Los niños de San Judas se basa en los hechos reales que están contados en la novela “Song for a Raggy Boy” de Patrick Galvin. Narra la historia de un estricto internado católico irlandés de 1939, en donde refleja algunos aspectos negativos de los reformatorios, poniendo especial énfasis en el maltrato a los niños, que incluye los abusos de los religiosos a los menores y los métodos educativos violentos.
Los niños de San Judas es el segundo largometraje de la directora irlandesa Aisling Walsh (2003), coproducción de Irlanda, Reino Unido, Dinamarca y España (como nota curiosa, Juan José Ballesta, gran protagonista de El bola y de Planta 4ª, actúa en un papel secundario). Parece la versión masculina de otra película realizada también en coproducción entre Irlanda y Reino Unido, prácticamente coetánea: Las hermanas de la Magdalena (Peter Mullan, 2002). Si ésta trataba sobre un cine denuncia ambientado en un colegio-reformatorio de chicas (la fundación de los asilos de la Magdalena en Irlanda) y estaba dirigida por un hombre (el siempre polémico y crítico Peter Mullan), curiosamente, la película que nos ocupa hoy se ambienta en un colegio-reformatorio de chicos y está dirigida por una mujer (Aisling Walsh). Ambas películas tienen bastantes paralelismos y ambas se constituyen en cine denuncia frente al sistema reformatorio escolar de Irlanda, que se prolongó hasta el año 1984.
En contra de los deseos de los miembros más antiguos de la iglesia, William Franklin (Aidan Quinn) es designado como el único profesor laico en el reformatorio de San Judas, entre un personal de hermanos católicos encabezados por el sádico Prefecto, el Hermano John (Ian Glen). Franklin es un excombatiente de la Guerra Civil Española, quien vive con el recuerdo de la pérdida de su bella novia española durante la contienda, cuando él acudió como voluntario de las Brigadas Internacionales (una foto y un libro sobre poesía española nos lo recuerda). Llega a este colegio-reformatorio con unas ideas progresistas en cuanto a la enseñanza, si bien no será fácil, pues nos encontramos en la Irlanda católica de la primera mitad del siglo XX. Pero frente a los duros métodos utilizados por los profesores religiosos, Franklin trata de construir una relación diferente profesor-alumno: en fuerte contraste con el abuso verbal y físico al que los muchachos están acostumbrados, Franklin trata de construir una amistad con sus alumnos basada en la confianza y logrará ir poniendo en práctica sus métodos educativos con gran aceptación por parte de un alumnado hasta entonces temeroso y escéptico. Él busca sus talentos ocultos, enseñándoles a leer y a apreciar la poesía; especial interés pone en Liam Mercier (John Travers), un muchacho rebelde con excepcional talento, al que intenta ayudar en este desafío.
En Los niños de San Judas se nos presenta un colegio-reformatorio cuyo alumnado está formado por niños de los denominados “difíciles”, alumnos que en el fondo no tienen más que puesta la coraza ante el trato que reciben fundamentalmente por el sádico Hermano John y los abusos homosexuales del reprimido Hermano Mac (Marc Warren). Brutales escenas cuando el Hermano John golpea con saña con el cinturón a dos hermanos, así como el brutal castigo a Mercier, que le ocasionó la muerte y desencadenó la tragedia.
El abuso de poder ejercido por algunos miembros de la Iglesia Católica, ya sea en colegios o instituciones-reformatorios que regentaban, ha sido llevado al cine en numerosas ocasiones, las suficientes para llegar a poner en duda el valor de estas instituciones en su labor educativa. Es más fácil las películas proclives a la crítica negativa, como la película española La mala educación (Pedro Almodóvar, 2004) o la estadounidense La duda (John Patrick Shanley, 2008), y excepcionales aquéllas que dan un valor positivo a los educadores religiosos, y un ejemplo podría ser la película chilena Machuca (Andrés Wood, 2004).
Las películas denuncias son necesarias para luchar contra el abuso en la educación, pero conviene no caer en el sesgo de creer que dichos comportamientos respondían a una calculada y sistemática forma de "educar" de los internados religiosos. En Los niños de San Judas, además, se juega con un extraño paralelismo entre los fascistas contra los que se combatió en España y los profesores fascistoides que regentan el reformatorio irlandés. Los casos aislados de abuso en la educación (sea en colegio religiosos o laicos) deben denunciarse (en el cine y, sobre todo, fuera del cine), pero no pueden enturbiar la realidad: y esto lo digo con conocimiento de causa, pues estudié en un internado con religiosos y los valores positivos que me enseñaron aún me acompañan con fuerza en mi vida.
Los niños de San Judas aborda la educación de un manera casi especular a Profesor Lazhar (Philippe Falardeau, 2011), la película que comentamos la semana pasada y en la que aún resuena la magnífica reflexión de Lazhar: "Un aula es un lugar para la amistad, el trabajo y la cortesía. Un lugar lleno de vida al que le dedicas tu vida y en el que te dan su vida". Una frase que se debe grabar a fuego, para que nunca se den abusos en la educación.
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