Así describe la Asociación Síndrome de Williams España a esta entidad: “El síndrome de Williams (SW) es un trastorno del desarrollo que ocurre en 1 de cada 7.500 recién nacidos. Está caracterizado por la tétrada de rasgos faciales típicos, discapacidad intelectual leve o moderada, hipercalcemia en la infancia y cardiopatía (principalmente estenosis aórtica supravalvular). Existe una asimetría mental, en el sentido de que tienen déficits en algunas áreas (psicomotricidad, integración visuo-espacial), mientras que otras facetas están casi preservadas (lenguaje), o incluso más desarrolladas (sentido de musicalidad)”.
Y frente esta fría descripción médica del SW nos encontramos el calor de las personas con nombres y apellidos que presentan esta entidad. Y una de esas personas se llama Gabrielle. Y con ese nombre aparece una pequeña joya del cine canadiense (otra más de este país, un país que vuelca en el celuloide los valores de una sociedad muy madura).
Porque tras triunfar con Familia (2005), su primer largo, Louise Archambault vuelve a demostrar que sabe lo que hace, esta vez gracias a Gabrielle (2013), película que fue presentada por Canadá en su candidatura para los Oscar de habla no inglesa. Louise Archambault, directora y guionista, nos invita a esta emotiva historia sobre las ansias de libertad de una persona con dificultades.
Ella es Gabrielle (Gabrielle Marion-Rivard), una joven de 22 años con SW (y, además, diabetes) con una capacidad para el canto excepcional, quien lucha diariamente por demostrar que es una persona normal y conseguir esa independencia que tanto anhela para poder vivir su historia de amor con Martin (Alexandre Landry, el único actor que representa a un discapacitado sin serlo), el joven que sufre una dificultad parecida y a quien conoce el grupo del coro. La personalidad amigable, desinhibida, entusiasta y gregaria de Gabrielle le ayuda a esta lucha diaria para derribar los muros que inevitablemente se encuentra y se seguirá encontrando en su día a día: “Quiero ser normal, como todos. Soy adulto y quiero actuar como un adulto”.
Porque el hecho de que ellos sean “diferentes” hace que muchas personas se pregunten hasta qué punto pueden hacer lo que quieran. Y por ello Gabrielle no es una película fácil, como no lo son los filmes que tocan la fibra sensible, pero es una película necesaria, así como esperanzadora, vital y con intenciones muy loables: normalizar la relación de amor entre dos personas con enfermedades mentales y discapacidad. Un cine así siempre es bienvenido y, por tanto, se convierte en una película recomendable.
Una película donde destacan muchas cosas, pero tres esenciales: el guión, el trabajo de actores y la música.
- El guión es compacto, pero con los giros necesarios para entender como es la vida de nuestra protagonista, y se nos muestra como si fuera un documental minimalista con una estética muy indie, incluso con cámara en mano por momentos.
- El trabajo de actores es complejo, especialmente porque muchos de los personajes de la película sufren SW u otras patologías neurológicas o del comportamiento. Gabrielle Marion-Rivard es una enferma de este síndrome en la vida real, y la directora vio en ella una historia que merecía ser contada y para ello habló con la propia Gabrielle para que se interpretase a sí misma y esta naturalidad en la actuación es un gran punto positivo. Hay que destacar en la actuación sobre todo los momentos de intimidad entre Gabrielle y Martin, cómo se acercan con timidez, pero con una fuerza incontrolable. Y también hay que destacar el personaje de Sophie, la hermana de Gabrielle, pues a través de ella conocemos el punto de vista de quienes tienen que cargar con la enorme responsabilidad de cuidar a personas dependientes.
- La música y los silencios toman un papel de vital importancia en la película, de forma que hasta pudiera llegar a catalogarse como un musical. Los silencios son un acierto que aporta dramatismo en momentos en que es necesario, pero la música es la medicina que Gabrielle para sobrellevar su complicada vida. Una banda sonora para recordar, especialmente las pegadizas canciones del coro, que acaban contando además con la participación de Robert Charlebois, un famoso cantautor canadiense casi desconocido en España, pero una importante figura en la música francófona.
Cada vez estoy más convencido de la madurez de la sociedad (y del cine) de Canadá y son muchos los ejemplos en Cine y Pediatría: Inch’Allah (Anaïs Barbeau-Lavalette, 2013), Hijos de la medianoche (Deepa Mehta, 2012), Café de Flore (Jean-Marc Vallée, 2012), Profesor Lazhar (Philippe Falardeau, 2011), C.R.A.Z.Y. (Jean-Marc Vallée, 2005), El viaje de Felicia (Atom Egoyan, 1999), El dulce porvenir (Atom Egoyan, 1997), etc.
Y éste es un ejemplo más. Porque Grabrielle es una película que habla de discapacidad, música, sexualidad y dignidad en una joven con el SW merece todo nuestro respeto y más con escenas como la que os presento, con una preciosa canción de Robert Charlebois: “Ordinaire”.
(Aunque ordinario fue que en una sala de casi 700 butacas, sólo estuviéramos 5 personas viendo esta pequeña joya. Pero esto es habitual cuando no se alimenta el séptimo arte como fuente de cultura, emociones y reflexiones).
Y frente esta fría descripción médica del SW nos encontramos el calor de las personas con nombres y apellidos que presentan esta entidad. Y una de esas personas se llama Gabrielle. Y con ese nombre aparece una pequeña joya del cine canadiense (otra más de este país, un país que vuelca en el celuloide los valores de una sociedad muy madura).
Porque tras triunfar con Familia (2005), su primer largo, Louise Archambault vuelve a demostrar que sabe lo que hace, esta vez gracias a Gabrielle (2013), película que fue presentada por Canadá en su candidatura para los Oscar de habla no inglesa. Louise Archambault, directora y guionista, nos invita a esta emotiva historia sobre las ansias de libertad de una persona con dificultades.
Ella es Gabrielle (Gabrielle Marion-Rivard), una joven de 22 años con SW (y, además, diabetes) con una capacidad para el canto excepcional, quien lucha diariamente por demostrar que es una persona normal y conseguir esa independencia que tanto anhela para poder vivir su historia de amor con Martin (Alexandre Landry, el único actor que representa a un discapacitado sin serlo), el joven que sufre una dificultad parecida y a quien conoce el grupo del coro. La personalidad amigable, desinhibida, entusiasta y gregaria de Gabrielle le ayuda a esta lucha diaria para derribar los muros que inevitablemente se encuentra y se seguirá encontrando en su día a día: “Quiero ser normal, como todos. Soy adulto y quiero actuar como un adulto”.
Porque el hecho de que ellos sean “diferentes” hace que muchas personas se pregunten hasta qué punto pueden hacer lo que quieran. Y por ello Gabrielle no es una película fácil, como no lo son los filmes que tocan la fibra sensible, pero es una película necesaria, así como esperanzadora, vital y con intenciones muy loables: normalizar la relación de amor entre dos personas con enfermedades mentales y discapacidad. Un cine así siempre es bienvenido y, por tanto, se convierte en una película recomendable.
Una película donde destacan muchas cosas, pero tres esenciales: el guión, el trabajo de actores y la música.
- El guión es compacto, pero con los giros necesarios para entender como es la vida de nuestra protagonista, y se nos muestra como si fuera un documental minimalista con una estética muy indie, incluso con cámara en mano por momentos.
- El trabajo de actores es complejo, especialmente porque muchos de los personajes de la película sufren SW u otras patologías neurológicas o del comportamiento. Gabrielle Marion-Rivard es una enferma de este síndrome en la vida real, y la directora vio en ella una historia que merecía ser contada y para ello habló con la propia Gabrielle para que se interpretase a sí misma y esta naturalidad en la actuación es un gran punto positivo. Hay que destacar en la actuación sobre todo los momentos de intimidad entre Gabrielle y Martin, cómo se acercan con timidez, pero con una fuerza incontrolable. Y también hay que destacar el personaje de Sophie, la hermana de Gabrielle, pues a través de ella conocemos el punto de vista de quienes tienen que cargar con la enorme responsabilidad de cuidar a personas dependientes.
- La música y los silencios toman un papel de vital importancia en la película, de forma que hasta pudiera llegar a catalogarse como un musical. Los silencios son un acierto que aporta dramatismo en momentos en que es necesario, pero la música es la medicina que Gabrielle para sobrellevar su complicada vida. Una banda sonora para recordar, especialmente las pegadizas canciones del coro, que acaban contando además con la participación de Robert Charlebois, un famoso cantautor canadiense casi desconocido en España, pero una importante figura en la música francófona.
Cada vez estoy más convencido de la madurez de la sociedad (y del cine) de Canadá y son muchos los ejemplos en Cine y Pediatría: Inch’Allah (Anaïs Barbeau-Lavalette, 2013), Hijos de la medianoche (Deepa Mehta, 2012), Café de Flore (Jean-Marc Vallée, 2012), Profesor Lazhar (Philippe Falardeau, 2011), C.R.A.Z.Y. (Jean-Marc Vallée, 2005), El viaje de Felicia (Atom Egoyan, 1999), El dulce porvenir (Atom Egoyan, 1997), etc.
Y éste es un ejemplo más. Porque Grabrielle es una película que habla de discapacidad, música, sexualidad y dignidad en una joven con el SW merece todo nuestro respeto y más con escenas como la que os presento, con una preciosa canción de Robert Charlebois: “Ordinaire”.
(Aunque ordinario fue que en una sala de casi 700 butacas, sólo estuviéramos 5 personas viendo esta pequeña joya. Pero esto es habitual cuando no se alimenta el séptimo arte como fuente de cultura, emociones y reflexiones).
No hay comentarios:
Publicar un comentario