Hay películas que desconciertan, otras que sobrecogen, otras que dan que pensar. Y hay películas que tienen todo lo anterior y más. Algo así es lo que uno siente al acabar de ver Tenemos que hablar de Kevin (Lynne Ramsay, 2011), una película que nos habla de vínculos familiares, concretamente de los peculiares vínculos entre una madre y su hijo con formato de intenso vendaval dramático.
Un comienzo desconcertante con la "fiesta de la tomatina" de la localidad valenciana de Buñol como prolegómeno, la fachada de una casa garabateada de rojo, una niña con un parche en el ojo izquierdo, una madre que mete la cabeza en el agua y se confunde con la de su hijo adolescente… A partir de aquí todo es posible.
La directora de cine independiente Lynne Ramsay (Ratcatcher, 1999; El viaje de Morvem, 2002) adapta la novela homónima de Lionel Shrivier (“We Need to Talk About Kevin”), una obra de referencia de la literatura anglosajona de la última década (ganadora en 2005 del prestigioso premio literario Orange Prize). En ella se abordan temas espinosos: la falta de amor, de cariño o de comunicación entre una madre y su hijo; la pérdida de libertad de una mujer; el germen de la psicopatía y del terrorismo adolescente. La película ha obtenido una buena repercusión en los festivales de cine más relevantes; y eso por distintos méritos, que se pueden resumir en “qué” cuenta y “cómo” lo cuenta.
¿"Qué" nos cuenta Tenemos que hablar de Kevin?. La historia de Eva Khatchadourian (inconmensurable Tilda Swinton, esta andrógina actriz que desborda carisma y talento), casada con Franklin (camaleónico John C. Reilly, un secundario de lujo en busca de un papel estelar) y que decide tener un hijo en los albores de sus 40 años. El producto de esa decisión es su hijo Kevin. Desde los primeros momentos, la maternidad se le hace muy cuesta arriba y nada se parece a los inefables mitos familiares de la clase media urbana y feliz. La trama se cuenta por retazos de ida y vuelta entre tiempos pasados, presentes y futuros, una narrativa no lineal que va armando el cuadro de la familia imperfecta como un rompecabezas y que augura un trágico final (que intuimos, pero no confirmamos). La película avanza entre el Kevin lactante, insoportable por el llanto y por sus rabietas (Rocky Duer); el Kevin niño, tirano y de malévolo comportamiento, que utiliza la encopresis como arma de provocación (Jasper Newell); y, principalmente, el Kevin adolescente (enigmático Ezra Miller), todo un psicópata en ciernes. La vida familiar transcurre agitada, y por más que Eva hace todo lo posible por acercarse a su hijo Kevin, no hay manera de romper esa barrera y no sabe cómo manejar la situación.
La película cuestiona la inocencia innata que se presupone a cualquier persona y nos plantea que hay personas que pueden ser malas por naturaleza, aunque nadie acepta que un niño puede albergar la maldad o que una madre pueda no querer (es más, pueda temer) a su hijo. Por eso, Tenemos que hablar de Kevin es una rara mezcla de película de género de terror con niño (La profecía de Richard Donner, 1976; Carrie de Brian De Palma, 1976) y de masacre de institutos (Bowling for Columbine de Michael Moore, 2002; Elephant de Gus van Sant, 2003), estas últimas ya comentadas en Cine y Pediatría-68.
¿"Cómo" nos lo cuenta Tenemos que hablar de Kevin?. Aquí, posiblemente, radica la mayor fuerza de la película, pues más importante que el “qué” es el “cómo”. El aspecto estético está muy cuidado: una espléndida fotografía (que convive con el estado de ánimo de la madre y con el color rojo como un constante leitmotiv: la fiesta de Buñol, la sangre en la puerta de la casa, la madre limpiando la sangre de los cristales, la madre limpiándose la sangre de las manos,…imágenes distorsionadas con fondos rojos,…el rojo, siempre el rojo), una composición de planos que no puede pasar desapercibida, una banda sonora de Jonny Greenwood que tiñe de dramatismo y el duelo interpretativo que ejecutan sus dos actores protagonistas (Ezra Miller y Tilda Swinton, quien obtuvo el Premio de mejor actriz en los Premios del Cine Europeo 2011).
Esquema poliédrico de presentación que se precipita en los últimos 10 minutos de la trama: entonces se crea el orden en el caos, se explica lo sospechado… Todo rojo, pero, al final, un fundido en blanco para finalizar la historia.
Tenemos que hablar de Kevin es una de esas películas que dejan un poso extraño cuando terminan, por ese anormal vínculo afectivo entre madre e hijo. Ya Rodrigo García nos habló de este tema en el año 2010 en Madres e hijas. Pero esta película de Lynne Ramsay quien da un paso adelante y nos abofetea en la conciencia, con una película repleta de flashbacks que nos sorprende por su crudeza teñida de rojo y su controvertida temática. Porque cuando Kevin tiene 15 años hace algo irracional e imperdonable a los ojos de toda la comunidad; y Eva se enfrenta con sus propios sentimientos de pena y responsabilidad tras las acciones de su hijo y con dos preguntas que atormentan: ¿alguna vez ha amado ella a su hijo? y ¿cuánto de lo que Kevin hizo fue por culpa de su madre?.
Sólo una cosa final: he podido recuperar esta película gracias a un amigo , quien a través de Facebook se interesó sobre mi opinión de esta película. Amigo Mario, gracias y “por ti canto el himno nacional”, como decís en tu querido Ecuador. No es la primera vez que nuestros lectores se convierten en fantásticos corresponsales, con lo que considero que mi nivel de información en Cine y Pediatría está (y estará) a buen resguardo. Gracias a todos y, ya sabéis, "tenemos que hablar de Kevin".
2 comentarios:
De Nada!!!Querido Javier, siempre es un placer colaborar con grandes iniciativas como la tuya!!!y en general con todo lo que es el cine y la cultura. Abrazos!!!
No he visto la película aunque estoy deseando hacerlo. El libro es uno de los mejores que he leído en años, y van tres veces ya.
Con esta crítica desde luego creo que la película no me decepcionará
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