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sábado, 11 de abril de 2015

Cine y Pediatría (274). “La historia de Marie Heurtin” y los cinco sentidos de los sordociegos


La sordoceguera es una discapacidad que dificulta enormemente la vida independiente. Se debe a distintas causas que se dividen en dos grandes grupos: congénita (síndrome de Usher, síndrome de Alström, enfermedad de Norrie, rubeola congénita, etc.) y adquirida (infecciones o traumatismos del sistema nervioso central, etc.). Más de la mitad de las personas sordociegas están afectas del síndrome Usher. 
Hay que tener en cuenta que la vista y el oído son los principales sentidos a través de los que una persona percibe y experimenta el mundo. Cuando estos dos canales sufren un deterioro, el mundo de esta persona puede estar restringido a aquello que puede alcanzar con su tacto (y menos con el olfato y el gusto). Por ello, la clave de su educación y rehabilitación es la comunicación, que se basa en el sentido del tacto, y más concretamente en la utilización de los dedos y la palma de la mano como receptivo. 

Acaba de estrenarse una película francesa sobre este tema, película que bien podría situarse a medio camino entre dos películas de la década de los sesenta: El milagro de Ana Sullivan (Arthur Penn, 1962) y El pequeño salvaje (François Truffaut, 1969): La historia de Marie Heurtin (Jean-Pierre Améries, 2014), también, como aquéllas, basada en hechos reales. Unos hechos reales que ocurrieron a finales del siglo XIX y que conviene recordar para conocer mejora la historia, esta discapacidad y lo que supone la lucha por su integración social. 

Basada en una emocionante e inspiradora historia real, tal como nos recuerda la película en sus inicios. Marie Heurtin, de 14 años de edad, es sorda y ciega de nacimiento y es incapaz de comunicarse. Sus padres, acuden al Instituto Larnay, especializado en la educación de niñas sordomudas. A pesar del escepticismo general, la monja Marguerite acoge a esta "pequeña salvaje" bajo su protección, haciendo todo lo posible para educarla y sacarla de la oscuridad, en lo que constituye toda una gesta pedagógica

Marie Heurtin era una de las hijas mayores de un matrimonio campesino de la Bretaña francesa. A ese matrimonio le nacieron 9 hijos, de los cuales únicamente dos niñas vinieron al mundo sin alguna discapacidad. El resto de niños, 5 de los cuales murieron tempranamente, eran sordos o sordociegos. Marie nació en 1885 y hasta la adolescencia permaneció en la casa familiar, sin recibir ningún tipo de educación. Fue aceptada como alumna en la escuela de Notre Dame de Larnay regentado por las Hermanas de La Sabiduría, cerca de la ciudad francesa de Poitiers. Esta orden tenían ya una tradición importante en la enseñanza de sordos en muchos otros países, y las de Larnay venían reuniendo además experiencias exitosas en la enseñanza de niñas sordociegas. La primera niña que parece haber sido educada en Larnay fue Marthe Obrecht y su preceptora fue la hermana Marguerite. Marie Heurtin se convirtió en 1895 en la segunda alumna de esa monja. 
La formación básica de las niñas en la escuela de Larnay duraba unos 7 años. Una vez terminada esa formación, la mayoría de las niñas regresaba a sus familias, pero algunas permanecían internas de por vida en el convento: ese fue el caso de Marie Heurtin, quien desarrolló un profundo espíritu religioso y se convirtió luego en maestra de otras niñas sordociegas hasta su temprana muerte a los 36 años. 

Larnay se granjeó renombre internacional tras publicarse en 1904 “Une âme en prison”, de Louis Arnould, donde se describe gráficamente el método que empleó la hermana Marguerite para la educación de Marie Heurtin, vista como la versión francesa de la estadounidense Helen Keller (la protagonista de la icónica película El milagro de Ana Sullivan, sobre la que hablaremos la semana que viene), aunque posiblemente en peor estado, pues Marie se comportaba como una niña salvaje, en la que era casi imposible predecir si podría aprender algo. Tras muchos meses de lucha y trabajo duro, la hermana Marguerite finalmente logró un primer paso al enseñarle el lenguaje de los signos mediante el establecimiento de una relación entre un objeto y un signo para que Marie lo designase: un cuchillo de bolsillo por el que la joven mostraba gran apego. Aprendida la primera palabra luego fue posible avanzar a grandes pasos, gracias al tesón de la monja, quien siguió apegada al aprendizaje de Marie hasta el final de la corta vida de la hermana Marguerite, truncada por la tuberculosis. Marie nunca la olvidó y se esforzó en aprender Braille, escribir a máquina, jugar al dominó, coser y adquirir cultura hasta llegar a ser una joven refinada. Su historia se considera un milagro (otro milagro, como el de Helen Keller). 

Jean Pierre Améries estuvo fascinado por la historia de Helen Keller cuando vio de joven la película El milagro de Ana Sullivan y, al toparse con la menos conocida Marie Heurtin, decidió visitar el Instituto Larnay, que todavía opera en la actualidad, no ya como establecimiento religioso, aunque sigue como centro para niños sordomudos. Y, a partir de ahí, se crea un lazo entre Marie (Ariana Rivoire) y la hermana Marguerite (Isabelle Carre) que en la película se convierte en un tour de forcé entre ambos personajes y ambas protagonistas: porque ambas están soberbias en sus papeles, pero la labor de interpretar a Marie es digna de mención, pues Ariana Rivoire no es una actriz profesional, sino una chica sorda de 20 años que fue seleccionada por el propio director por las similitudes con el personaje de la película, y fue todo un acierto, dotando a su personaje de gran fuerza y presencia. 

Porque La historia de Marie Heurtin es una historia de educación mutua, un drama sobre la capacidad de comunicarse y de amar del ser humano. Una historia donde Marie tiene que salir de su estado de niña salvaje y aprenderlo todo, pero donde también Marguerite aprenderá a ver el mundo de una forma nueva, como nunca se había imaginado. De hecho, cuando la hermana Marguerite ve por primera vez a Marie nos dice: “Hoy he conocido un alma”. Porque La historia de Marie Heurtin es una preciosa indagación sobre el amor, y por medio de este, también sobre la fe y el sentido de la vida, narrada con tanta sensibilidad y sencillez que resulta inusualmente tierna, emotiva y profunda. Y a esta sensibilidad y sencillez contribuye la fotografía y la música. Imágenes para un discurso simultáneamente sensorial y abstracto, imágenes que parecen por momentos cuadros animados de Jean François Millet, por la suave sensualidad que destilan sus fotogramas, adornados por la emotiva banda sonora de la violonchelista Sonia Wieder-Atherton, con muchos temas inspirados en piezas populares centroeuropeas. 

Esta es una película cruda y real, pero también una película que nos hace mejores personas y nos permite seguir creyendo en la vida. La historia de Marie Heurtin es la celebración de la vida a través de los cinco sentidos. Es mucho más que una educación moral, pues es toda una educación sensorial. 
Durante los años en que Jean-Pierre Améris escribió el guión, el cineasta pasó largas temporadas con los niños sordociegos y nos confiesa: “Me enseñaron que sí, que es terrible ser sordo y ciego, pero que no es el final”.

 

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