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sábado, 2 de mayo de 2015

Cine y Pediatría (277). “Amateurs” en amor y en soledad

Cerramos la trilogía de la familia del salmantino Gabriel Velázquez, y lo hacemos por el principio. La semana pasada comentamos el tercer capítulo, su película Ärtico (2014), hace tiempo hablamos de Iceberg (2011), y hoy terminamos como comenzó: con su ópera prima en el largo, con Amateurs (2008). 

Nos comenta su director que el título Amateurs significa “amor para principiantes”, la de dos personas que se encuentran perdidas en la vida y que se encuentran por azar: Blanca (Emili de Preissac), una adolescente francesa, y Julio (Francisco Luque), un obrero madrileño de 65 años. Ella nunca tuvo un padre y él nunca tuvo una hija, por lo que los dos actúan como principiantes en esta relación bizarra, pero una relación basada en la necesidad de cariño, de amor. El título utiliza una palabra en francés en honor Blanca, quien, además, es aficionada a correr (el comienzo y final de la película dan buena fe de ello), y, como un guiño a todo ello, ambos personajes se apuntan a correr la maratón de San Silvestre en la categoría de amateurs. 

Y así es como Amateurs se convierte en un juego de palabras, que alude a que en eso de amar todos somos unos aficionados y en donde debemos entrenarnos cada día. Y es así como Amateurs nos aproxima a la vida de Julio Nieves y de Blanca. Nieves (como así le llaman) es un brusco capataz de la construcción que ha vivido toda su vida solo en el madrileño barrio de Vallecas, y que se enfrenta, solo también, a su próxima jubilación. Blanca es una adolescente de 16 años a quien le encanta el atletismo y que vive en Marsella con su madre. Su madre muere repentinamente y le toca vivir en un centro de acogida. pero decide partir en búsqueda de Manolo García, su desconocido padre, quien a través de la dirección que encuentra en una vieja carta, debe vivir en ese lugar de España. 
La vida de Julio cambiará cuando Blanca llame a su casa preguntando por Manolo García, quien ya ha fallecido. Julio acoge en su casa a Blanca y él, que siempre sintió no tener hijos, la acoge como si fuera una hija caída del cielo. Y aquí el director nos hace reflexionar con una pregunta: ¿hasta dónde somos capaces de llegar para no estar solos? Porque la especial conexión que se produce entre Julio y Blanca tiene cierto encanto, pero también gran extrañeza, por esa sintonía de las diferencias (en edad, en idioma, en país, en concepción de la vida) de dos extraños que se encuentran entre la soledad y el amor. 

Película no perfecta, pero con un balance del conjunto altamente positivo, con un desenlace emocionante y coherente. Gabriel Velázquez en su triple función de guionista, director y productor, insiste en fijar la atención en las personas y sus problemas cotidianos, subrayando con su peculiar cine minimalista y sin actores profesionales (sólo la joven Emilie Preissac ha trabajado previamente en algún papel televisivo en su país), marca de fábrica, la necesidad de amar y ser amados que todos llevamos a cuestas. Minimalismo y ausencia de actores profesionales que roza la sensación de imperfección, pero que, sin duda, tiene la frescura de lo auténtico. Como en el resto de su trilogía, en las películas marca Velázquez destacan más los silencios que los diálogos, el verismo de sus pasajes y paisajes y la inteligente opción de prescindir de una banda sonora musical. 

Una película que es un tour de forcé de dos personas y de tres lugares de rodaje: Marsella, Vallecas y Salamanca. El director se enamoró de Marsella, una ciudad que solo conocía por el cine, pero que le atrapó como si fuera Robert Guediguian, el director que más ha retratado en la gran pantalla esta peculiar ciudad. Vallecas, un lugar mítico de Madrid, familiar, con sabor a barrio. Y Salamanca, la ciudad del director, que siempre retrata con amor su belleza, su cultura y sus gentes, su espíritu charro. Y para muestra esa declaración del jefe de Julio, en un momento de la película: “Tú sabes bien la ilusión que tenía yo de tener hijos… ¡¡ Y que nacieran en Salamanca !!” (y a mí que me suena esta frase...) 

La imagen final de nuestra protagonista corriendo, con un primer plano de su cara y con el mar de fondo, nos recuerda que en temas de soledad y amor casi todos somos amateurs y muy pocos profesionales, independientemente de nuestra edad y lugar de origen. Y que es difícil poner límites a qué seriamos capaces de hacer cada uno de nosotros para combatir la soledad y alcanzar el afecto y el amor: para alguno es una carrera de 1500 metros, para otros de 5000… para otros toda una maratón. 

Y con esta trilogía de la familia, Gabriel Velázquez entra por la puerta grande en nuestro proyecto, como uno de los “grandes” de Cine y Pediatría, allí donde hemos descubierto otros directores que han tenido en la infancia (y la familia) su meta y su refugio, y valga recordar el nombre de algunos de ellos: el francés François Truffaut, el sueco Lukas Moodysson, el japonés Hirokazu Kore-eda, los belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne, los canadienses Xavier Dolan y Jean-Marc Vallée, los estadounidenses Robert Mulligan, Michael Cuesta, Catherine Hardwicke y Gus Van Sant, los españoles Fernando León de Aranoa y Montxo Armendáriz, etc.

 

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