El 11 de septiembre de 2001, Nueva York perdió algo más que las torres gemelas del World Trade Center: ese día, la ciudad de la Estatua de la Libertad perdió la libertad. Esa es la sensación que tuve al visitar la Gran Manzana el otoño pasado, una década después del fatal atentado de Al Qaeda.
No es la primera vez que el cine estadounidense mira de frente a un hecho histórico traumático. Hasta el momento el prototipo era la Guerra de Vietnam y las distintas visiones de prestigiosos directores: Michael Cimino (El cazador, 1978), Francis Ford Coppola (Apocalypse Now, 1979), Stanley Kubrick (La chaqueta metálica, 1987), Barry Levinson (Good morning, Vietnam, 1987) o la "trilogía" de Oliver Stone (Platoon, 1986; Nacido el 4 de julio, 1989; El cielo y la tierra, 1993). Como era de esperar, el 11-S ya ha tenido su catarsis en la gran pantalla, una forma de documentar los hechos, pero también de enfrentarse a los propios demonios que la muerte, el dolor y el miedo ha dejado en los supervivientes. Algunos ejemplos son los que han aportado Oliver Stone (World Trade Center, 2006), Paul Greengrass (United 93, 2006), Michael Moore (Fahrenheit 9/11, 2004) o un elenco de 11 directores unidos en una obra coral con 11 minutos de relato cada uno (11'09''01. 11 de septiembre, 2002).
Una nueva visión es la que nos da Stephen Daldry en su drama Tan fuerte, tan cerca (2011), quien mira las consecuencias del 11-S a través de las experiencias de Oskar (el debutante Thomas Horn), un niño de 11 años muy inteligente (pero con rasgos de trastorno del espectro autista) que perdió a su padre (Tom Hanks, ya para siempre el nuevo James Stewart del siglo XXI) en el brutal atentado y que es incapaz de comprender la barbarie a la que es posible llegar por fanatismos sectarios; y que intenta buscar la respuesta a través de la aparición de una misteriosa llave entre los enseres de su padre. Oskar recorre los cinco distritos de Nueva York en busca de la cerradura que encaje con esa llave; y en su camino se encuentra con diferentes personas que le llevarán a descubrir cosas sobre su padre, sobre una madre (Sandra Bullock) de la que está distanciándose, sobre el extraño inquilino (Max von Sydow) y sobre el mundo extraño en el que vive.
Intenso drama emocional que es un sentido homenaje a aquellas miles de personas que perdieron su vida en ese irracional acto terrorista, basado en la obra “Extremely loud and incredibly close” de Jonathan Safran Foer (joven escritor estadounidense, cuya primera obra “Everything is illuminated” también se llevó al cine en 2005 por Liev Schreiber) y adaptada por un prestigioso guionista, Eric Roth (reconocido en películas del orden de Forrest Gump, El dilema o Munich).
De nuevo Stephen Daldry, aclamado director británico, recurre a un niño para contar la historia a través de sus ojos y sus emociones: ya lo hizo con el actor Jamie Bell en Billy Elliot (2000) y con el actor David Kross en El lector (2008). Aquí es Oskar, quien nos acerca a la brutal herida del 11-S, un niño al borde del autismo que tenía en su padre la verdadera conexión con el mundo y, al perderlo bruscamente, se lanza a la aventura de encontrar una nueva conexión con la vida. La única diferencia es que, mientras en Billy Elliot y en El lector ese personaje infantil nos cala hondo, aquí ocurre un poco lo contrario: el niño puede resultar algo irritante (tanto como su pandereta, símbolo de estereotipia) y la tragedia urbana roza la peligrosa línea de la sensiblería, así como el límite del uso (y abuso) de la voz en off.
Aunque la película fue nominada en la última edición de los Oscar a dos estatuillas (Mejor película y Mejor actor de reparto para Max von Sydow), lo cierto es que ha provocado opiniones encontradas. Tan lejos, tan cerca es un meritorio conjunto, pero no alcanza la brillantez de las obras precedentes de Stephen Daldry (con Las horas como obra cumbre). A veces ocurre que las partes no consiguen el todo: una interesante obra literaria, un reconocido guionista, un buen director y un conjunto de actores estrellas de Hollywood no son suficiente para lograr una buena película; incluso aunque se acompañe de la notoria banda sonora de Alexander Desplat.
No es la primera vez que el 11-S y una persona con un trastorno del espectro autista se encuentran. Ahora es Oskar quien busca recuperar el recuerdo de su padre entre los escombros sentimentales del 11-S. Previamente fue Rizwan Khan (en Mi nombre es Khan de Karan Johar, 2010) quien intentó recuperar el afecto de su amada entre la confusión social del 11-S.
Tan fuerte, tan cerca nos recuerda el drama del 11-S en la vida de un niño y lo hace con la melodía de Alexander Desplat. Dos compositores europeos aparecen de forma recurrente en las B.S.O. de muchas películas actuales: uno es el italiano Ludovico Einaudi y otro el francés Alexander Desplat. Al menos 10 películas del año 2011 han contado con Alexander Desplat, algunos títulos de la envergadura de El árbol de la vida (Terrence Malick), Un dios salvaje (Roman Polanski), Mi semana con Marilyn (Simon Curtis) o Los idus de marzo (George Clooney). Pero la omnipresencia de Alexander Desplat se extiende a obras como El discurso del rey (Tom Hooper, 2010), El curioso caso de Benjamin Button (David Fincher, 2008), The Queen (Stephen Frears, 2006) o El juego de los idiotas (Francis Veber, 2006).
Hoy nos acompaña su música y resuena alrededor de las reflexiones de Oskar ("Mi padre decía que no se puede tener miedo. A veces tenemos que enfrentarnos a nuestros miedos") o sus preguntas nos contestadas ("¿Por qué los humanos son los únicos animales que pueden verter lágrimas?").
La emotividad que maneja esta cinta es por algo, quizás porque el director quería que el espectador sintiera algo de que se vivió aquel trágico 11 de septiembre, la encontre en línea y no perdí la oportunidad de verla y disfrutarla con mi familia, a mi familia les encantó.
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