Los debutantes en la dirección Nat Faxon y Jim Rash ya tenían un buen recorrido en el mundo de los guionistas, incluido un Oscar por Los descendientes (Alexandre Payne, 2011), donde ya aquí disfrutamos del debate al que se enfrentan las infancias y adolescencias con el entorno de las familias desestructuradas. El camino de vuelta es su ópera prima en el año 2013, una recurrente comedia indie (que no llega a la brillantez de Pequeña Miss Sunshine, esa pequeña obra maestra del año 2006 y también de la mano de dos directores, Jonathan Dayton y Valerie Faris) que viene a filosofar sobre los cambios que acontecen en un niño cuando le llega el momento de la pubertad y el entorno social y familiar no es el mejor para su autoestima.
Duncan (Liam James) es un adolescente de 14 años que, en el transcurso de unas vacaciones de verano a la playa, tratará de encontrar la fuerza que precisa para poder encontrarse a sí mismo, y de paso, adaptarse a su nueva familia: su madre Pam (Toni Collete), recién divorciada; Trent, el novio actual de su madre, su actual padrastro (Steve Carell, alejado de su estereotipo de cómico), quien no le acepta por su excesiva introversión; y su hermanastra Steph de 17 años (Zoe Levin), quien le considera un bobalicón inadaptado. En este entorno familiar, la timidez basal, problemas de comunicación y escasa personalidad de Duncan no salen reforzados, sino bien al contrario.
Durante esas vacaciones familiares, aparecen dos tablas de salvación a esa pubertad perdida: Susanna, la hija de su vecina (AnnaSophia Robb, inolvidable de niña en Un puente hacia Terabithia), con quien surge una especie de atracción amorosa especial, y la estrecha relación de amistad que entabla con Owen (Sam Rockwell, en un papel muy alabado), el singular propietario de un parque acuático que sigue funcionando como un irresponsable “Peter Pan”, pero que le abre las puertas a la esperanza. Dos personas y unas pocas semanas de verano que le sirven para encontrar su camino, un camino de adolescente que (como muchos adolescentes) andaba extraviado.
Porque las complejas relaciones familiares y la inseguridad generacional del adolescente, la amistad y el primer amor, la afirmación personal en los tiempos del brote hormonal de la pubertad son elementos que utilizan estos directores para debutar en el campo del largometraje. Un hogar desestructurado a causa del divorcio de los padres y de la nula capacidad educadora del padrastro, como cabeza que guíe a la familia, son el punto de partida de una historia de evolución personal. Baste recordar la primera escena, cuando el padrastro le pregunta en el coche a Duncan: “¿En una escala del 1 al 10, qué valor te darías?”; y el responde: "Un 6" dice el chico, pero le responde: "Yo te doy un 3".
El camino de vuelta sigue un libro de ruta extremadamente familiar, cine de ese que creemos haber visto ya una y mil veces y que, sin embargo, seduce. La película es la clásica historia de iniciación de un adolescente atolondrado, mano a mano con un verano de esos que te cambian radicalmente la vida. Porque, dentro del estereotipo de comedia con tintes dramáticos (“dramedia” para algunos), tiene encanto, con personajes descritos con ingenio y donde se pone el acento en el relato de una amistad entre un adolescente apocado y reñido con el mundo, con un adulto que nunca dejó de ser niño. En la química sencilla y empática entre Liam James y Sam Rockwell radica buena parte de la esencia de esta película y en esas, sin querer, lecciones de cómo afrontar la vida y superar los malos momentos.
El camino de vuelta es una película sencilla y deliciosa, que dibuja con precisión a sus personajes (principales y secundarios: no perderse a la vecina con apetencia por la bebida y a su hijo menor con un estrabismo memorable), controla bien sus golpes de humor y posee en su banda sonora perlas como la siguiente "Alone" de la banda estadounidense Trampled By Turtles. Porque El camino de vuelta tiene algo de Los descendientes y de Pequeña Miss Sunshine, pero también de Adventureland (Greg Mottola, 2009) o de Las ventajas de ser un marginado (Stephen Chbosky, 2012), porque es de esos relatos que abofetean primero para dibujarnos aquella misma sonrisa idiota que aparecía al tomar consciencia de que debemos empezar a seguir nuestro propio camino.
Recomendable porque, quizás, El camino de vuelta saque de nuestra memoria algún verano (o cualquier otra época del año) que haya sido clave para encontrar el camino (o uno de los caminos) de nuestra vida. Nos quedamos con las palabras casi finales de Owen a Duncan: “Tienes que ir por tu propio camino, y tú, mi amigo, estás yendo por tu propio camino”.
Porque las complejas relaciones familiares y la inseguridad generacional del adolescente, la amistad y el primer amor, la afirmación personal en los tiempos del brote hormonal de la pubertad son elementos que utilizan estos directores para debutar en el campo del largometraje. Un hogar desestructurado a causa del divorcio de los padres y de la nula capacidad educadora del padrastro, como cabeza que guíe a la familia, son el punto de partida de una historia de evolución personal. Baste recordar la primera escena, cuando el padrastro le pregunta en el coche a Duncan: “¿En una escala del 1 al 10, qué valor te darías?”; y el responde: "Un 6" dice el chico, pero le responde: "Yo te doy un 3".
El camino de vuelta sigue un libro de ruta extremadamente familiar, cine de ese que creemos haber visto ya una y mil veces y que, sin embargo, seduce. La película es la clásica historia de iniciación de un adolescente atolondrado, mano a mano con un verano de esos que te cambian radicalmente la vida. Porque, dentro del estereotipo de comedia con tintes dramáticos (“dramedia” para algunos), tiene encanto, con personajes descritos con ingenio y donde se pone el acento en el relato de una amistad entre un adolescente apocado y reñido con el mundo, con un adulto que nunca dejó de ser niño. En la química sencilla y empática entre Liam James y Sam Rockwell radica buena parte de la esencia de esta película y en esas, sin querer, lecciones de cómo afrontar la vida y superar los malos momentos.
El camino de vuelta es una película sencilla y deliciosa, que dibuja con precisión a sus personajes (principales y secundarios: no perderse a la vecina con apetencia por la bebida y a su hijo menor con un estrabismo memorable), controla bien sus golpes de humor y posee en su banda sonora perlas como la siguiente "Alone" de la banda estadounidense Trampled By Turtles. Porque El camino de vuelta tiene algo de Los descendientes y de Pequeña Miss Sunshine, pero también de Adventureland (Greg Mottola, 2009) o de Las ventajas de ser un marginado (Stephen Chbosky, 2012), porque es de esos relatos que abofetean primero para dibujarnos aquella misma sonrisa idiota que aparecía al tomar consciencia de que debemos empezar a seguir nuestro propio camino.
Recomendable porque, quizás, El camino de vuelta saque de nuestra memoria algún verano (o cualquier otra época del año) que haya sido clave para encontrar el camino (o uno de los caminos) de nuestra vida. Nos quedamos con las palabras casi finales de Owen a Duncan: “Tienes que ir por tu propio camino, y tú, mi amigo, estás yendo por tu propio camino”.
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