La familia, ese entorno en el que se desarrolla cualquier vida y durante toda la vida, es el espejo en el que se miran muchos guiones cinematográficos. Y máxime porque la familia, como microsistema dentro de cualquier sistema social, ha sufrido los cambios de la sociedad en forma paralela. En sentido evolutivo, la familia cambiará a medida que la sociedad cambie. Sobre la familia hemos profundizado en “Cine y Pediatría” en repetidas ocasiones, pero hoy nos viene a la memoria, especialmente, la película Los chicos están bien (Lisa Chodolenko, 2010).
Pues bien, de los mismos productores de Los chicos están bien y contando con la misma actriz principal (Julianne Moore), disfrutamos de un estreno que pone el dedo en la llaga sobre otro modelo actual de familia del siglo XXI, aquélla donde el éxito profesional se antepone al cuidado de los hijos. Hablamos de una película más que recomendable: ¿Qué hacemos con Maisie? (Scott McGehee y David Siegel, 2013) y cuyo guión se fundamenta en la novela publicada en 1879 por Henry James “What Maisie Knew”, en este caso como un revisión contemporánea y neoyorquina de aquella novela de corte victoriano. Y lo que más sorprende es que han pasado 135 años entre la novela original y esta versión, en forma de película, y lo que se cuenta es totalmente vigente para la familia y para el ser humano.
¿Qué hacemos con Maisie? está construida alrededor de un simple concepto: la singular perspectiva de Maisie (Onata Aprile, protagonista absoluta y gran hallazgo del cine y para el cine), una niña de 6 años que se encuentra en medio de la lucha por su custodia entre su madre Susanna (Julianne Moore), una madura (y algo caduca) estrella del rock, y su padre Beale (Steve Coogan), un atareado empresario marchante de arte. Dos padres que quieren a Maisie, pero quizás no tanto como a su éxito profesional, y donde las habituales disputas acaban con el matrimonio. En la pugna por conseguir el favor del juez para la custodia de la hija, Beale se casa con la joven Margo (Joanna Vanderham), la niñera habitual de Maisie, lo que empuja a Susanna a casarse con su joven amigo Lincoln (Alexander Skarsgård).
Con sus padres inmersos en una batalla que no beneficia a nadie, Maisie se encariña de las nuevas parejas de sus padres, quienes si le dedican tiempo de calidad y pruebas de amor para un niño (el juego, la lectura, los paseos, etc.). Y de nuevo, una pregunta surca el aire, como lo hiciera con la película japonesa De tal padre, tal hijo (Hirokazu Kore-eda, 2013): “nature or nurture?”, es decir, quién es el verdadero padre y la verdadera madre, los que recibimos por los genes o los que encontramos por el cuidado real y la verdadera educación.
La peculiaridad de este película (y el gran hallazgo), es que todos los problemas de la familia y de los padres los vemos y los oímos a través de una increíble Maisie, nunca en directo, y sí rodeados de sus juguetes, sus muñecas, sus cuentos…, sus increíbles ojos transparentes y la expresión de esa cara de ángel con pecas. Y con ello se muestra al espectador no sólo lo que Maisie debe de estar sintiendo en cada momento, sino lo que está sintiendo como una niña que busca su propia voz susurrante en un mundo lleno de ruido. Así, el punto de vista inocente de Maisie impregna al filme de belleza, equilibrio y ligereza, una ligereza para nada exenta de carga melodramática que sorprende, dados los acontecimientos que se suceden.
Porque pese a toda la sinrazón de esos padres y de ese matrimonio, pese a la violencia moral (nunca física) de la película, pese a que la niña va y viene como un paquete (ante la irresponsabilidad de sus padres),… la niña sólo lanza una lágrima (digo bien, una) en toda la película.
Porque ¿Qué hacemos con Maisie? es una emotiva película sin estridencias, y que muchos espectadores verán como a medio camino entre Kramer contra Kramer (Robert Benton, 1979) y Donde viven los monstruos (Spike Jonze, 2009), pero con la peculiaridad de que Onata Aprile nos envuelve en los múltiples recovecos de la sensibilidad infantil y nos lanza una pregunta casi moral: ¿qué hacemos con los padres irresponsables…?.
Una Maisie preciosa de la que no olvidaremos las expresiones de su cara, sus ojos, sus tenues pecas, su precioso pelo liso… y, sobre todo, no olvidaremos la maravillosa colección de vestidos (que si, como dice mi mujer, uno volviera a tener una hija, la vestiría así…). Y que ante tanto padre irresponsable que anda suelto por la vida (de forma consciente o inconsciente), posiblemente ningún espectador en la sala no salga con el pensamiento de adoptarla… Porque películas como ésta, tan sencillas como honestas, son muy reivindicables: esta crónica de una ruptura familiar en trazo fino sobre los feroces daños colaterales en los hijos.
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