La película de hoy es una historia verdadera, una historia perfectamente documentada por periódicos y publicaciones de Argentina. La historia de un chico de la calle, tiene tan sólo 13 años y se gana la vida cantando tangos en los trenes de la Estación Central de Buenos Aires. Imita a un famoso cantante de tangos argentinos ("Polaco" Goyeneche), por lo que la gente le conoce como el Polaquito. Juan Carlos Desanzo, experimentado director de cine, guionista y director de fotografía argentino, se fundamentó en esta historia real para crear una de las películas de mayor impacto en el continente suramericano en 2003 y por el que obtuvo el reconocimiento de la crítica y premios en muchos festivales del continente americano (entre ellos el Cóndor de Plata a Mejor actriz y Mejor fotografía): El Polaquito.
Es la historia del Polaquito (Abel Ayala, en un magnífico debut como intérprete, consolidado en el 2009 en El baile de la victoria de Fernando Trueba), un chico de la calle de 13 años que conoce a Pelu (Marina Glezer, joven actriz con experiencia, pero que se consolidó también el año 2004 con Diarios de motocicleta de Walter Salles), una joven prostituta de 16 años que también trabaja en la estación, de la cual se enamora y a la que intenta rescatar de la mafia que la explota. La historia se cierra con otros dos personajes principales: Vieja (Fernando Roa), el amigo ratero que le lleva por caminos de delincuencia no deseados, y Rengo (Roly Serrano), siniestro personaje, adulto cojo y líder de la mafia, quien, en connivencia con la policía de la estación, promueve la prostitución de las jóvenes adolescentes y la delincuencia de los chicos.
En este ambiente hostil, el Polaquito intentará luchar a favor del amor que siente por Pelu, pero el mal que le rodea es superior a sus buenas intenciones: una ambiente social y una familia disfuncionales a los que no le es permitido renunciar (un padre alcohólico, una madre maltratada y una hermana prostituta). Sus espacios son la gran estación ferroviaria y un vagón destartalado que le sirve de vivienda. Su paso por un reformatorio lo enfrenta a seres tan desdichados como él, aunque la calidez que le da su relación con Pelu pudiera ser la tabla de salvación de este adolescente y, quizás, su única posibilidad de salida.
Un drama romántico con grandes dosis de denuncia y que logra tocar la sensibilidad del espectador. Como logró tocar la fibra de Juan Carlos Desanzo, quien tardó casi 10 años en escribir el guión de la historia del Polaquito, la Pelu, el Vieja y el Rengo. Una historia que narra la dura vida de un niño de la calle que intenta salir adelante, vencer el bien sobre el mal. Y así El Polaquito se nos presenta como un Oliver Twist del siglo XXI a ritmo de tango, y nos devuelve una visión descarnada del hampa bonaerense.
Y para ello Desanzo se lanzó a la búsqueda de artistas por centros de acogida, reformatorios y zonas de chabolas, con el fin de contar un drama de desarraigo con tintes autobiográficos. Así, Abel Ayala, el actor que da vida al Polaquito, no ha conocido a su padre ni a su madre. Lo crió su abuela y a los 10 años se escapó de casa para vender chucherías en la Estación Central de Buenos Aires. En 2003, Juan Carlos Desanzo, contó con él para ser el protagonista principal de la película y entonces es cuando nos regala una de esas interpretaciones inolvidables.
El propio director nos comenta que "muchos niños y adolescentes deambulan sin rumbo por las calles porteñas con la sombra de trágicos destinos. Ellos pasan a nuestro lado con su carga de dolor, intentan recolectar entre humillaciones y vergüenza alguna moneda que les permita sobrevivir en un micromundo que los ignora o recorren una amplia gama de lugares de la ciudad con el pretexto de ofrecer las mercaderías más insólitas, incluso su voz o su cuerpo". Porque los chicos de la calle son los hijos de nadie: trabajo infantil, prostitución y abuso de poder. Porque la historia del Polaquito, lleva al cine una historia más de esas que lamentablemente vemos por la calle, o en la televisión o en los diarios. Y, claro está, no sólo en Buenos Aires.
Las necesidades humanas se encuentran en una pirámide de cinco escalones. En el inferior se localizan las necesidades fisiológicas (salud, comida, etc.). El segundo escalón son las necesidades de seguridad (justicia, educación, vivienda, etc.). El tercero son de pertenencia y afecto, éstas que sirven para ser más seguros de uno mismo. El cuarto escalón de la pirámide pertenece a la estima y autorealización como persona. Y en la cúspide podemos situar la necesidad de ser mejores y la el crecimiento personal. Como claramente refleja la película, los adolescentes que se nos presentan apenas pueden pisar alguno de esos escalones, y casi de soslayo. Y así, de nuevo, el cine es un reflejo de la sociedad, de sus crisis y de su tiempo, el cine se transforma en un elemento de denuncia, de emoción y de reflexión.
Porque uno de los signos de marginalidad social más preocupantes de un ciudad es la presencia de niños o adolescentes que mendigan en la vía pública. La historia de la mayoría de estos “niños de la calle” empieza en una familia en la cual han estado ausentes las figuras materna y paterna, de hogares sumergidos en la extrema pobreza y con deterioro afectivo. Cuando se analizan las causas profundas que impulsan a un menor a escapar de su casa no se debe caer en que los únicos factores que influencia son los socioeconómicos, sino que incluye también motivaciones afectivas, socioculturales y éticas a las que es imprescindible prestar atención.
Por ello, El Polaquito nos devuelve la cara menos amable de Buenos Aires y nos habla de trabajo infantil y explotación, de pobreza y delincuencia, de drogadición y prostitución infantil, de abuso de poder y de corrupción, de discriminación social y económica. Esa cara trágica de todas las ciudades (más en unas que en otras) y que ha nadie nos gusta ver y reconocer. El Polaquito se transforma así en una cruda radiografía de una verdad que nadie ignora, aunque muchos prefieran mirar hacia otro lado. Un testimonio desgarrador de esos niños y adolescentes, y que en palabras del propio director nos recuerda: "dentro de mí hay un niño al que durante muchos años dejé solo con sus dolores y sus angustias del pasado, me olvidé de él y lo fui llenando con mis miedos y mis tristezas ocultas".
Desanzo logró un film tan realista como doloroso, tan brutal como cálido. Y para ello ha contado con la buena fotografía de Carlos Torlaschi, la magistral interpretación de sus “chicos de la calle” y la exacta banda musical de Martín Bianchedi. La secuencia final, en la que Pelu se aleja de toda posibilidad de redención a los compases de "Naranjo en flor", entonado por Roberto Goyeneche, es el más estremecedor resumen de esta película que debe verse con el corazón abierto, el pensamiento libre y una profunda capacidad de reflexión. Reflexión que nos golpea con la frase final: “El expediente judicial que investigó la muerte de El Polaquito fue cerrado y archivado como suicidio”.
Es la historia del Polaquito (Abel Ayala, en un magnífico debut como intérprete, consolidado en el 2009 en El baile de la victoria de Fernando Trueba), un chico de la calle de 13 años que conoce a Pelu (Marina Glezer, joven actriz con experiencia, pero que se consolidó también el año 2004 con Diarios de motocicleta de Walter Salles), una joven prostituta de 16 años que también trabaja en la estación, de la cual se enamora y a la que intenta rescatar de la mafia que la explota. La historia se cierra con otros dos personajes principales: Vieja (Fernando Roa), el amigo ratero que le lleva por caminos de delincuencia no deseados, y Rengo (Roly Serrano), siniestro personaje, adulto cojo y líder de la mafia, quien, en connivencia con la policía de la estación, promueve la prostitución de las jóvenes adolescentes y la delincuencia de los chicos.
En este ambiente hostil, el Polaquito intentará luchar a favor del amor que siente por Pelu, pero el mal que le rodea es superior a sus buenas intenciones: una ambiente social y una familia disfuncionales a los que no le es permitido renunciar (un padre alcohólico, una madre maltratada y una hermana prostituta). Sus espacios son la gran estación ferroviaria y un vagón destartalado que le sirve de vivienda. Su paso por un reformatorio lo enfrenta a seres tan desdichados como él, aunque la calidez que le da su relación con Pelu pudiera ser la tabla de salvación de este adolescente y, quizás, su única posibilidad de salida.
Un drama romántico con grandes dosis de denuncia y que logra tocar la sensibilidad del espectador. Como logró tocar la fibra de Juan Carlos Desanzo, quien tardó casi 10 años en escribir el guión de la historia del Polaquito, la Pelu, el Vieja y el Rengo. Una historia que narra la dura vida de un niño de la calle que intenta salir adelante, vencer el bien sobre el mal. Y así El Polaquito se nos presenta como un Oliver Twist del siglo XXI a ritmo de tango, y nos devuelve una visión descarnada del hampa bonaerense.
Y para ello Desanzo se lanzó a la búsqueda de artistas por centros de acogida, reformatorios y zonas de chabolas, con el fin de contar un drama de desarraigo con tintes autobiográficos. Así, Abel Ayala, el actor que da vida al Polaquito, no ha conocido a su padre ni a su madre. Lo crió su abuela y a los 10 años se escapó de casa para vender chucherías en la Estación Central de Buenos Aires. En 2003, Juan Carlos Desanzo, contó con él para ser el protagonista principal de la película y entonces es cuando nos regala una de esas interpretaciones inolvidables.
El propio director nos comenta que "muchos niños y adolescentes deambulan sin rumbo por las calles porteñas con la sombra de trágicos destinos. Ellos pasan a nuestro lado con su carga de dolor, intentan recolectar entre humillaciones y vergüenza alguna moneda que les permita sobrevivir en un micromundo que los ignora o recorren una amplia gama de lugares de la ciudad con el pretexto de ofrecer las mercaderías más insólitas, incluso su voz o su cuerpo". Porque los chicos de la calle son los hijos de nadie: trabajo infantil, prostitución y abuso de poder. Porque la historia del Polaquito, lleva al cine una historia más de esas que lamentablemente vemos por la calle, o en la televisión o en los diarios. Y, claro está, no sólo en Buenos Aires.
Las necesidades humanas se encuentran en una pirámide de cinco escalones. En el inferior se localizan las necesidades fisiológicas (salud, comida, etc.). El segundo escalón son las necesidades de seguridad (justicia, educación, vivienda, etc.). El tercero son de pertenencia y afecto, éstas que sirven para ser más seguros de uno mismo. El cuarto escalón de la pirámide pertenece a la estima y autorealización como persona. Y en la cúspide podemos situar la necesidad de ser mejores y la el crecimiento personal. Como claramente refleja la película, los adolescentes que se nos presentan apenas pueden pisar alguno de esos escalones, y casi de soslayo. Y así, de nuevo, el cine es un reflejo de la sociedad, de sus crisis y de su tiempo, el cine se transforma en un elemento de denuncia, de emoción y de reflexión.
Porque uno de los signos de marginalidad social más preocupantes de un ciudad es la presencia de niños o adolescentes que mendigan en la vía pública. La historia de la mayoría de estos “niños de la calle” empieza en una familia en la cual han estado ausentes las figuras materna y paterna, de hogares sumergidos en la extrema pobreza y con deterioro afectivo. Cuando se analizan las causas profundas que impulsan a un menor a escapar de su casa no se debe caer en que los únicos factores que influencia son los socioeconómicos, sino que incluye también motivaciones afectivas, socioculturales y éticas a las que es imprescindible prestar atención.
Por ello, El Polaquito nos devuelve la cara menos amable de Buenos Aires y nos habla de trabajo infantil y explotación, de pobreza y delincuencia, de drogadición y prostitución infantil, de abuso de poder y de corrupción, de discriminación social y económica. Esa cara trágica de todas las ciudades (más en unas que en otras) y que ha nadie nos gusta ver y reconocer. El Polaquito se transforma así en una cruda radiografía de una verdad que nadie ignora, aunque muchos prefieran mirar hacia otro lado. Un testimonio desgarrador de esos niños y adolescentes, y que en palabras del propio director nos recuerda: "dentro de mí hay un niño al que durante muchos años dejé solo con sus dolores y sus angustias del pasado, me olvidé de él y lo fui llenando con mis miedos y mis tristezas ocultas".
Desanzo logró un film tan realista como doloroso, tan brutal como cálido. Y para ello ha contado con la buena fotografía de Carlos Torlaschi, la magistral interpretación de sus “chicos de la calle” y la exacta banda musical de Martín Bianchedi. La secuencia final, en la que Pelu se aleja de toda posibilidad de redención a los compases de "Naranjo en flor", entonado por Roberto Goyeneche, es el más estremecedor resumen de esta película que debe verse con el corazón abierto, el pensamiento libre y una profunda capacidad de reflexión. Reflexión que nos golpea con la frase final: “El expediente judicial que investigó la muerte de El Polaquito fue cerrado y archivado como suicidio”.
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