No tiene los diálogos ni los anhelos poéticos de Barrio (Fernando León de Aranoa, 1999) ni la fuerza visual de 7 vírgenes (Alberto Rodríguez, 2005), ni la distopía de Cruzando el límite (Xavi Giménez, 2013), pero con ellas comparte el corazón ardiente de sus personajes adolescentes españoles en permanente búsqueda y con bastante desorientación. Hablamos de la reciente ganadora en el Festival de Málaga, A cambio de nada (2015), una película que intenta buscar su propio estilo, fundamentada en la identidad natural y credibilidad de los diálogos, una historia con más piel que neuronas y que se constituye en una buena ópera prima de presentación en el largo por parte de Daniel Guzmán. Festival cuya Biznaga de Oro hace 4 años la ganó una película no alejada de esta temática: hablamos de Los niños salvajes (Patricia Ferreira, 2011), la historia de tres adolescentes cuyo aislamiento emocional tendrá unas consecuencias inesperadas y trágicas.
El actor Daniel Guzmán, conocido por su papel en la serie “Aquí no hay quien viva”, da sus primeros pasos como director y guionista con esta película apadrinada por dos grandes del cine español, Luis Tosar y Miguel Rellán, ambos como personajes secundarios de la misma. Ya en el año 2003, el hasta entonces actor Daniel Guzmán se adentró por primera vez en el territorio de la escritura y la dirección con Sueños, multipremiado cortometraje, incluido el Goya de su categoría, y que luego ha trabajado en la realización de varios spots de publicidad y en la campaña del Ministerio de Igualdad sobre la violencia de género titulada “Sin razón”.
A Cambio de Nada narra la historia de Darío (Miguel Herrán), un chico de 16 años hijo de padres separados (María Miguel y Luis Tosar, soberbio siempre con su mera presencia) con muy mala relación entre ellos y a los que engaña sobre su situación en el instituto. Cuando se descubre la mentira y es expulsado del centro, huye de su familia, de su hogar y de su instituto en busca de su lugar en el mundo, aunque con un incontrolable sentido de la libertad, con la rebeldía y la urgencia de vivir. En esa aventura tiene como enlaces con el mundo a Luismi (magnífico Antonio Bachiller), su amigo inseparable, a Caralimpia (Felipe García Vélez), un mecánico que es un pobre diablo que se cree un triunfador y a Antonia (Antonia Guzmán, abuela del director, y que interpreta con descarada naturalidad a sus 93 años de edad), una anciana que dedica su tiempo a recoger muebles abandonados en un viejo motocarro y junto a ella descubre cierta serenidad en la vida y que le dice aquello de “Quien nos iba a decir que nos íbamos a encontrar en un contenedor de escombros”. Tres personajes muy peculiares que representan a tres generaciones que se encuentran en un verano de un Madrid demasiado grande como para estar solo (aunque Darío diga al comienzo aquello de “Puedo vivir solo perfectamente”), por lo que esos tres personajes se convierten en su nueva familia.
Un drama urbano de marcado carácter autobiográfico para su director, y que ha tardado diez años en gestar una ópera prima desenfadadamente imperfecta, pero honesta, y que sirve como recuerdo de los pasos que damos hasta convertirnos en lo que somos y en el precio que inevitablemente tenemos que pagar en el camino, a nuestra cuenta y a la de los que nos rodean. Una historia ambientada en el aquí y el ahora, pero que parece haber detenido el tiempo a principios de los ochenta (Demis Roussos, Julio Iglesias, las revistas porno y el boli de cuatro colores), en un encuentro de Guzmán consigo mismo y con su pasado… y con esa imagen de Darío cogido en la parte trasera del metro.
Darío se encuentra en la calle, que algunos dicen que es la mejor escuela de vida, unas calles de Madrid en la que trata de reconstruir su territorio emocional desafiando las normas, huyendo de una familia desestructurada, en busca de nuevos referentes en una urbe en la que sobran almas solitarias ávidas de adoptar a un cachorro descarriado. Y así, A cambio de nada es el retrato de iniciación de un adolescente rebelde con causa.
El actor Daniel Guzmán, conocido por su papel en la serie “Aquí no hay quien viva”, da sus primeros pasos como director y guionista con esta película apadrinada por dos grandes del cine español, Luis Tosar y Miguel Rellán, ambos como personajes secundarios de la misma. Ya en el año 2003, el hasta entonces actor Daniel Guzmán se adentró por primera vez en el territorio de la escritura y la dirección con Sueños, multipremiado cortometraje, incluido el Goya de su categoría, y que luego ha trabajado en la realización de varios spots de publicidad y en la campaña del Ministerio de Igualdad sobre la violencia de género titulada “Sin razón”.
A Cambio de Nada narra la historia de Darío (Miguel Herrán), un chico de 16 años hijo de padres separados (María Miguel y Luis Tosar, soberbio siempre con su mera presencia) con muy mala relación entre ellos y a los que engaña sobre su situación en el instituto. Cuando se descubre la mentira y es expulsado del centro, huye de su familia, de su hogar y de su instituto en busca de su lugar en el mundo, aunque con un incontrolable sentido de la libertad, con la rebeldía y la urgencia de vivir. En esa aventura tiene como enlaces con el mundo a Luismi (magnífico Antonio Bachiller), su amigo inseparable, a Caralimpia (Felipe García Vélez), un mecánico que es un pobre diablo que se cree un triunfador y a Antonia (Antonia Guzmán, abuela del director, y que interpreta con descarada naturalidad a sus 93 años de edad), una anciana que dedica su tiempo a recoger muebles abandonados en un viejo motocarro y junto a ella descubre cierta serenidad en la vida y que le dice aquello de “Quien nos iba a decir que nos íbamos a encontrar en un contenedor de escombros”. Tres personajes muy peculiares que representan a tres generaciones que se encuentran en un verano de un Madrid demasiado grande como para estar solo (aunque Darío diga al comienzo aquello de “Puedo vivir solo perfectamente”), por lo que esos tres personajes se convierten en su nueva familia.
Un drama urbano de marcado carácter autobiográfico para su director, y que ha tardado diez años en gestar una ópera prima desenfadadamente imperfecta, pero honesta, y que sirve como recuerdo de los pasos que damos hasta convertirnos en lo que somos y en el precio que inevitablemente tenemos que pagar en el camino, a nuestra cuenta y a la de los que nos rodean. Una historia ambientada en el aquí y el ahora, pero que parece haber detenido el tiempo a principios de los ochenta (Demis Roussos, Julio Iglesias, las revistas porno y el boli de cuatro colores), en un encuentro de Guzmán consigo mismo y con su pasado… y con esa imagen de Darío cogido en la parte trasera del metro.
Darío se encuentra en la calle, que algunos dicen que es la mejor escuela de vida, unas calles de Madrid en la que trata de reconstruir su territorio emocional desafiando las normas, huyendo de una familia desestructurada, en busca de nuevos referentes en una urbe en la que sobran almas solitarias ávidas de adoptar a un cachorro descarriado. Y así, A cambio de nada es el retrato de iniciación de un adolescente rebelde con causa.
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