David Gerrold es un novelista estadounidense de ciencia ficción. A él se le debe, cuando era solo un universitario, la presentación de unos esbozos de historia para la serie de televisión Star Trek. Desde entonces ha escrito docenas de libros de ciencia-ficción, aventuras y juveniles. Una de ellas fue "The Martian Child", publicada en el año 1995 como novela corta (y multipremiada) y en el año 2002 como novela más extensa, una obra con carácter autobiográfico sobre su experiencia como padre soltero que adopta un hijo. Y en el año 2007, el guionista holandés Menno Meyjes se atrevió a dirigir la película El niño de Marte.
Y así concluye esta película tan peculiar, que muchos han visto en ello un elogio a la paternidad: “A veces olvidamos que los niños acaban de llegar a la tierra. Son un poco como los alienígenas que llegan como un puñado de energía y puro potencial en una especie de misión exploratoria e intentan aprender lo que significa ser humano. Por algún motivo, Dennis y yo buscamos en el Universo y nos encontramos el uno al otro. Nunca sabré cómo o por qué, pero descubrí que puedo amar a un alienígena y él puede amar a una criatura. Y eso es lo bastante extraño para los dos”.
Ya tuvimos ocasión de hablar por encima de esta película hace años en Cine y Pediatría, en la entrada que titulamos como "La adopción revisada con distintas aristas" y en donde se comentaban un buen número de películas de todos los tiempos y todos los países para adentrarnos en la importancia humana, jurídica, médica y social de la adopción de niños, de sus múltiples visiones y diversas aristas, aristas que dan lugar a guiones diferentes, del humor a la tragedia, de la anécdota a la denuncia. Y entre ellas, El niño de Marte, la pequeña historia de David Gordon (John Cusack), un escritor de ciencia ficción que ha enviudado recientemente y que está considerando adoptar a Dennis (Bobby Coleman, en un papel memorable), un pequeño niño huérfano que dice ser del planeta rojo y tiene una conducta bastante extraña. Sin embargo, sea cual sea el problema real de este niño de 6 años, David se siente cada vez más apegado a él y experimenta el poder transformador del amor parental.
Porque Dennis es un niño que evita el contacto visual y físico con otras personas, que se protege siempre del sol (y lo hace de distintas formas, bien refugiándose en una caja de cartón, con sus omnipresentes gafas de sol, con sus varias capas de protector solar en la cara o con su paraguas), que lleva pesas en los tobillos o que se cuelga boca abajo para contrarrestar la gravedad terrestre, que va siempre con su cámara de fotos, que tiene poderes mentales, que usa un lenguaje marciano en ocasiones ("trans fobo medio" es su mensaje de poder), que su inexpresiva cara no le permite reir ni llorar, que tiene una mirada triste y unos razonamientos muy superiores a su edad, aunque bien extraños para los que le rodean: "No debo comer nada criado en las lunas de Saturno". Por ello, no es de extrañar que Liz (Joan Cusack) la hermana de David diga del niño que "podría ser un pequeño medium" o "a lo mejor es nuevo Mozart" o que su amiga Harlee (Amanda Peet) piense que es "como un pequeño Andy Warhol".
La película nos adentra en la especial relación que se va estableciendo entre David y Dennis y que, más allá de apostar por la importancia de la familia tradicional, nos aproxima a la idea universal de la necesidad de afecto que todos poseemos y, especialmente, los niños. Una película que nos hace reflexionar sobre el hecho de que todos somos especiales, distintos, con nuestras virtudes y nuestras carencias, y cómo la compresión y el cariño se transforma en el mejor antídoto frente al miedo que en la infancia provoca el abandono y la pérdida de un entorno familiar. El abandono que en algún momento sufrió el pequeño Dennis.
El comportamiento del niño (con rasgos de trastorno del espectro autista, pero también con otros síntomas psiquiátricos asociados) no es fácil para un padre adoptivo (que decide, además, iniciar esa experiencia solo): Dennis es expulsado del colegio por precisar atención especial ("Una decisión cruel", dice David al director) y tiene que acudir al psiquiatra ("No hace amigos y no se relaciona bien conmigo... y cree que va a flotar y salir volando"). Sin embargo, David consigue la complicidad con "el niño de Marte" y baste recordar cuatro simpáticas escenas: la de la intentona por enseñarle a jugar al beisbol, la de la guerra de platos rotos y ketchup en la cocina, la del baile marciano en el salón (que termina con un "Bonita charla" del niño) o la de la bolera.
Es cierto que el final es un tanto made in Hollywood, con esa simpática escena en que el niño es evaluado por el consejo de especialistas (que deben decidir si la acogida se convierte en paternidad) o la escena final en la azotea de la bóveda del Planetario y entonces, por fin, el niño logra llorar cuando se abraza a David y le dice "Dime por qué me abandonaron (mis padres)"...
Porque como se nos recuerda al principio de la película, “todos los niños son de Marte y, al menos, éste lo reconoce”. Aunque quizás no le ocurra solo a los niños, sino un poco a todos... Y con esta reflexión leemos los principios de la adopción en la web del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad:
"La Convención de las Naciones Unidas relativa a los Derechos del Niño de 1989 y la Convención de La Haya de 1993 relativa a la protección del niño y a la cooperación en materia de adopción internacional, constituyen el marco de principios y derechos que deben guiar todas las intervenciones y decisiones que se adopten en relación a los menores de edad y en especial con aquellos que se encuentren en situación de desprotección.
En este marco la adopción nacional e internacional está considerada como una medida de protección, que debe responder siempre al interés superior del menor, sin que deban tenerse en cuenta otros intereses ajenos al mismo.
Y distingue entre menores adoptables y persona/s que puede ofrecerse para la adopción.
- El menor adoptable es aquel que, no sólo reúne las condiciones legales para ello, sino que, además, sus circunstancias personales, psicológicas y sociales así lo recomiendan. Es importante poder distinguir entre menor necesitado de una medida de protección institucional y menor adoptable. Existen muchos menores "necesitados de protección", pero no todos ellos son adoptables.
- La persona/s que se ofrezca para la adopción debe ser capaz de entender que, por encima de todo otro interés, prima el interés del menor y, por tanto, la conveniencia de su adopción. Debe, además, ser capaz de entender y dar respuesta a las necesidades afectivas, de salud y de comprensión de la historia vivida, en razón de su edad y de las circunstancias que le han rodeado hasta el momento de su adopción".
Y así como hace tiempo, al comentar la película Matar a un ruiseñor (Robert Mulligan, 1962), decíamos que nuestra sociedad y las familias necesitan un Atticus Finch en sus vidas, con esta película es posible que podamos decir que también necesitamos figuras como un David Gordon.
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