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sábado, 4 de julio de 2015

Cine y Pediatría (286): “Mi planta de naranja lima” y el valor de la amistad en la niñez


José Mauro de Vasconcelos fue un novelista que vivió muchas vidas en una vida y en muchas culturas. Nació en un barrio pobre de Río de Janeiro, de madre indígena y padre portugués, ejerció diversos empleos para subsistir en su juventud (desde entrenador de boxeo a modelo de escultores, de cargador de bananas a camarero de locales nocturnos, de explorador de ríos selváticos a estudiante de Medicina), viajó por Europa, pero regresó a Brasil. Con este bagaje, en sus novelas siempre nos muestra una gran experiencia de vida, y en donde suma su sensibilidad hacia los desposeídos y un profundo amor y respeto por la naturaleza, y lo hizo siempre con un lenguaje claro y clarividente. Autor de destacadas novelas, con “Banana brava”, “Barro blanco”, “Raya de fuego”, “Rosinha, mi canoa” como prolegómeno. Pero fue con “Mi planta de naranja lima” (1968) con la que se proyectó internacionalmente, logrando que esta obra se haya convertido en una de las más difundidas de la literatura brasileña en todo el mundo. Este libro, en el que rememora su infancia en Bangu, forma parte de una tetralogía autobiográfica no ordenada cronológicamente, integrada por “Vamos a calentar el sol” (1974), sobre su traslado a Natal, “Doidao” (1963), sobre su adolescencia; y “Las Confesiones De Fray Calabaza” (1966), sobre su vida adulta. 

Varias de sus obras fueron adaptadas al cine, teatro y series televisivas, pero especialmente se realizaron varias versiones de “Mi planta de naranja lima”, entre ellas tres telenoveas (en 1970, 1980 y 1998) y dos películas: en 1970, dirigida por Aurelio Teixas y en 2012, dirigida por Marcos Bernstein. Mi planta de naranja lima es la emocionante historia de un niño al que la vida hará adulto precozmente y centraremos nuestra atención en la última adaptación para la gran pantalla. 

 Narra la historia de un niño brasileño inteligente y sensible de 5 años llamado Zezé (Joao Guilherme Ávila), un niño que sueña con ser de mayor un poeta y llevar corbata de lazo, pero de momento en su casa es un niño travieso acosado por las reprimendas y malos tratos, en el colegio es un ángel con una imaginación desbordante que tiene encandilado a su maestra Cecilia Paim, y que sobrevive a esa vida de pobreza refugiándose en dos amigos: un arbolito de naranja lima cercano a su casa, al que apoda Minguinho y con quien comparte todos sus secretos y experiencias (y lo hace su amigo imaginario) y un anciano llamado Manuel Valadares, el Portugués (José de Abreu). 
Zezé, como todo niño pequeño, vive entre sus tres mundos principales: el de la familia, el del colegio y el de los amigos. Su familia, formada por un padre desempleado y agresivo, por una madre que trabaja en una fábrica y por cuatro hermanos, es un medio hostil (con la pobreza como telón de fondo) y sólo su hermana Gloria lo defiende de los maltratos que recibe por parte de sus padres y demás hermanos. También está la abuela Dindinha y el tío Edmundo, quien siempre se refiere a Zezé como un niño precoz, pues aprendió a los cinco años a leer sin ayuda alguna y por tener una imaginación desbordante. Y en la calle juega con sus amigos, a quienes les gusta hacer el “murciélago”, que consiste en trepar en la parte trasera de un coche y pasear gratis por la ciudad. Manuel Valadares es un anciano huraño con el que acaba estableciendo una buena (y salvadora) amistad, casi paterno-filial, donde Zezé encuentra el padre que no tiene. 

Toda esta vida y estas vivencias se las cuenta Zezé a Minguinho, esa planta de naranja lima que, en su imaginación, se transforma en un ser fantástico que puede imitar a varios personajes, que puede hablar, y que puede incluso transformarse en pony y cabalgar. Cabalgar para huir con la imaginación de las palizas físicas a las que en ocasiones le somete su padre y que hace que, cuando Manuel descubre los signos físicos de ese maltrato en la piel del niño, sienta una profunda tristeza y redoble su cariño hacia ese niño, a quien le deja hacer el “murciélago” en su coche, el más bonito del barrio, y con ello consigue un gran triunfo antes sus amigos. Y ese es el valor de la amistad salvadora, el valor de los amigos reales e imaginarios, para compensar retazos no deseados de nuestra infancia. El valor de la amista en la etapa de la niñez y el valor de las frases con sentido y sensibilidad que nos regala esta historia: 
“Mi mamá me ha enseñado que debemos compartir nuestra pobreza con quien es aún más pobre” 
“El sueño hace que todo se olvide” 
“Ahora que había descubierto lo que era la ternura, lo ponía en todo lo que me gustaba” 
“No espero nada. Así no me decepciono” 
“Te hice morir naciendo en mi corazón” 
“La vida sin ternura no vale gran cosa”.

Una historia exquisita con una música exquisita, que nos acompaña en la triste realidad y los sueños de Zezé, y lo hace como un leitmotiv. Música de Armand Amar, el músico que fusiona, por antonomasia, las grandes culturas del Mediterráneo. Porque él nació en Jerusalén, vivió su infancia en Marruecos y vive en París. Por ellos sus trabajos, la mayoría para bandas sonoras (recordamos la de El primer grito), fusiona el espíritu de las tres grandes religiones y la fuerza de su música permanece en un espacio profundo que nos traslada a pasajes llenos de sensibilidad y viajes étnicos ancestrales. Los instrumentos tradicionales se unifican con los más actuales y fluyen por un mar orquestal de gran emotividad. Un músico ya imperecedero…cuya ardua biografía, no muy diferente a la de Vasconcelos, estaba claro que estaban (felizmente) condenados a encontrarse a la sombra de esta planta de naranja lima. Un encuentro de amistad en una obra sobre el valor de la amistad. 

 

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