El término tomboy hace referencia a las chicas que les gusta vestirse como chicos y actuar como ellos, no como una forma de llamar la atención, sino fruto de un impulso natural. Y usando ese término, la joven directora francesa Céline Sciamma dirigió en el año 2011 Tomboy (y lo hizo en tan sólo tres semanas), una película sobre una niña insatisfecha con su rol y que decide hacerse pasar por niño ante el resto de los amigos.
Y es que Céline Sciamma se ha convertido en la directora que no entiende de géneros, y cuyas obras arrastran la polémica (a favor y en contra), pues en sus tres películas en haber habla de la identidad sexual, de la importancia del género en la construcción de uno mismo, de los sentimientos de ambigüedad entre adolescentes y del trastorno que conlleva el hecho de sentirse diferente. Así lo hizo antes de Tomboy, con su ópera prima Water Lilies (2007), y así lo acaba de hacer con la recién estrenada Bande de filles (Girlhood) (2014).
En las cintas de Sciamma, el género es algo impreciso y mutante que cambia en función de la edad, el lugar y las circunstancias. Y por ello comenta: “Para mí, el género es como probarse varios disfraces. Es como una performance, una puesta en escena protagonizada por uno mismo”. Con estas películas y esta forma de pensar ha logrado levantar a un buen número de ciudadanos franceses de ultraderecha contra sus películas, especialmente frente a Tomboy, si bien es cierto que su primera emisión en la televisión de ese país incluso batió récords de audiencia.
Laure, una niña de 10 años y su hermana pequeña vuelven a cambiar de domicilio con sus padres. En pleno verano, pocas semanas antes de que empiece el curso escolar, se instalan en un barrio de las afueras de París. La madre está embarazada y la figura de un tercer hermano es tanto un nuevo sueño como una inminente amenaza. La adolescente es un ser andrógino (su corte de pelo y su forma de vestir), transgénero y en busca de su propia identidad. Sus miedos ocultos la llevan a simular, fundado en una mentira, que es un chico y pasa a llamarse Mikael, proporcionándole una coraza para resistir los embates cotidianos contando con la complicidad interesada de su hermana pequeña. Su recién adquirida identidad le permite reinventarse una forma distinta de interactuar con los chicos, juega al futbol sin camiseta, escupe, se empuja entre sus amigos, todo con el fin poder demostrar su hombría; e incluso llega a enamorarse de “él” una chica de la pandilla. Y así pasa el verano, pero el final del mismo y la vuelta al colegio revelarán su inquietante secreto.
Y es así como, aunque Laure/Mikael pertenece a una acomodada familia de clase media con unos padres preocupados y cariñosos, sin traumas freudianos por medio, tiene ese incipiente deseo y la necesidad de buscar su identidad sexual. Y para este complicado papel de Laurie/Mikael la directora encontró a la fascinante Zoé Héran. Y aliviada por haber encontrado a la actriz perfecta le pidió que se trajera a sus amigos del barrio y les contrató a todos para actuar. De esta forma, la pandilla dejó de jugar al fútbol delante del portal de su casa para hacerlo ante las cámaras de Sciamma.
El tratamiento de la identidad sexual no es nuevo en el cine, y loables antecedentes preceden este trabajo. Películas como Trevor (Peggy Rajsk, 1994), Mi vida en rosa (Alain Berliner, 1997), Boys Don't Cry (Kimberly Peirce, 1999), Like a Virgin (Lee Hae-Joon, 2006), XXY (Lucía Puenzo, 2007) o El último verano de la boyita (Julia Solomonoff, 2009) son magníficos ejemplos aplicados en la infancia y adolescencia. ´
Y, pese a lo complejo que pueda parecer este tema, Tomboy es una película totalmente blanca, donde se centra en el ambiente infantil y familiar, sin juicios de valor ni ataques viscerales, sin espacio para dolorosas consecuencias, con un razonamiento singular y claro, porque todo ocurre sin tener en cuenta las consabidas etiquetas que nos sitúan en el camino. Se trata de un aprendizaje de la vida, donde se da pie a la complicidad entre iguales. Tomboy es una película aparentemente banal, pero que plantean conflictos mayores con una historia simple que no requiere de la grandilocuencia ni de medios excesivos.
Tomboy es un filme realizado con delicadeza que no juzga, ni moraliza, ni ofrece verdades absolutas, ni realidades únicas e inamovibles, ni saca conclusiones. Tomboy es una pequeña obra de arte que atesora uno de esos finales que rondan la perfección de la simplicidad.
Y, pese a lo complejo que pueda parecer este tema, Tomboy es una película totalmente blanca, donde se centra en el ambiente infantil y familiar, sin juicios de valor ni ataques viscerales, sin espacio para dolorosas consecuencias, con un razonamiento singular y claro, porque todo ocurre sin tener en cuenta las consabidas etiquetas que nos sitúan en el camino. Se trata de un aprendizaje de la vida, donde se da pie a la complicidad entre iguales. Tomboy es una película aparentemente banal, pero que plantean conflictos mayores con una historia simple que no requiere de la grandilocuencia ni de medios excesivos.
Tomboy es un filme realizado con delicadeza que no juzga, ni moraliza, ni ofrece verdades absolutas, ni realidades únicas e inamovibles, ni saca conclusiones. Tomboy es una pequeña obra de arte que atesora uno de esos finales que rondan la perfección de la simplicidad.
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