No todas las películas que alguna vez consideramos buenas soportan igual el paso del tiempo. Hay algunas que son como el champán, con gran estruendo inicial, pero que pierden con los años casi todas sus burbujas Otras, sin embargo, son como el buen vino, que el reposo del paso del tiempo las llena de aromas y sensaciones.
En este segundo caso se encuentra American Beauty (Sam Mendes, 1999), una película que fue recibida con una crítica abrumadoramente positiva, y secundada por el público y los premios (casi un centenar de premios, atesorando 5 Oscar, incluido el de Mejor película). Y que vista hoy, casi tres lustros después, se incrementan sus aromas (a rosas y a más), sensaciones y reflexiones.
Una película que explora diferentes temas alrededor de un barrio residencial estadounidense: temas como la liberación personal, el existencialismo, el amor, la búsqueda de la felicidad, la familia, pero también las apariencias y el éxito económico, y cómo éstos menoscaban las relaciones interpersonales y familiares, con el resultado de una necesidad de escapar.
Pero en American Beauty destacan dos temas predominantes: la represión y la falsa belleza.
Represión de lo que uno realmente desea y cómo creamos un exterior superficial para ocultar las propias inseguridades, bien presente en el trío de miembros de ambas familias de vecinos. En la familia Burhan somos partícipes de la crisis de los 40 de Lester (Kevin Spacey), de los anhelos frustrados de éxito de Carolyn (Annette Bening), de la incómoda transformación de la adolescente Jane (Thora Birch, a quien recordamos la semana pasada en Ghost World), desconcertada por la falta de referentes y que considera patético a su padre. En la familia Fitt contemplamos la homosexualidad reprimida del coronel Frank (Chris Cooper), la desconexión de la vida de su mujer Bárbara (Allison Janney) y la dualidad de vida que el adolescente Ricky (Wes Bentley) tiene que establecer a través de sus grabaciones cámara en mano. Y entre ambas familias el personaje tentador de Ángela Hayes (Mena Suvari), la amiga triunfadora de Jane, pero que también es puro maquillaje y falsa belleza.
Estaba claro que la película atesoraba las claves del éxito, partiendo de una admirable guión de Alan Ball (en lo que supuso su debut en el formato de gran pantalla) y una estimable dirección de actores de Sam Mendes (en la que también supuso su ópera prima, quien luego nos regaló obras como Camino a la perdición -2002-, Jarhead -2005-, Revolutionary Road -2008- o un James Bond de la calidad de Skyfall -2012-).
Pero hoy quiero exponer cuatro argumentos por los que esta película debe volver a verse y mantener en el recuerdo: personajes, frases, imágenes y música para el recuerdo…
- Personajes para el recuerdo: todos con un perfil muy definido, pero en donde sobresale la historia de Lester Burham, ese típico padre de familia disconforme con su vida (con un trabajo que odia, con un matrimonio en punto muerto y con una hija que no entiende) y que un día se plantea la rebeldía como forma de intentar conseguir otra clase de vida. Y también los tres adolescentes (Jane, Ricky Ángela) que sobreviven al entorno de falsa belleza de sus familias y de la sociedad occidental en la que les ha tocado vivir.
- Frases para el recuerdo: muchas, de esas que quedan en la memoria. Como las primeras imágenes de la película, con las frases de la Jane, toda una declaración: “Yo necesito un padre ejemplar. Y no un niñato capullo que manche los calzoncillos cuando traigo a una amiga del colegio a casa. ¡Qué gilipollas!. Deberían sacrificarle y que deje ya de sufrir”. “¿Quieres que lo mate?”, comenta alguien detrás de la cámara en mano que graba a la adolescente recostada en una cama. “Sí, ¿lo harías?”, contesta ella. Y a continuación la voz en off de ese padre, nuestro protagonista: “Me llamo Lester Burnham. Éste es mi barrio. Ésta es mi calle. Ésta es mi vida. Tengo 42 años. En menos de un año habré muerto…Claro que, eso no lo sé aún. Y, en cierto modo, ya estoy muerto”. Toda una invitación a quedarse en la butaca, dispuesto a descubrir lo que ocurre.
Y en esa especial relación entre padre e hija, él comenta: “Mi hija Jane, hija única. Jane es la típica adolescente, malhumorada, insegura, confusa. Me gustaría decirle que se le pasará, pero no quiero mentirle…”. Y qué decir del colofón final: “Siempre había oído que tu vida pasa ante tus ojos el segundo antes de morir. Para empezar, ese segundo no es un segundo en absoluto. Se hace algo inmenso como un océano de tiempo. En mi caso, aparecía yo tumbado boca arriba en el campamento de los boy scouts mirando estrellas fugaces. Y las hojas amarillas de los arces que flanqueaban nuestra calle. O las manos de mi abuela y su marchita piel que parecía papel. Y la primera vez que contemplé el nuevo Firebird de mi primo Tony. Y Jane, y Jane… Y Carolyn. Supongo que podría estar bastante cabreado con lo que me pasó, pero cuesta seguir enfadado cuando hay tanta belleza en el mundo. A veces siento como si la contemplase toda a la vez… y me abruma. Mi corazón se hincha como un globo que está a punto de estallar. Pero recuerdo que debo relajarme y no aferrarme demasiado a ella. Y, entonces, fluye a través de mí como la lluvia y no siento otra cosa que gratitud por cada instante de mi estúpida e insignificante vida. No tienen ni idea de lo que les hablo, seguro. Pero no se preocupen, algún día la tendrán”.
- Imágenes para el recuerdo: cuando los dos amantes adolescentes se graban, mientras hablan de sus vidas y de sus patéticas familias; o la grabación de la bolsa de plástico y las hojas revoloteando con el viento; pero la más impactante (y que ha marcado un icono visual ya en el cine) son las rosas que rodean a Ángela en la imaginación de Lester. Porque las rosas son el elemento predominante durante toda la película: al principio de la película, Carolyn planta rosas en el jardín y las cuida obsesivamente; las rosas decoran continuamente la casa de los Burnham y algunos trajes de Carolyn; y, cómo no, las citadas rosas en la imaginación y los sueños de Lester sobre Ángela (en la pista de baloncesto, en la bañera, en esa cama onírica repleta de rosas), etc. En realidad el título de esta película hace referencia a una variedad de rosa denominada American Beauty y a una famosa frase de John D. Rockefeller: “El crecimiento de un gran negocio es simplemente la supervivencia del más apto... La rosa American Beauty sólo puede alcanzar el máximo de su hermosura y el perfume que nos encantan, si sacrificamos otros capullos que crecen a su alrededor. Esto no es una tendencia malsana del mundo de los negocios. Es, meramente, el resultado de una combinación de una ley de la naturaleza con una ley de Dios”. En el fondo, las rosas y el título de la película representan la "falsa belleza", belleza que es sólo apariencia.
- Música para el recuerdo: porque como ocurre en las grandes bandas sonoras de grandes películas, la música se constituye en otro personaje. Y en American Beauty es pura psicología que parte de la batuta de Thomas Newman, todo un clásico de Hollywood. Pero además, su banda sonora atesora canciones de artistas tan populares como The Who o Bob Dylan, así como momentos estelares: la actuación de las cheers leader en el partido de baloncesto bajo el sonido de "On Broadway" de The Drifters, la liberación de Lester tras abandonar su trabajo mientras canta en el coche el “American Woman” de The Guess Who, o la liberación de Carolyn tras unas prácticas de tiro mientras también canta en el coche el “Don´t Rain on my Parade” de Bobby Darin.
Personajes, frases, imágenes y música se confabulan en American Beauty para presentarnos la represión y la falsa belleza de una unas familias en donde tres adolescentes crecen ante la frustración de sus padres y madres, rodeados de rosas con espinas, las espinas de las cargas emocionales que nos impone (nos imponemos) en las sociedades occidentales.
Estaba claro que la película atesoraba las claves del éxito, partiendo de una admirable guión de Alan Ball (en lo que supuso su debut en el formato de gran pantalla) y una estimable dirección de actores de Sam Mendes (en la que también supuso su ópera prima, quien luego nos regaló obras como Camino a la perdición -2002-, Jarhead -2005-, Revolutionary Road -2008- o un James Bond de la calidad de Skyfall -2012-).
Pero hoy quiero exponer cuatro argumentos por los que esta película debe volver a verse y mantener en el recuerdo: personajes, frases, imágenes y música para el recuerdo…
- Personajes para el recuerdo: todos con un perfil muy definido, pero en donde sobresale la historia de Lester Burham, ese típico padre de familia disconforme con su vida (con un trabajo que odia, con un matrimonio en punto muerto y con una hija que no entiende) y que un día se plantea la rebeldía como forma de intentar conseguir otra clase de vida. Y también los tres adolescentes (Jane, Ricky Ángela) que sobreviven al entorno de falsa belleza de sus familias y de la sociedad occidental en la que les ha tocado vivir.
- Frases para el recuerdo: muchas, de esas que quedan en la memoria. Como las primeras imágenes de la película, con las frases de la Jane, toda una declaración: “Yo necesito un padre ejemplar. Y no un niñato capullo que manche los calzoncillos cuando traigo a una amiga del colegio a casa. ¡Qué gilipollas!. Deberían sacrificarle y que deje ya de sufrir”. “¿Quieres que lo mate?”, comenta alguien detrás de la cámara en mano que graba a la adolescente recostada en una cama. “Sí, ¿lo harías?”, contesta ella. Y a continuación la voz en off de ese padre, nuestro protagonista: “Me llamo Lester Burnham. Éste es mi barrio. Ésta es mi calle. Ésta es mi vida. Tengo 42 años. En menos de un año habré muerto…Claro que, eso no lo sé aún. Y, en cierto modo, ya estoy muerto”. Toda una invitación a quedarse en la butaca, dispuesto a descubrir lo que ocurre.
Y en esa especial relación entre padre e hija, él comenta: “Mi hija Jane, hija única. Jane es la típica adolescente, malhumorada, insegura, confusa. Me gustaría decirle que se le pasará, pero no quiero mentirle…”. Y qué decir del colofón final: “Siempre había oído que tu vida pasa ante tus ojos el segundo antes de morir. Para empezar, ese segundo no es un segundo en absoluto. Se hace algo inmenso como un océano de tiempo. En mi caso, aparecía yo tumbado boca arriba en el campamento de los boy scouts mirando estrellas fugaces. Y las hojas amarillas de los arces que flanqueaban nuestra calle. O las manos de mi abuela y su marchita piel que parecía papel. Y la primera vez que contemplé el nuevo Firebird de mi primo Tony. Y Jane, y Jane… Y Carolyn. Supongo que podría estar bastante cabreado con lo que me pasó, pero cuesta seguir enfadado cuando hay tanta belleza en el mundo. A veces siento como si la contemplase toda a la vez… y me abruma. Mi corazón se hincha como un globo que está a punto de estallar. Pero recuerdo que debo relajarme y no aferrarme demasiado a ella. Y, entonces, fluye a través de mí como la lluvia y no siento otra cosa que gratitud por cada instante de mi estúpida e insignificante vida. No tienen ni idea de lo que les hablo, seguro. Pero no se preocupen, algún día la tendrán”.
- Imágenes para el recuerdo: cuando los dos amantes adolescentes se graban, mientras hablan de sus vidas y de sus patéticas familias; o la grabación de la bolsa de plástico y las hojas revoloteando con el viento; pero la más impactante (y que ha marcado un icono visual ya en el cine) son las rosas que rodean a Ángela en la imaginación de Lester. Porque las rosas son el elemento predominante durante toda la película: al principio de la película, Carolyn planta rosas en el jardín y las cuida obsesivamente; las rosas decoran continuamente la casa de los Burnham y algunos trajes de Carolyn; y, cómo no, las citadas rosas en la imaginación y los sueños de Lester sobre Ángela (en la pista de baloncesto, en la bañera, en esa cama onírica repleta de rosas), etc. En realidad el título de esta película hace referencia a una variedad de rosa denominada American Beauty y a una famosa frase de John D. Rockefeller: “El crecimiento de un gran negocio es simplemente la supervivencia del más apto... La rosa American Beauty sólo puede alcanzar el máximo de su hermosura y el perfume que nos encantan, si sacrificamos otros capullos que crecen a su alrededor. Esto no es una tendencia malsana del mundo de los negocios. Es, meramente, el resultado de una combinación de una ley de la naturaleza con una ley de Dios”. En el fondo, las rosas y el título de la película representan la "falsa belleza", belleza que es sólo apariencia.
- Música para el recuerdo: porque como ocurre en las grandes bandas sonoras de grandes películas, la música se constituye en otro personaje. Y en American Beauty es pura psicología que parte de la batuta de Thomas Newman, todo un clásico de Hollywood. Pero además, su banda sonora atesora canciones de artistas tan populares como The Who o Bob Dylan, así como momentos estelares: la actuación de las cheers leader en el partido de baloncesto bajo el sonido de "On Broadway" de The Drifters, la liberación de Lester tras abandonar su trabajo mientras canta en el coche el “American Woman” de The Guess Who, o la liberación de Carolyn tras unas prácticas de tiro mientras también canta en el coche el “Don´t Rain on my Parade” de Bobby Darin.
Personajes, frases, imágenes y música se confabulan en American Beauty para presentarnos la represión y la falsa belleza de una unas familias en donde tres adolescentes crecen ante la frustración de sus padres y madres, rodeados de rosas con espinas, las espinas de las cargas emocionales que nos impone (nos imponemos) en las sociedades occidentales.
1 comentario:
Fantástico artículo, me ha gustado todo lo expuesto y creo que es totalmente cierto y coincido en los temas fundamentales sobretodo el referente a "la falsa belleza" que nos rodea día a día y de eso puedo hablar de primera mano.
Muy acertado el tema.
Un saludo cordial de vuestro nuevo seguidor.
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