Zhang Yimou es, junto con Chen Kaige (El rey de los niños, 1987; Adiós a mi concubina, 1993), el máximo representante de la Quinta Generación del cine chino formada en el Instituto de Cine de Pekín tras la Revolución Cultural, quienes se deshicieron de los métodos tradicionales de narración (para incorporar otros menos ortodoxos) y cuyas películas lograron popularizarse fuera de China. Zhan Yimou se ha convertido en un narrador de la historia y cultura china: cronista reconocido de la China tradicional y de la China moderna. Su cine, muchas veces alejado de la doctrina oficial del régimen chino, no siempre ha sido bien aceptado en su país, donde se le han puesto todas las trabas posibles (desde denegarle permiso para realizar viajes de promoción, hasta censurarle guiones).
Debutó como director con Sorgo rojo (1987), con quien ganó el Oso de Oro Berlín y pronto pasó a ser uno de los directores chinos con mayor proyección internacional, pues los premios obtenidos en los grandes festivales de cine como Cannes, Venecia y Berlín le abrieron las puertas del mercado de la distribución. La figura de la mujer domina todo su cine y, para ello, ha tenido dos musas en su carrera: Gong Li, conocida como la “Greta Garbo” de China (Sorgo rojo, 1987; Ju Dou, semilla de crisantemo, 1990; La linterna roja, 1991; Qui Ju, una mujer china,1992; Vivir, 1994; La joya de Shanghai, 1995; La maldición de la flor dorada, 2006; amen de amante del director en la vida real) y Zhang Ziyi (El camino a casa, 1999; Hero, 2002; La casa de las dagas voladoras, 2004).
Hoy comentamos una de sus películas, Ni uno menos (1999), un poema visual y un homenaje a la inocencia, a la perseverancia y a los buenos sentimientos con la infancia como protagonista. Ganadora del León de Oro como mejor película en el Festival Internacional de Cine de Venecia 1999 y el Gallo de Oro en China, entre otros. Narra la historia de una niña de 13 años, Wei que se ve obligada a sustituir durante un mes a su maestro, por orden del alcalde, en un pequeño y aislado pueblo de las montañas. El profesor le deja un trozo de tiza para cada día y la promesa de que le dará 10 yuan si ningún estudiante (de edades comprendidas entre los 3 años hasta casi su misma edad) ha abandonado la escuela a su regreso. Pero uno de sus alumnos, Zhang, dejará el colegio debido a problemas económicos en su familia y se irá a la ciudad; la profesora irá tras él para que regrese. Emprende así un viaje interior motivado por el miedo a perder su retribución extra, pero que acaba convirtiéndose en una búsqueda de su propia vocación de servicio a los demás. La película finaliza con un toque de esperanza de cara al futuro: un conjunto de niños con sus nuevas tizas de colores.
Con esta película, Yimou (a medio camino entre John Ford y Akira Kurosawa, sus grandes referentes) se embarcó en una nueva aventura para dar mayor realismo a su historia: prescindió de cualquiera de sus dos estrellas femeninas y de otros actores profesionales y directamente eligió a personas que se encontraban ya en ese marco rural (niños, profesores y alcaldes que se interpretaron a sí mismos), caso de los dos jóvenes protagonistas (Wei Minzhi y Zhang Huike), que en la película se interpretan prácticamente a sí mismos (con los mismos nombres incluso). Ni uno menos supone además la traslación de Yimou del género melodramático hacia un cierto estilo neorrealista, casi documental. De hecho, El camino a casa (la siguiente película de Yimou, también en 1999) compone una curiosa dualidad con Ni uno menos: ambas tienen como marco la docencia en las zonas más deprimidas de la china rural y el choque con la cultura de la ciudad, y cómo el comunismo burocrático produce situaciones esperpénticas. Zhang Yimou muestra la realidad de una China Comunista que esconde sus defectos, como el analfabetismo. A pesar de su carácter crítico, la película pudo pasar la censura china, porque intencionadamente o no, en el fondo defiende parte del ideario chino comunista, basado en la solidaridad de todos y de servicio a los demás. Porque Ni uno menos es también y ante todo, un hermoso poema a la vocación docente. Cuando Wei vuelva al campo con Zhang habrá encontrado mucho más dentro de sí misma que dinero, y se habrá convertido en un elemento activo y muy importante del núcleo social al que pertenece. La película pone el acento en la solidaridad de una sociedad comunista, aparentemente sensible a los problemas de sus miembros más desfavorecidos. Nada que ver con la situación que vive actualmente China y que, de alguna, exponíamos en nuestra entrada de ayer bajo la pregunta ¿Por qué.....???????.
Zhang Yimou experimentó dos grandes dificultades en su vida, y ambas confluyen en este poema pedagógico que hoy comentamos: la primera fue verse obligado a trabajar en plantaciones de arroz durante 10 años de su juventud, antes incluso de entrar a estudiar en la escuela de cine, lo que para él fue el tiempo más importantes de su vida, pues allí conoció y se enamoró del ambiente rural que dibuja en sus películas; la segunda fue la presión que, durante bastante tiempo, sufrió por parte de la férrea administración política de su país. Pero el tiempo hizo que pasara casi de disidente político a embajador cultural de su país.
Ni uno menos bien podría situarse entre las mejores películas que tratan sobre la educación, algunas ya tratadas en nuestro blog (aquí y aquí). Pero también es una película de buenos sentimientos, llena de valores necesarios y que esconde en su interior una despiadada y nada complaciente visión del mundo, y que puede aplicarse a cualquier parte del globo, dada su universalidad. Nuestro mundo se caracteriza por una gran pobreza en medio de la abundancia: de un total de 6.800 millones de habitantes, casi la mitad viven con menos de 2 dólares diarios y una quinta parte con menos de 1 dólar al día (de ellos, casi la mitad en Asia meridional). Las diferencias existentes a nivel mundial en las tasas de mortalidad infantil es de hasta 15 veces superior entre países del Primer y Tercer Mundo, lo que da una idea de las enormes divergencias existentes. Diferencias que se extiende a la educación: según el Programa para el Desarrollo de Naciones Unidas alrededor de 115 millones de niños en el mundo no estaban inscritos en la escuela.
Os dejamos con la película de Zhang Yimou, un director chino con conciencia. Una conciencia que no siempre fue bien vista por China. Pero aún hoy (o quizás hoy más) China necesita de muchas voces críticas (sea bienvenido el séptimo arte para ello) por la sistemática vulneración de los derechos fundamentales de la infancia.
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