La película comienza con una larga escena en la que vemos, como espectadores sentados en la parte trasera de un coche, como éste sale del taller con un hombre y avanza por la ciudad. Y la película termina con una larga escena en que vemos de frente a este hombre mientras navega con una barca de motor… y luego un fundido en negro con los créditos de la película. Y entre medio una película dura, con una historia tan dura (y real) como la vida misma. Porque este hombre es el padre de Alejandra, nuestra protagonista, una adolescente víctima de bullying y que comenzó como ciberbyllyng. Una historia más dramática, si cabe, porque está a nuestro alrededor y podemos no darnos cuenta. Porque puede afectar a nuestros hijos y no percatarnos de ello.
Esta película mexicana se titula Después de Lucía (2012) y su director es Michel Franco, quien hasta entonces nos había dejado dos obras, una en el corto, Cuando sea grande (2001), realizado para una campaña anticorrupción, y otra en el largo, Daniel y Ana (2009), una incómoda y extraña historia de dos hermanos. Pero es con esta película cuando logra su consagración, al ganar en Cannes el premio Un Certain Regard.
El acoso escolar (más conocido con el anglicismo bullying) existe desde siempre, pero se conoce y reconoce como una prioridad para las agendas sociales y escolares desde hace unas décadas tan solo. Es un problema universal (y en Cine y Pediatría hemos hablado de este tema en español y en todos los idiomas) y ha extendido sus miras más allá de las instituciones educativas, hasta evolucionar en nuevos términos como el mobbing (acoso laboral) o, por supuesto, el tan cada vez más recurrente cyber-bullying, sumergidos como estamos en las nuevas tecnologías de comunicación y redes sociales (donde surge y convive junto a otros anglicismos que esconden mucho sufrimiento: grooming y sexting).
Alejandra (Tessa Ia) es una adolescente que acaba de mudarse de Puerto Vallarta a Ciudad de México con su padre Roberto (Hernán Mendoza) para iniciar una vida nueva tras la muerte de su madre, Lucía. El padre es incapaz de superar la muerte de su esposa y la hija tiene como reto, además, integrarse a un nuevo estilo de vida que implica nuevo instituto y nuevos compañeros. Una relación familiar que está al borde de la rotura y que nada lo mejora por un hecho aislado: en una fiesta accede a ser grabada mientras se divierte en el baño con uno de sus nuevos compañeros. Un móvil y redes sociales bastan para que el triángulo sexting, cyber-bullying y bullying desencadenen una tragedia desde la nada, una tragedia con víctimas (una Alejandra acosada y solitaria y un Roberto al que ya no le queda nada que perder) y verdugos (los compañeros que actúan en manada y el propio silencio de la sociedad). Y todo ello desde una narrativa poderosa y con secuencias imborrables (con el principio y el final como esenciales, con el prólogo que es una incógnita y el colofón que es un puñetazo, un final solo comparable al de Funny Games de Michael Haneke –en sus dos versiones, 1997 y 2007-), lo que han convertido a Michel Franco en uno de los nombres más destacados del nuevo cine latinoamericano.
Porque Michel Franco se ocupa de desencajar al espectador, utilizando una narrativa pausada y realista, en la que vamos conociendo lentamente a Alejandra y a su padre, y junto con ellos descubrimos tanta “inocencia” degenerada en los jóvenes y que duele más porque sabemos que la realidad supera a la ficción en pleno siglo XXI. Y es por ello que Después de Lucía acaba siendo una película que nos acompañará más allá del "the end", pues el personaje se vuelve más real a cada escena, volcando al espectador en una ola de emociones, entre las que la turbación y la desesperación son recurrentes.
Pero Después de Lucía, después de la muerte de la madre, no es sólo una película de bullying al estilo, sino que engendra al menos un par de temas más para la reflexión. Uno es la relación de comunicación incompleta entre padre e hija, donde los dos esperan que la vida cambie con el cambio y, sin embargo, no están pendientes ni observantes de lo que realmente está aconteciendo en sus vidas, con el riesgo de perder el control de las mismas. Otra es la profunda sensación de soledad e insatisfacción: Roberto está sin su mujer y apenas tiene tiempo de calidad para su hija, y siente que su trabajo de cocinero no se desarrolla como quisiera; Alejandra está sin su madre y casi sin su padre, sin amigos y sin dignidad a medida que transcurre la trama. No es de extrañar la conducta autodestructiva que se genera en ellos.
Puede gustar o no, puede ser más o menos creíble, pero lo que no cabe duda es que, con ella, Michel Franco remueve la mente de los espectadores y se convierte en un equivalente al Todd Solondz que nos impactó con Bienvenidos a la casa de muñecas (1995). Sobran las palabras, sobra la música, resta el guión, la planificación de las escenas, el montaje y la frialdad técnica de Después de Lucía, un título con referencias a la vida de un padre y su hija tras la muerte de la matriarca de la familia (Lucía). Y de aquí nos traslada a un drama de venganzas, un dibujo oscuro y de sufrimiento que explora la pérdida de la dimensión entre el bien y el mal. Es un retrato abrumadoramente duro que no permitirá al espectador permanecer impávido. Porque es de esas películas que se disfrutan mucho más después de vista que durante su proyección.
Y Después de Lucía… resta el recuerdo del acoso y de la soledad.
Y además resta el buen sabor del buen cine de México, un país con una filmografía poco conocida aún en Cine y Pediatría, donde ya recordamos hace años la película Abel (Diego Luna, 2010), y esperamos vivir más experiencias del séptimo arte de ese país tras conocer hoy mismo que ya es una realidad que Cine y Pediatría viaja al Congreso de Pediatría en Monterrey.
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