Cine y Pediatría se pasea por la filmografía de todo el mundo. Ya en su momento, cuando clasificamos las películas por países y alrededor de la infancia percibimos tres grupos destacados de países: 1) Dos filmografías predominantes: España y Estados Unidos; 2) Tres filmografías europeas destacadas: Francia, Italia y Reino Unido; y 3) Tres filmografías peculiares: Irán, Argentina y Colombia.
Hoy, mientras se celebra el 28 Congreso Colombiano de Pediatría, dedicamos una entrada especial para una película especial dentro del cine colombiano. Ya lo hemos comentado alguna vez que, desgraciadamente, la visión de la infancia en su cine no es la que el pueblo colombiano quisiera transmitir, aunque sí al menos se tenga la valentía de la denuncia. Delincuencia juvenil, drogadicción, prostitución infantil o marginación social en películas de gran calado que han trascendido las fronteras de Colombia. Incluso hubo una época, durante la década de los setenta, en que se creó un cine que se le calificó de "pornomiseria" para denominar a aquél que se valía de la pobreza y la miseria humana para hacer dinero y conseguir reconocimiento internacional. La intención no era criticar el cine que relataba la realidad, sino señalar a aquellos realizadores que, con afán oportunista y escaso compromiso social, se aventuraban a filmar escenas sensacionalistas que en nada beneficiaban la imagen de su país. Pero también reconocemos en Colombia puro cine social y valiente cine denuncia, como el que nos dejaron directores como Victor Gabiria, Patricia Cardoso, Emilio Maillé, Barbet Schoeder, Joshua Marston, Jorge Carballo, Carlos César Arbeláez…en películas ya comentadas en Cine y Pediatría (ver entradas 26, 27, 28, 154 y 164).
Y hoy se suma Lisandro Duque Naranjo a este elenco y lo hace con una película especial, que es toda una reconciliación con la cinematografía del país, pues abandona los ejes temáticos escabrosos que han direccionado tantas películas colombianas: Los niños invisibles (2001) es una propuesta original, entretenida y con los ingredientes necesarios para lograr una armonía casi perfecta entre la cámara y el espectador. Una película sobre niños y sobre recuerdos de la infancia que comienza así: "Contaré una historia sobre mi infancia de cuyos efectos todavía no he logrado recuperarme…". Ficción que, en muchos casos, termina evocando situaciones y desarrollos macondianos y que configuran muchos de los imaginarios que como espectadores tienen los colombianos de su país… y que quieren transmitir: el de un país luminoso con gentes llenas de ganas de vivir.
La historia se centra en el personaje de Rafaelito, un niño de 7 años enamorado que daría todo por acercarse a Marta Cecilia, la niña que le gusta de su clase. De hecho, es Rafael ya de mayor quien narra la historia con voz en off, mientras los personajes secundarios acompañan como meras anécdotas esta historia. Porque el principal valor de esta película es ese sabor de sentir que uno está leyendo literatura latinoamericana de principios de los setenta, quien sabe si próximo al realismo mágico del colombiano Gabriel García Márquez o del guatemalteco Miguel Ángel Asturias (ámgos Premios Nóbel de Literatura), entre otros. Y así se nos presenta la mezcla dulce y cándida de la visión del mundo por parte de un niño, y aquellos recuerdos apresurados en el corazón del adulto, como una etapa maravillosa de la vida.
Los niños invisibles propone un original idea por la cual una pandilla de tres niños desea escapar de los agobios de la niñez. Y, para ello, se hacen con la receta de un curandero en la que se detalla un ritual para transormarse en invisible. Cada uno tendrá su motivación para querer desaparecer, incluyendo la más poderosa para Rafaelito y que es estar cerca de la niña amada. Un deseo inocente y cándido, y con la ferviente obsesión de lo desconocido.
El argumento de la película es eminentemente colombiano, con locación geográfica y temporal identificada (el año de reinado de belleza de Amalia Navarrete, el ataque al corregimiento de Aures por parte de la insurgencia o las proezas del cuatro veces campeón de la Vuelta a Colombia en Bicicleta, Ramón Hoyos) en una historia que fluctúa entre lo popular y lo fantástico. Porque hay algo en Los niños invisibles que nos hace recordar de lejos al Fellini de Amarcord (1973), con imágenes que evocan al maestro italiano, pero que reconocen también al director que es Duque Naranjo como un compositor de la imagen y la narrativa (lo que ya demostró en sus tres largometrajes previos: en 1981 con El Escarabajo, en 1985 con Visa Usa y en 1988 con Milagro en Roma), un director que consigue que los personajes se fundan en la atmósfera con absoluta ligereza, lejos de la hipérbole de los estereotipos y adaptados al desarrollo de la trama sin esfuerzos de guión: esas madres devotas, ese barbero comunista, eso jugadores de carta inmóviles, esos militares amistosos, etc.
Los Niños Invisibles fue ganadora de siete premios nacionales e internacionales (entre ellos, el Primer Premio a la Mejor Película Colombiana en el Festival de Cine de Cartagena 2002). Si bien es una película de niños que no alcanza la perspectiva de maestros del celuloide a la hora de darnos retazos de infancia en el cine como Federico Fellini, François Truffaut, Jean Vigo o su propio colega, César Gaviria, si es una obra que nos reconcilia con un cine amable y que reconcilia a Colombia con su cine.
En resumen, Los niños invisibles es una sencilla película colombiana sobre la infancia con dos niveles de la realidad: un realismo de corte popular y otro de corte mágico. Una película que escapa de la no deseada "pornomiseria" que ha usado (y abusado) el cine en Colombia, un cine, por otro lado, muy querido en nuestro blog.
La voz en off de Rafael adulto nos recuerda que “Para verlo todo tenían que desaparecer…”, pura metáfora de la inocencia y timidez de nuestra primera infancia.
Y así, Colombia, un país que conoce mucho del realismo mágico (y en primera persona, a partir de Gabriel García Márquez), nos regala esta película y nos invita a pensar que el amor es más grande que la magia.
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