Tres personajes adolescentes presentados en tres breves escenas que terminan con estos carteles: David, 16 años, posesión de narcotráficos con intención de reventa. Ángel, 15 años, reincidente, asalto y robo de vehículo. Butch, 17 años, asalto a un funcionario de correccional. Y al final un cartel más que indica: Centro correccional juvenil Enola Vale, Montana. A continuación, un primer plano de una funcionario se dirige a los tres chicos: “Señores, quítense la ropa civil y dejen sus pertenencias en la caja que lleva su nombre. Les devolveremos los zapatos cuando terminemos el registro. Todas sus pertenencias. Sacúdanse el pelo. Muevas sus dedos. Separen los dedos de los pies. Soplen por la nariz. Ahora dense la vuelta. Inclínense. Tosan. Más fuerte. Incorpórense. Dense la vuelta. Bien muchachos, ahora les vestiremos. Señores, bienvenidos al correccional juvenil Enola Vale…A continuación les voy a explicar las reglas básicas, son sencillas. Están prohibidas las armas, los objetos afilados, el material pornográfico, las sustancias ilegales, el tabaco, el alcohol y formar bandas. Nada de esto está permitido en Enola Vale. ¿Alguna pregunta?”.
Así comienza una impactante película, feroz y directa, un drama carcelario repleto de tensión y que lleva por título Dog Pound (La perrera), rodada por el francés Kim Chapiron en el año 2010 en la que supuso su primera cinta rodada en lengua inglesa y que le valió el Premio a Mejor nuevo director en el Festival de Tribeca. Un magnífico retrato de la incertidumbre de adolescente al llegar a un centro correccional, donde deben elegir un bando en un recinto lleno de violencia: víctima o verdugo. Porque lo que el director y co-guionista Kim Chapiron nos quiere transmitir es la idea más vieja de la humanidad: la violencia genera violencia, y la reflexión nunca puede llegar a través del odio, la represión y el abuso.
Dog Pound se centra en las atormentadas vidas de Butch (Adam Butcher), Davis (Shane Kippel) y Angel (Mateo Morales), tres adolescentes encarcelados por delinquir y a la espera de pasar a disposición judicial, pero que tienen que permanecer en un recinto en el que la hostilidad será protagonista, mal prolegómeno para volver a reinsertarse en la sociedad. Los guardias y otros adolescentes reclusos son dos elementos que interfieren en el día a día de los tres muchachos, allí donde se impone la ley del más fuerte para sobrevivir, allí donde el correccional se convierte en un lugar complicado. Allí donde el entrenador les dice “Esta mañana no quiero mierdas de esas en mi cancha. Aquí no hay blancos ni negros, ni putos fumetas… Sois un grupo de perros callejeros encerrados en esta perrera”. La agresión permanente hará que estos muchachos tengan que llegar a hacer cosas que nunca imaginaron.
Hiperrealismo e incómoda crudeza al servicio de una nueva película carcelaria, que se apoya en su reparto, jóvenes actores que trasmiten con credibilidad la rabia y el dolor, y la habilidad del director para narrar con contundencia y pasión una historia que quizás ya hemos visto antes, pero no muchas veces contada con tanta eficacia a la hora de lanzar un grito de alarma hacia el modo en que el Estado gestiona la problemática de la delincuencia juvenil. Y, aunque sólo fuera por esto, Dog Pound ya merecería un pequeño hueco en el subgénero del cine carcelario.
El cine ha narrado grandes historias ambientadas en prisiones, películas que se les conoce como dramas carcelarios. Algunos ejemplos paradigmáticos pasan por nuestra mente, películas con base literaria muchas veces, otras basadas en la realidad. Algunos títulos son: La gran evasión (John Sturges, 1962), basada en los hechos sucedidos en el campo de prisioneros de guerra de Stalag Luft III, versión de la novela de Paul Brickhill; Papillon (Franklin J Schaffner, 1973), a partir de la novela homónima de Henri Charrière y con guion de Dalton Trumbo; El expreso de Medianoche (Alan Parker, 1978), narra un hecho biográfico real acaecido en 1970, la historia de Billy Hayes; Fuga de Alcatraz (Don Siegel, 1979), basada en el libro “Escape from Alcatraz” de J. Campbell Bruce; En el nombre del padre (Jim Sheridan, 1993) recoge los casos de los Cuatro de Guildford y los Siete de Maguire, según la autobiografía de Gerry Conlon, “Proved Innocent”; Cadena perpetua (Frank Darabont, 1994), fundamentada en la novela corta de Stephen King, “Rita Hayworth y la redención de Shawshank”; Pena de muerte (Tim Robbins, 1995), nos cuenta el hecho real de la hermana Helen Prejean, consejera espiritual del homicida Patrick Sonnier, y de donde surgió su libro "Dead Man Walking"; Sleepers (Barry Levison, 1996), según la novela homónima de Lorenzo Carcaterra; Huracán Carter (Norman Jewison 1999), la verdadera historia del boxeador Rubin Carter, al cual se absolvió de triple asesinato después de que hubiera pasado casi veinte años en prisión; La milla verde (Frank Darabont, 1999), a partir de la novela de Stephen King, “The Green Mile”; Celda 211 (Daniel Monzón, 2009), gran ganadora de los Goya de ese año y con guión fundamentaldo en la novela homónima del periodista Francisco Pérez Gandul; y cientos de ellas. También en Cine y Pediatría hemos vivido ya algún ejemplo, como la película argentina Leonera (Pablo Trapero, 2008), una película carcelaria con la maternidad entre rejas como tema clave.
Porque este correcional está en sintonía con la introducción del Informe “Jóvenes y prisión” y que dice “La cárcel, aunque la pinten de rosa o la pongan música ambiental —y hay alguna que tiene estas condiciones— es una estructura de violencia y un mecanismo de castigo que la sociedad —todas las sociedades— ha creado para aquellos que saltan los límites de lo legalmente tolerable. La vida cotidiana de la prisión, su organización, las relaciones entre los internos y los profesionales penitenciarios, las relaciones entre los propios internos, las normas que rigen su funcionamiento, su estructura arquitectónica,... todo lo que compone el sistema de vida de una prisión, hay que entenderlo desde aquí: no hablamos de un internado duro y difícil ni de un colegio mayor exigente; hablamos de una estructura de violencia y de imposición, y desde aquí hay que interpretar lo normal y lo excepcional que pasa dentro de ella”.
Y al final de la película, una puerta del correccional que se cierra de golpe… como si se acabara la única esperanza de redención. Y con ese portazo y fundido en negro final nos restañan algunas dudas: ¿es peor mandar a los jóvenes delincuentes a prisión?, ¿qué papel debería tener la condena a labores sociales?, ¿son las cárceles aún las perreras de la vida...?
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