No es la primera vez que denunciamos en "Cine y Pediatría" el daño de las guerras a la humanidad (y, especialmente, a la infancia), guerras de cualquier lugar, de cualquier tiempo, de cualquier religión,… Lo hemos hecho con la Segunda Guerra Mundial y con la Guerra Civil Española. Y ahora lo hacemos con la denominada "Guerra Eterna", aquella que enfrenta desde hace muchas décadas a israelís y palestinos.
Y curiosamente esta denuncia procede de uno de los países con mayor cultura del planeta y con un cine más inteligente. Hablamos de Canadá y de tres películas que se han concentrado en los tres últimos años. Con Incendies (Denis Villeneuve, 2010) inauguró una forma de aproximarse a Palestina, Líbano e Israel sin renunciar a lo que, en el fondo, siempre será la mirada de un extranjero. Con Profesor Lazhar (Philippe Falardeau, 2011) se nos abre una puerta a la esperanza con este profesor comprometido con Oriente Medio y su hermosa declaración a la enseñanza. Y es ahora, con Inch’Allah (Anaïs Barbeau-Lavalette, 2013) lo que ya supone su inmersión en el corazón de las tinieblas: un drama desgarrado, implacable, sin zonas de seguridad ni interludios reconfortantes. Inch’Allah muestra ciertos paralelismos con la magnífica Paradise Now (Hany Abu-Assad, 2005), e incluso con su hermana canadiense Incendies, al querer mostrarnos el proceso interior y exterior que puede mover a una persona a convertirse en algo muy distinto para ambos contendientes: en mártir para los palestinos, en terrorista para los israelíes.
Barbeau-Lavalette ya había rodado con anterioridad en Palestina, más concretamente el documental Si j'avais un chapeau (2005). Sus sentimientos ambiguos por el lugar (amor y odio, fascinación y confrontación) le hicieron volver para quedarse e investigar su cultura en primera persona. Y así, muchos de los personajes que aparecen en Inch´Allah están inspirados en personajes de la vida real con los que mantuvo relación durante su estancia, de forma que la película se ha convertido en un legado personal sin caer en pretenciosos posicionamientos morales o políticos, y sin necesidad de intentar explicar la compleja realidad de palestinos e israelíes.
Tomando el significado aproximado en árabe del título de la película (“si Alá/Dios quiere” es el significado de Inch´Allah), es justo expresar un deseo: ojalá todas las películas sobre el conflicto palestino-israelí que llegan a nuestros cines con el velo de la mirada ajena tuvieran la entereza, transparencia y finura de ésta.
Se nos presenta a Chloe (Evelyne Brochu), una joven ginecóloga canadiense que se ocupa de mujeres embarazadas en un ambulatorio improvisado en un campo de refugiados de Cisjordania. Vive dividida entre su trabajo en un centro de salud para mujeres palestinas del campo de refugiados y su piso en Jerusalén, al otro lado del ominoso muro… y cada día tiene que cruzar el puesto fronterizo. Es vecina y amiga de Ava (Sivan Levy), una joven soldado israelí y a diario se dirige con ella desde Jerusalén a los controles fronterizos para pasar a las afueras de Ramallah, donde se encuentra su trabajo como médico. Allí comparte amistad con Rand (Sabrina Ouazani), una joven palestina embarazada, cuyo marido se encuentra en la cárcel y que vive junto a sus hermanos: Faysal, el hermano mayor y un fervoroso resistente, y Safi, el hermano menor, ese un niño autista siempre vestido de Superman y que sueña con cruzar el muro fronterizo volando con su traje o rompiendo el muro al golpearlo repetidamente con una piedra.
La narración se pega a Chloe y a sus contradicciones por su doble amistad: la amistad hacia una de sus pacientes palestinas embarazada y la amistad ribeteada con atracción sexual hacia su vecina israelí que pertenece al ejército. Chloe mantiene con estas dos mujeres un equilibrio equidistante y no exento de desarraigo y, por tanto, pronto experimenta grietas y termina de dar forma a un retrato psicológico profundo. En este triángulo, cabe destacar las excepcionales actuaciones de las tres actrices: Evelyne Brochu, Sivan Levy y Sabrina Ouazani. Y aunque un pintalabios esté a punto de unir las almas de tres mujeres muy distintas, solo acaba uniendo sus bellezas, pero no su pensamiento y su conflicto.
Lo cierto es que Barbeau-Lavalette vuelve a rodar en Oriente Medio, cerca de donde se desarrolló parte de su juventud y, por ello, no es difícil buscar rasgos autobiográficos con esa doctora canadiense que vive dividida entre dos mundos.
La cámara documenta el impacto humano del conflicto con la urgencia de un reportaje de guerra, aunque su tratamiento del horror siempre es lateral: los disparos son ecos lejanos, las bombas estallan en elipsis, los asesinatos son charcos rojos sobre el barro. El horror del conflicto es lo que se siente, no lo que se ve.
En cada acto cotidiano es donde se puede leer en la atmósfera el miedo, la inseguridad, la amenaza del terror. Tres escenas tienen especial valor, tres escenas con la infancia como testigo: la que inicia la película, con esa mirada perdida de un niño a una paloma antes de una explosión suicida y sobre la que encontraremos respuesta al final de la película; el parto forzoso en el interior de un coche y la imagen de la doctora recorriendo la calle impotente e indignada con el recién nacido muerto en sus brazos (como anécdota, en un diálogo previo se hace alusión al Barça y al mejor defensa del mundo, Puyol: un ejemplo de que el tirón azulgrana no conoce fronteras); y esa escena final en el que el pequeño niño autista golpea insistentemente el muro de separación hasta que logra abrir un agujero y mirar a su través…
Pero como nos dice de manera simbólica su directora, por mucho que golpeemos los muros, tras ellos solo hay más muros, odio, rencor. Y por ello el perpetuo gesto de desorientación de su protagonista, como alter ego de la directora, quien ha querido trascender la mirada del extranjero y se ha quedado en tierra de nadie. Inch’Allah es una película honesta, realista, de indudable interés social y humano, que basa toda su fuerza en la mirada de la protagonista. La mirada de quien, aunque ajena al conflicto árabe-israelí, intenta estérilmente comprenderlo y acaba tomando partido en contra de su voluntad.
Como nos explica la directora Anaïs Barbeau-Lavalette: “Quería expresar que no puede permanecer como una simple testigo. Es la guerra. Puede penetrar en nuestro interior y destrozarnos, no somos inmunes. La guerra no es solo cosa de los otros. Creo que centrarme en un alter ego, me facilito entender la "humanidad" que hay detrás de la "inhumanidad" de la guerra. Chloe podría ser yo, mi hermana, mi vecina, y su camino podría ser el mío. No me he inventado nada”.
Un golpe, dos golpes, tres golpes…, y otro, y otro. Safi es un niño autista, pero menos autista que esas naciones que han creado un muro irreconciliable entre Palestina e Israel. Ese niño nos simboliza tantas infancias devastadas por un conflicto bélico abierto desde hace seis décadas en esa región. Un conflicto que no parece tener fin y sobre el que sigue golpeando sobre el muro, como símbolo para esperar la ansiada paz y la libertad en un mundo de rencor y pánico.
"Inch´Allah", si Dios/Alá quiere, algún día este conflicto finalice y Safi pueda volar a través de ese muro con su eterna capa de "supermán"... y con él tantas infancias destrozadas por la sinrazón de las guerras.
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