Ya conocemos y reconocemos que el británico Stephen Daldry tiene afinidad de rodar con niños y alrededor de historias de la infancia. Lo hizo en lo que fue su debut como director, Billy Elliot (2000), un gran éxito mundial, y también con El lector (2008) o con Tan fuerte, tan cerca (2011). Por eso, por derecho propio, este director ya forma parte de la nómina de los “grandes” en Cine y Pediatría: y así, con Billy Elliot fuimos testigos de un alegato contra los prejuicios y tópicos al ritmo de los deseos por el baile clásico y con Tan fuerte, tan cerca rememoramos la tragedia del 11-S a través de los ojos de un niño, un niño con las capacidades especiales de una persona con trastorno del espectro autista. Y ahora, en el año 2014, nos conmueve con Trash, ladrones de esperanza, al narrarnos una historia sobre la corrupción y la pobreza de los niños en Brasil.
Y al ver Trash uno no puede por menos que recordar dos fábulas sobre infancias desfavorecidas, verdaderos regalos que nos ha dejado el séptimo arte: Slumdog Millionaire (Danny Boyle, 2009) y Ciudad de Dios (Fernando Meirelles, 2002). Slumdog Millionaire es un pequeño milagro, pues pocas películas han sido capaces de contar tantas desgracias alrededor de la infancia (pobreza, marginación, delincuencia y prostitución juvenil, maltrato y mafias de niños, etc.) y simular un cuento de hadas en las calles de Mumbai, con un final feliz que despierta una sonrisa y energía positiva. Y Ciudad de Dios, que se ha convertido ya en un título clave del realismo del tercer mundo, un grito de protesta sobre la situación de los niños en las favelas. Trash anexiona elementos de ambas, pero no llega a entusiasmarnos como cada una de las anteriores… y eso que nuestro director contó con el asesoramiento del propio Fernando Meirelles, el cineasta más famoso de Brasil, quien mejor conoce la infancia de su país y la vida en las favelas.
Como en las dos historias anteriores, también aquí los protagonistas son un trío de adolescentes: Raphael, Gardo y Rat, quienes sobreviven gracias a que escarban cada día en un gran basurero, donde tienen la esperanza de encontrar algunos residuos que les sean útiles, pero que azares del destino les lleva a alzarse contra la corrupción estatal.
La fórmula de Daldry, director teatral de prestigio, es conocida: se parte de una novela premiada (o al menos best seller) y un buen guión adaptado, niños y alguna estrella en el reparto, y el objetivo de pisar la alfombra roja de los Oscar como horizonte. Así funcionó con Las horas (basada en la novela de “The Hours” de Michael Cunningham, ganadora del Pulitzer), con El lector (adaptación de ”Der Vorleser” de Bernhard Schlink) y con Tan fuerte, tan cerca (basada en la obra de “Extremely Loud and Incredibly Close” de Jonattan Safran Foe). Y repite la fórmula con Trash, basada en la novela “Trash” que Andy Mulligan escribió en 2010, pero que no transcurre en un país específico, dado que este autor dio clases en Brasil, India, Filipinas y Malasia, por lo que la historia podría desarrollarse en cualquiera de esos países, aunque los productores terminaron inclinándose por Río de Janeiro. Una de las razones de esa elección es que es una ciudad que cuenta con técnicos experimentados y con un gran apoyo al cine por parte del gobierno.
Dos niños de las favelas de Río, Rafael (Rickson Tevez) Gardo (Luis Eduardo), encuentran una cartera en el basurero donde buscan a diario, pero no se imaginan que este descubrimiento cambiará sus vidas para siempre. Cuando la policía local aparece para ofrecerles una generosa recompensa por la cartera, comprenden que han encontrado algo importante. Deciden recurrir a su amigo Rato (Gabriel Weinstein), y los tres se lanzan a una extraordinaria aventura para intentar quedarse con la cartera y descubrir el secreto que esconde.
En el camino, deberán distinguir entre amigos y enemigos, juntar las piezas del rompecabezas para entender la historia, una historia en la que se cruzan dos misioneros estadounidenses que trabajan en la favela, el decepcionado padre Julliard (Martin Sheen) y su joven asistente Olivia (Rooney Mara).
Y, una vez más, Stephen Daldry consigue con Trash la armonía en el reparto, especialmente por el trío de niños protagonistas, cuyo casting no fue nada sencillo, pues se prolongó durante un año entre miles de niños. Con respecto a Martin Sheen y Rooney Mara, ambos conocen y tiene experiencia con personas como las de la película: el primero lleva casi diez años trabajando con los recogedores de vertederos de Smokey Mountain en Manila y la segunda ha hecho lo mismo en Nairobi. Y es así como el basurero se convierte en el escenario natural (si bien, ante el riesgo potencial, los productores prefirieron construir un basurero propio después de recolectar 2000 metros cúbicos de basura segura a base de plásticos, envases, cartones y papel).
Y es así como Trash pone la llaga en la basura de la corrupción política y de la lacra de la pobreza infantil en Brasil, uno de los más orgullosos miembros de los BRICS, ese grupo de países erigidos en alumnos aventajados de una globalización, un país que alaba sus supuestos milagros económicos mientras queda tanto por hacer. Porque en economía internacional se emplea la sigla BRICS para referirse conjuntamente a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, naciones que tienen en común una gran población, un enorme territorio y una gigantesca cantidad de recursos naturales y, lo más importante, las enormes cifras que han presentado de crecimiento de su producto interno bruto y de participación en el comercio mundial en los últimos años, lo que los hace atractivos como destino de inversiones.
La película Trash. Ladrones de esperanza juega con tres elementos que siempre funcionan en la pantalla: la lucha de clases, el sentido de honestidad de aquellos personajes que no tienen nada y la opulencia codiciosa, que suele ser inseparable de la corrupción económica (y del alma) de quien teniéndolo todo, todavía quiere más. Porque la película, aunque en tono de aventura, parte de una premisa básica: el triunfo del bien sobre el mal. Y queda el mensaje clave: "a pesar de todo, siguieron adelante porque era lo correcto".
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