En el año 2007 una mujer recibió el Premio Nobel de Literatura por su “capacidad para transmitir la épica de la experiencia femenina y narrar la división de la civilización con escepticismo, pasión y fuerza visionaria”. Una mujer que nació en Irán y vivió en Zimbaue, Sudáfrica y Reino Unido. Una escritora comprometida con las ideas liberales y que, aunque nunca quiso dar ningún mensaje político en su obra, fue el icono de las causas marxistas, anticolonialistas, antisegregacionistas y feministas. Una mujer de larga vida (94 años) y de extensa obra (más de 40 novelas) repleta de autobiografía. Ella es Doris Lessing, quien se inició en la literatura en 1950 con “Canta la hierba”, que nos regaló grandes obras (especialmente “El cuaderno dorado”) y que, con la lucidez y vitalidad de sus 85 años nos dejó “Las abuelas”.
Es “Las abuelas” un libro compuesto de cuatro relatos largos, una de las obras más personales de Doris Lessing iluminada por la experiencia de la vida, una obra que disecciona insatisfacciones, duelos, diferencias de clases y trampas. Y en el primer relato nos cuenta una historia tan inverosímil que sólo alguien como ella se atrevería a plasmarlo en papel: dos mujeres, amigas íntimas, que establecen relaciones sexuales cada una con el hijo de la otra sin que merme su amistad. Sólo las bodas de los hijos pueden romper esa compleja y, a la vez, fácil relación doble; es decir: otras mujeres. El previsible resultado es altamente dramático, pero lo más interesante es ver cómo una historia tan difícil de sostener, tan excesiva, funciona en cuanto el lector descubre que la anécdota está trascendida por un análisis de las relaciones afectivas de gran calado. Lo que parece artificial se acaba convirtiendo en una situación de gran fuerza donde dos maneras de enfrentar el mundo se suceden en el tiempo: la fortaleza de las madres (ya abuelas) en cuanto a la elección de sus vidas frente a la fragilidad de los hijos que las suceden; las convicciones frente a las indecisiones; las vidas llenas frente a las vidas previsibles y, finalmente, el coraje frente al desconcierto, pero la fortaleza es también una forma de debilidad, la autoprotección una forma de vampirismo, el mundo un lugar donde esconderse.
No era fácil el reto de llevar adelante esta obra a la gran pantalla y ha sido la franco-luxemburguesa Anne Fontaine (quien en 2009 nos sorprendió con Coco, de la rebeldía a la leyenda de Chanel y en 2003 nos provocó con Nathalie X) quien se atreve a ello, bajo el título en español de Dos madres perfectas (2013) y para ello cuenta con el guionista Christopher Hampton (responsable de la adaptación de Las Amistades Peligrosas) y con dos estrellas de Hollywood en los papeles principales.
Dos madres perfectas nos presenta, ya en la cuarentena, a Roz (Robin Wright) y a Lil (Naomi Watts), dos grandes amigas desde su infancia, que han crecido juntas en una idílica ciudad costera de Australia. E igual que ellas, sus hijos adolescentes Tom (James Frecheville) e Ian (Xavier Samuel) han desarrollado una amistad tan fuerte como el lazo que une también a sus madres, una amistad junto a la playa y el surfing, en un entorno paradisíaco con el horizonte de la costa como testigo y una balsa de madera en el mar como refugio de sentimientos.
Lil es viuda desde hace años y Roz convive con su marido, un profesor que consigue un ascenso profesional en Sidney. Y es en ese contexto y en esas familias donde surge algo que nos sorprende y nos inquieta, entre la incredulidad y la duda. Cada madre se enamora del hijo de su amiga, cada hijo se enamora de la madre de su amigo y estas relaciones se consolidan con el beneplácito de las partes (pese a que cruza los límites de lo que la sociedad considera lícito y moral), hasta conseguir la felicidad y casi un amor pleno y verdadero.
La película (aunque no llega a la calidad de la obra literaria) es un relato cargado de erotismo sobre el amor ciego y una celebración de la eterna naturaleza de la amistad femenina, un estudio de la psique de las mujeres de mediana edad y del concepto de familia y del amor. Profundamente emotiva y apasionante, (más la novela que la película), Dos madres perfectas plantea un tremendo drama moral sobre la familia, la sensualidad, la compasión y, por encima de todo, el amor.
Una película que provoca conciencias y que incita a la reflexión, a la ética y a la moral. Una película que nos enfrenta a un nuevo modelo de relación y de concepto de familia, inadmisible en algunas culturas, pero posible en otras. Una película y un tema tabú… que la directora zanja con una escena final sorprendente: esa escena cenital en la que vemos a las dos madres y a los dos hijos sobre la balsa de madera en medio del mar tomando el sol. Y el espectador abandona la sala con el desconcierto y la pregunta: ¿dónde comienza el tabú, donde termina el amor…?. Y entonces recordamos la frase: “La mente determina lo que es posible, el corazón la sobrepasa”.
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