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sábado, 12 de noviembre de 2011

Cine y Pediatría (96). La infancia en el cine del genio de Clint Eastwood (II): “El intercambio” y “Gran Torino”


Entre nuestra publicación de la semana pasada y ésta, el mundo del cine ha tributado un nuevo homenaje a Clint Eastwood (premio al mejor director del año en el XII Festival de Hollywood), todo ello en vísperas del estreno de su próxima película, J Edgar, un biopic en el que Leonardo di Caprio interpretará al principal impulsor del FBI y una de las personas con más poder en la historia de los Estados Unidos.

Continuando con su peculiar visión de la infancia en su filmografía, el año 2008 resultó especialmente prolífico. Sólo un genio como él podía estrenar dos buenas películas casi a la vez: El intercambio y Gran Torino, ambas con la infancia como trasfondo (ya hizo algo similar en el año 2006 con Banderas de nuestros padres y Cartas desde Iwo Jima, en este caso con el trasfondo de la batalla de Iwo Jima bajo el punto de vista estadounidense y japonés, respectivamente).

El intercambio (2008) se basa en una historia real ocurrida en 1928 en Los Ángeles. Cuenta la historia de Christine Collins (Angelina Jolie, uno de los rostros más bellos del cine actual), una madre soltera (abandonada por su marido, quien no puedo asumir la responsabilidad de la paternidad) que trabaja como telefonista y que vive con su hijo Walter de 9 años. Un día hizo el favor de cubrir la baja laborar de una compañera y, al volver por la noche, la cámara ya nos muestra la intuición de una madre de que algo ha ocurrido; no encuentra a su hijo y tiene que pasar las angustiosas primeras 24 horas de tiempo que la policía admite como para considerar desaparecida a una persona. La policía de Los Ángeles arrastra una pésima fama de incompetencia y corrupción y trató de lavar su imagen devolviéndole, meses después, un niño que no era su verdadero hijo, pues las diferencias físicas que presentaba no se podían deber al trauma del secuestro. A partir de este momento Angelina se vuelve una madre coraje (una más, sobre un tema recurrente en el cine y del que ya hemos hablado), intentando recuperar a su hijo y trata de denunciarlo a la prensa con la ayuda de un reverendo de la iglesia presbiteriana (John Malkovich), experto en hacer campaña contra el cuerpo policial y sus dirigentes, especialmente frente al comisario al cargo de la investigación (Jeffrey Donovan).

El argumento es de uno de tantos telefilms de sobremesa (típico asesino en serie, policía corrupta y madre coraje en busca de la verdad), pero en manos de Eastwood se convierte en una magnífica película, gracias a la maestría de su dirección y a un guión que permite atraer la atención con sus continuos giros (la historia se prolonga durante 7 años), así como a la cuidada ambientación de época y la corrección de la realización y del diseño de producción. Y, como no decirlo, a la soberbia interpretación de Angelina Jolie (un personaje complejo, lleno de emociones, por el que fue nominada al Oscar a Mejor actriz, que ese año consiguiera Kate Winslet por su también complejo papel en el El lector de Stephen Daldry): ¿por qué será que Angelina se crece cuando pisa un centro de internamiento psiquiátrico? (ya le ocurrió en Inocencia interrumpida –James Mangold, 1999- por el que si consiguió su único Oscar como Mejor actriz de reparto). El vestuario, peinado y maquillaje de Jolie son de un gran gusto estético, que termina de complementar la belleza de este film. Difícil olvidar esos labios rojos de Angelina (que destacan sobremanera en toda la película sobre el tono de época que baña la película), sobre todo en la escena de perfil, con el sombrero de época y un lágrima rodando por su mejilla.

Puro cine de autor, puro cine clásico en el siglo XXI. En este sentido, dos detalles a considerar, ambos al final de la película. Uno es el guiño a los premios Oscar de 1934 (que nos marca el final de esos 7 años de relato, que comenzaron con la desaparición del hijo en 1928), cuando nos muestra la clásica disputa de aquel año entre Sucedió una noche (Frank Capra) y Cleopatra (Cecil B. de Mille), de la que salió victoriosa la primera. La otra es la escena final, a cámara fija durante varios minutos, que nos muestra a la Sra Collins alejarse por una calle de época acompañada de la música de fondo (compuesta por el propio director). Clint Eastwood nos traslada a la época dorada de Hollywood. Y Angelina Jolie nos demuestra que no es incompatible tener belleza y talento. Eastwood y Jolie nos llegan al corazón en una película llena de emociones.

Gran Torino (2008), estrenada con sólo unos meses de margen, también con la infancia como argumento nuclear en una aparente sencilla película, pero que resultó un soplo de aire fresco. Estrenar dos películas de calidad pierde la condición de sorprendente cuando el individuo en cuestión es Clint Eastwood, etiquetado ya por los medios como “el último clásico”.
Gran Torino nos presenta Walt Kowalski (el propio Clint Eastwood, en otro contenido personaje lleno de matices), un viejo hombre, viudo y no muy ligado a sus hijos, alguien que ya no pertenece a esta época y que vive solo junto al preciado coche que da título a la película (y que simboliza todo lo que ama y respeta en este mundo que no entiende). Walt se encuentra solo en medio de un mundo en constante cambio, donde nada se hace ya a la manera que él conoce, donde los valores y la integridad que rigen su vida son motivo de risa. Sin embargo, esa casa está en un vecindario lleno de inmigrantes asiáticos e hispanos. Los conflictos que surgen de esta convivencia nos hablan de la familia y, más en general, de los valores de la sociedad.

Si sumamos la personalidad, el carácter y los perjuicios de Walt, veterano de la guerra de Corea (y que rechaza todo lo asiático), con una familia vietnamita de vecinos (especialmente con sus dos hijos, Taho y Sue), podemos imaginar las posibilidades de guión. A partir de un violento incidente con una banda de matones, a los que Walt responde con firmeza (en un guiño al personaje de Harry Callahan que marcó sus inicios), tendrá un mayor acercamiento hacia sus vecinos, quienes le acogen como un héroe. Pronto se fijará en el más pequeño de la familia, un adolescente a quien tomará como ahijado y a quien enseñará todo lo que sabe (a él le dice lo de “yo acabo las cosas, eso es lo que hago“); a cambio, el joven le hará sentirse menos retrógrado y menos racista.

Gran Torino es una película de personajes y, especialmente, de la evolución de éstas. La evolución de Walt, Taho y Sue (Bee Vang y Ahney Her, ambos actores no profesionales elegidos entre un amplio abanico de candidatos) nos habla sobre los valores necesarios en esta multicultural sociedad en la que vivimos, mientras penetra en las almas de sus personajes.

En este breve repaso de 4 películas, Eastwood nos habla de su respeto a las infancias perdidas, bajo diversas aristas: Philip, el niño que descubre la figura paterna en su secuestrador (Un mundo perfecto); Jimmy, Sean y Dave, quienes intentan escapar de los lobos de sus conciencias, consecuencia de una inocencia perdida demasiado prematuramente. (Mystic River); Walter, el recuerdo del niño secuestrado y la angustia que genera en la familia y la sociedad (El intercambio); Taho y Sue, los adolescentes vietnamitas que aprenden a crecer en un ambiente que no es el suyo, más hostil del que merecen (Gran Torino).
Gracias Clint Eastwood. Larga vida al genio.




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