético director japonés (también actor, comediante-presentador de “Humor amarillo”, escritor, poeta, pintor y diseñador de videojuegos), muy diferente a la violencia que destilan sus obras de yakuzas más conocidas (Boiling Point, 1990; Flores de fuego, 1997; Brother, 2000; etc). Trata sobre la amistad que se establece entre Masao (un niño de unos 6 años que vive con su abuela y que, al llegar el verano, se siente solo porque todos sus amigos se van de vacaciones y decide ir a buscar a su madre, que lo abandonó alegando que iría a buscar trabajo) y Kikujiro (un antiguo yakuza, simpático y algo zumbado). Película llena de lirismo y con una música que se convierte en el “leitmotiv” de la película. Los silencios y las miradas del niño son de una sorprendente expresividad.
Veranos de nuestra juventud. Veranos para recordar. Veranos para disfrutar. Nada mejor para ello que la música de Michel Legrand ("The summer knows") que ganó el Oscar en 1972 a la mejor música original por Verano del 42.
No hay comentarios:
Publicar un comentario