Cuando se cumplen dos meses de la temprana muerte de Robin Williams, hoy recordamos una de sus películas emblemáticas. No era Robin Williams mi actor preferido, siempre excesivo, en ocasiones histriónico…, pero ha sido un actor omnipresente en “Cine y Pediatría” y este es un pequeño homenaje.
- Fue un peculiar y crecidito Peter Pan en
Hook (Steven Spielberg, 1991), el niño que nunca creció en busca del País de Nunca Jamás, donde conocerán al hada Campanilla, a los Niños Perdidos y al malvado Capitán Garfio.
- Fue Sean en
El indomable Will Hunting (Gus Van Sant, 1997), el compañero de habitación y competente psiquiatra, quien ayuda al joven prodigio Will. Y de cuya amistad surge la salvación de ambos para superar los traumas de la infancia y los temores de la vida, porque ambos guardan en las sombras de la mente una terrible vivencia de la infancia y ambos tienen que superar sus problemas y ese lastre.
- Fue el Dr. Hunter “Patch” Adams en
Patch Adams (Tom Shadyac, 1998), un homenaje al médico estadounidense y activista social considerado uno de los máximos difusores de la risoterapia con fines médicos y terapéuticos, y el responsable de la inclusión de ésta en la medicina moderna. Una película inolvidable por su mensaje y su banda sonora.
Porque Robin Williams le cogió el gustillo al papel de médico. Antes de interpretar al Dr Hunter fue un tímido neurólogo en Despertares (Penny Marshall, 1990) que trata a un Robert De Niro afecto de encefalitis letárgica; fue un disparatado ginecólogo ruso en Nueve meses (Chris Columbus, 1995); y un doctor enfrentándose a la muerte en Más allá de los sueños (Vicent War, 1998).
- Fue el dickensiano Wizard en
El triunfo de un sueño (Kirsten Sheridan, 2007), un peligroso y misterioso benefactor del niño Evan Taylor Taylor, ese niño prodigio en la música, del que se sirve de su talento y le pone el nombre de August Rush.
Pero, sobre todo, fue John Keating en El club de los poetas muertos (Peter Weir, 1989), el nuevo profesor de literatura, quien cambiará la vida de un pequeño grupo de jóvenes con sus métodos de enseñanza (de la literatura y de la visión de la vida), innovadores y rompedores.
Para algunos, esta es una de las mejore películas sobre la educación, gracias a la combinación de tres artesanos: el director Peter Weir (no sólo candidato al Oscar a Mejor director en esta película, sino también en 1985 por
Único testigo, en 1990 por
Matrimonio de conveniencia, en 1998 por
El show de Truman y en 2003 en
Master and Commander: al otro lado del mundo), el guionista Tom Schulman (por el que la película obtuvo su único Oscar) y el actor Robin Williams.
La acción transcurre en 1959 en la Welton Academy de Vermont, prestigiosa y arraigada institución, uno de los centros más prestigiosos y conservadores de los Estados Unidos durante los años 60, a donde llega un nuevo profesor de literatura, quien, valiéndose de la poesía, inspira un cambio en el transcurso vital de sus alumnos: Todd (Ethan Hawke), Neil (Robert Sean Leonard), Knox (Josh Charles), Charlie (Gale Hansen), Cameron (Dylan Kussman), Meeks (Allelon Ruggiero), Pitts (James Waterston) y otros. Porque Keating anima a sus alumnos a ser inconformistas y a buscar el fondo de las cosas, a no limitarse a memorizar y aprender sin reflexión: “A pesar de todo lo que digan, las palabras y las ideas pueden cambiar el mundo. Les diré un secreto: no leemos y escribimos poesía porque es bonita, leemos y escribimos poesía porque pertenecemos a la raza humana. ¡Y la raza humana está llena de pasión! La Medicina, el Derecho, el Comercio, la Ingeniería son carreras nobles y necesarias para dignificar la vida. Pero la poesía, la belleza, el romanticismo, el amor… son las cosas que nos mantienen vivos”.
Porque los temas que se abordan en El club de los poetas muertos son múltiples y necesarios para el crecimiento personal: la libertad, el inconformismo, la belleza, el amor por la vida, el valor de las ideas expresadas en la literatura para la formación de las personas. En el guión original de Schulman se exaltan la búsqueda y desarrollo de lo interior y el rechazo de lo inmediato y vulgar (qué gran enseñanza, 50 años después de los hechos de la película, cuando vivimos en un mundo internético con excesivas prisas y poca reflexión).
Y es así como el profesor Keating irrumpe el primer día de clase y hace salir a sus sorprendidos alumnos al pasillo, para mostrarles las fotos de las antiguas promociones de Welton, mientras les expresa este pensamiento: “No son muy distintos a ustedes. Se sienten invencible, destinados a grandes cosas, como muchos de ustedes. ¿Creen que quizá esperaron hasta que ya fue tarde para hacer de su vida un mínimo de lo que eran capaces? Al adular en exceso a la diosa todopoderosa del éxito social, ¿no habrán vendido baratos sus sueños de infancia?... Pero si escuchan con atención, podrán oír cómo les susurran sus legados. Vamos, no tengan miedo, acérquense y escuchen. ¡Escuchen! ¿Oyen ustedes su mensaje?”.
Porque estos adolescentes de clase media alta están sometidos a una enseñanza marcada los cuatro postulados del clásico (y clasista) colegio Welton, los cuales marcarán la vida de los jóvenes; tradición, honor, disciplina y grandeza. Con los métodos de enseñanza (de la literatura y de la visión de la vida), innovadores y rompedores de Keating cada adolescente comienza a aprender el sentido de aprovechar el día, logrando romper los esquemas del pensamiento formal y preso de un sistema educacional autoritario, represivo y conservador. Tal es el gusto a la libertad que declaran la guerra a los cuatro pilares de Welton, reemplazándolos por los siguientes: travesura, horror, decadencia, pereza. “Sólo al soñar tenemos libertad, siempre fue así y siempre así será” refleja el valor de la creatividad y libertad como métodos educativos. Porque Keating sólo trata de estimular a sus alumnos para que hagan de sus vidas algo extraordinario, pues en ello estriba la felicidad. “¡Carpe diem! ¡Aprovechen el día presente! ¡Que sus vidas sean extraordinarias!”.
Y todos estos recursos pedagógicos del profesor Keating consiguen despertar en algunos de sus alumnos capacidades desconocidas hasta entonces para ellos. Así Knox superará el miedo al ridículo y se atreverá a declarar el amor a un chica, Neil descubrirá su vocación por el teatro, Todd vencerá su timidez a través de la poesía, etc.
Y al igual que dijimos hace tiempo que necesitamos un Atticus Finch en nuestras vidas como figura paterna (
Matar a un ruiseñor –Robert Mulligan, 1962-), o los valores de superación de un Forrest Gump (
Forrest Gump –Robert Zemeckis, 1994-),
proclamamos que necesitamos un profesor Keating en el aula de la vida. Porque la poesía, la belleza, el romanticismo y el amor son las cosas que nos mantienen vivos.
Y citamos, como Keating a sus alumnos, al poeta Walt Whitman:
"¡Oh, mi yo!
¡oh, vida de sus preguntas
que vuelven
del desfile interminable de los desleales,
de las ciudades llenas de necios!
¿Qué de bueno hay
en
medio de estas cosas,
oh, mi yo, mi vida ?
Respuesta: que estás aquí,
que existe la vida y la identidad,
que prosigue el poderoso drama
y que tú puedes contribuir con
un verso...
¡Que prosigue el poderoso drama
y que tú puedes contribuir con un verso!”.