Para todos y en general, la infancia representa la inocencia, la esperanza y el futuro. Y los niños y niñas pequeños seres a los que la sociedad debe proteger de cualquier forma de abuso o explotación. Pero hay terribles excepciones, producto de una mala combinación de ambiente y genética, niños que pasaron a la historia por sus comportamientos psicópatas, que destruyeron familias y llevaron a preguntarse a la sociedad en su momento: ¿qué estamos haciendo mal?
Es por ello que esta entrada de hoy ya advierto que no es para todas los ojos, y puede ser incómoda, como incómoda y cruda es en ocasiones la vida. Hoy nos acercamos a los niños asesinos. Incluso hay un decálogo de los niños y niñas más sanguinarios de la historia, algunos aún tristemente en nuestra memoria. La mayoría de ellos se concentran en Estados Unidos (Craig Price, Eric Smith, George Jr. Stinney, Jesse Pomeroy, Jordan Brown y Josh Phillips) y en Gran Bretaña (Mary Bell, Robert Thompson y Jon Venables). La excepción en ese decálogo son la niña japonesa Natsumi Tsuji, apodada "Nevada-Tan" y cuyo caso es de los más recientes, a principio del siglo XXI; y el niño argentino, Cayetano Santos Godino, apodado “Petiso orejudo” y cuyo caso, uno de los más crueles de la historia, conmocionó la ciudad de Buenos Aires a principio del siglo XX.
La historia del “Petiso orejudo” es una de las más escalofriantes que puedan encontrarse dentro de la criminología moderna, pues coincide completamente con la de muchos otros asesinos en serie adultos y, como suele suceder, comienza con una infancia tortuosa. Hijo de inmigrantes calabreses, nació en 1896 en la ciudad de Buenos Aires, tenía siete hermanos y un padre alcohólico y maltratador. Comenzó su carrera criminal con tan solo 7 años de edad y se convirtió en uno de los mayores niños sociópatas en la historia, responsable de la muerte de cuatro niños, siete intentos de asesinato, y el incendio de siete edificios.
Porque Cayetano Santos Godino se crió en la ley de la calle, y su epicentro fueron los sectores de Almagro y Parque Patricios en la ciudad de Buenos Aires.
Los informes médicos del “Petiso orejudo” y su aspecto físico bien podrían encuadrarse en alguna forma de cromosomopatía, bien un síndrome del cromosoma X frágil o síndrome XYY. Nunca se definió y solo queda en la pura especulación.
Esta historia y este personaje centran nuestra película de hoy: El niño de barro (Jorge Algora, 2007).
Una serie de crueles asesinatos a niños se extiende por todo Buenos Aires en 1912. Mateo (Juan Ciancio), un niño de 10 años, esconde un secreto: a veces su mente y sus pesadillas le conducen a un oscuro lugar de la memoria en donde es testigo de los asesinatos. Al descubrirse su secreto, se convierte en el principal sospechoso. Estela (Maribel Verdú), su madre, y el forense de la policía (Chete Lera), tratan de encontrar una explicación racional a las visiones y así vencer el escepticismo del comisario Petrie (Daniel Freire). Van en busca de un fotógrafo pedófilo, el cual ha utilizado a Mateo y sus amigos para fotografías, pero los asesinatos siguen ocurriendo. Y así llegamos al final de la historia, lo mejor de la obra, y esa pregunta del comisario al pequeño asesino: “Una última pregunta, ¿has llorado alguna vez…?”.
Jorge Algora no es Fritz Lang y El niño de barro no admite demasiadas comparaciones con M, el Vampiro de Düsseldorf (1931), pero es una obra más que considerable, dado lo complicado del tema a tratar y que es la ópera prima de este directo madrileño que lleva años dirigiendo documentales como Terra de náufragos (2003) y Camino de Santiago (2003), así como programas de televisión y publicidad. Y se atreve con esta dura película que aborda la violencia en el mundo infantil con sutilidad y combina una efectiva trama de intriga criminal, con toques fantásticos y numerosos elementos dramáticos en torno a la soledad, la pederastia y los malos tratos, al mismo tiempo que analizar las consecuencias de la violencia en los niños.
No es la primera vez que aparecen niños psicópatas a las páginas de Cine y Pediatría. Hay precedentes como
El niño que gritó puta (Juan José Campanella, 1991), Inocencia interrumpida (James Magold, 1999), Las vírgenes suicidas (Sofía Coppola, 1999), Bowling for Columbine (Michael Moore, 2002), De mayor quiero ser soldado (Christian Molina, 2010), Una historia casi divertida (Ryan Fleck y Anna Boden, 2010), Cruzando el límite (Xavi Giménez, 2010) o Tenemos que hablar de Kevin (Lynne Ramsay, 2011), entre otras.
Pero El niño de barro es posible que supere a las anteriores por lo que muestra y por lo que esconde. Y con una mirada reflexiva (casi una pesadilla) sobre el lado más oscuro de la infancia. Y con ese colofón de la obra: “Cayetano Santos Godino, “el Petiso Orejudo”, murió 32 años después en la Cárcel del Fin del Mundo, Usuahia-Argentina”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario