Cine y Pediatría ha dedicado muchas entradas a películas donde la docencia es el tema nuclear y la figura del maestro/profesor el personaje principal. Hace más de cuatro año publicamos un par de post seguidos, bajo el título de "Adolescentes, institutos y profesores" y "Cuatro joyas del cine francés reflexionan sobre la aventura de educar", en el que destacábamos varias películas, un listado siempre incompleto, pues en él solo hacíamos una mínima referencia a una película imprescindible: Profesor Holland (Stephen Herek, 1995), un oasis en la carrera de su director, quien dirigió películas tan mediocres como 101 Dálmatas, ¡ más vivos que nunca ! (1996) o Es... el gurú, una incontrolable tentación (1998).
Porque si hablamos de la carrera docente como vocación, de la satisfacción que causa el haber formado a una generación tras otra, el haber influido en sus vidas, no hay duda de que esta película ocupa un lugar de honor, con el personaje interpretado magistralmente por Richard Dreyfuss: Glenn Holland, compositor frustrado, profesor de música, padre insatisfecho, en lo que parece una mezcla perfecta entre Charles Edward Chipping (Adiós, Mr. Chips, en sus dos versiones, la de San Wood de 1939 y la de Herbert Ross de 1969), John Keating (El club de los poetas muertos -Peter Weir, 1989-), Clément Mathieu (Los chicos del coros - Christophe Barratier, 2004-) y George Bailey (Qué bello es vivir -Fran Capra, 1946-), ésta última película paradigmática en época de Navidad.
La profesión de maestro difícilmente supone el salto a la fama para quienes la ejercen, más bien es una labor oscura y callada, cuyos frutos se notan al cabo del tiempo en las personas a las que el profesor ha formado. Exige tener vocación por esta labor, y no simplemente el deseo de tener un puesto de trabajo estable y que pueda permitir disfrutar de cierto tiempo libre. Algo así es lo que buscaba Glen Holland al principio de la película, buscar una vida estable tras diez años de pianista de clubs nocturnos, hacer su trabajo lo mejor posible, ganar dinero y escapar al finalizar las clases para poder componer música (y también para combinar su trabajo con el de profesor de autoescuela). La propia directora del instituto, Helen Jacobs (Olympia Dukakis) le llamará la atención: "Un maestro no sólo debe transmitir conocimientos, sino orientar vocaciones, despertar interés en sus alumnos". Su disgusto inicial lo subrayan las conversaciones con su mujer al volver a casa: "Odio la enseñanza, la odio. Nadie podría enseñar a esos chicos" o "A mí me han dado 32 niños durmiendo con los ojos abiertos", quejas que surgen ante la incapacidad inicial de sus alumnos por tocar bien algún instrumento musical.
Pero la situación cambiará cuando Glen se entere de que su mujer Iris (Glenne Headly) está embarazada. Aunque le trastoca sus planes, le confiesa a su esposa: "Tú me dices que vamos a tener un hijo. Y yo te digo que eso es como enamorarse de John Coltrane otra vez". Y como no podía ser de otra forma, al hijo le llamarán Cole. Y con pocos meses descubren que presenta una sordera congénita. A partir de ese momento Holland irá tomando interés por su labor docente en la materia de Apreciación Musical, irá descubriendo que la vida se disfruta más cuando hay un trato humano más directo y acabará siendo el favorito de sus alumnos, porque descubre la magia de lo que tiene entre manos, y así lo acaba expresando: "Se supone que tocar música debe ser algo divertido. Trata sobre el corazón, sobre los sentimientos, sobre motivar a la gente, es algo hermoso. No es simplemente unas notas en una página". E incluso tiene que defenderse ante la dirección del instituto, cuando le dice la directora: "Señor Holland, han llegado a mis oídos que está enseñando rock and roll... Y hay gente en esta comunidad que opina que el rock and roll es un mensaje del mismísimo diablo en persona". A lo que él responde: "Dígales que yo enseño música y que me serviré de todo, desde Beethoven a Billie Holiday o el rock and roll, si creo que me ayudará a enseñar a un alumno a que ame la música".
Su hijo Cole necesita de sus padres un gran esfuerzo para su aprendizaje mediante el lenguaje a través de signos, pero sólo Iris está dispuesta a ese sacrificio. Glenn parece resignado a tener un niño con el que no pueda comunicarse y se ampara en los consejos de un médico, quien les recomienda no someter al niño a ninguna enseñanza especial. "Tú vas todos los días al instituto donde todos los niños son normales. Y yo ni tan siquiera puedo hablar con mi hijo. No sé lo que quiere, ni lo que piensa ni lo que siente. Ni tan siquiera puedo decirle que le quiero, no puedo decirle quien soy yo, quiero poder hablar con mi hijo. No me importa lo que cueste, no me importa lo que ese médico estúpido crea que esté bien o mal. ¡Quiero hablar con mi hijo!", le grita Iris a su marido por primera vez.
Clave es la escena en la que Glenn decide hacer un concierto para personas sordas auxiliándose con luces que se encienden al compás de la música, y cuando, en la parte final del concierto le dedica a su hijo la canción "Beautiful boy" de John Lennon, la cual interpreta con el lenguaje de señas para sordos, con esas frases tan emblemáticas de la canción: "...Porque es un largo camino por recorrer, una dura senda que completar. Si, es un largo camino que recorrer, pero hay que intentarlo. Por favor, coge mi mano. La vida es lo que te sucede mientras tú estás ocupado haciendo otros planes". Porque eso es, precisamente, lo que le estaba ocurriendo al profesor Holland hasta ese momento.
Profesor Holland plantea un recorrido por cuatro décadas en la vida de Glen Holland y durante ese tiempo (de 1965 a 1995) apreciamos la vertiginosa evolución de la sociedad norteamericana (que se nos refleja en la película por medio de acontecimientos clave en Estados Unidos, con cierta similitud a como lo hiciera Robert Zemeckis un año antes en Forrest Gump: la guerra de Vietnam, el movimiento hippie, los Beatles, las agitaciones sociales, Watergate, el paso de distintos presidentes por la Casa Blanca, el asesinato de John Lennon, etc.) en contraste con la lenta progresión del protagonista, quien sólo parece haber aprendido una cosa a lo largo de ese tiempo: que la enseñanza era su pasión y no lo supo hasta el final, cuando se prescinde de su labor. Y es entones, cuando confiesa a su amigo, el entrenador de fútbol: "Es gracioso, me metí en esto casi a la fuerza y ahora es lo único que quiero hacer... Trabajas durante 30 años porque crees que lo que haces es lo mejor, crees que interesa a la gente. Después te despiertas una mañana y descubres que no, que estabas en un error, que eres prescindible".
Una película que tiene los suficientes requisitos como para convertirse en una historia entrañable, nostálgica, reflexiva y emocionante. Porque Holland descubre algo muy importante: enseñar también significa escuchar, saber qué quieren los alumnos. Le ocurre con Gertrude, una joven obsesionada por su falta de talento y su incapacidad para tocar el clarinete, en contraste con su artística familia ("Yo lo único que quiero es hacer algo bien", le confiesa); también con Louis, un ex deportista del equipo de fútbol americano, al que le piden que le enseñe lo que es el ritmo y consigue que logre tocar el bombo en la orquesta; y también con Rowina, quien con su prodigiosa voz le enamora hasta dedicarla una canción, una admiración fundamentada en compartir la pasión por la belleza y la emoción de la música. Y con tantos otros...
Una maravillosa película con deliciosas referencias musicales a la "Séptima Sinfonía" de Beethoven o al "Imagine" de John Lennon, desde Jimi Hendrix a Bach, de George Gershwin a Queen, de The Beatles a Jackson Brown, de Mozart a Ray Charles. Allí donde el compositor de bandas sonoras, Michael Kamen (fallecido tras padecer una esclerosis múltiple) realiza para esta película una de sus mejores partituras, con temas tan simbólico como "Cole’s Tune" o la celebradísima "An American Symphony".
Y el colofón con esas duras palabras del nuevo director del colegio: "Esos chicos me preocupan tanto como a usted. Y si me obligan a elegir entre Mozart o leer o escribir y dividir, elijo la división". Y la respuesta de Holland: "Supongo que podrá suprimir las artes como le venga en ganas. Tarde o temprano, los chicos no tendrán nada sobre lo que leer y escribir". Y uno de los finales más épicos que se recuerdan (a la altura de Cinema Paradiso), llenos de sentido y sensibilidad, de humanidad y de vida, pronunciados por la senadora (quien fuera su ex alumna Gertrude) ante un salón de actos del instituto repleto de alumnos, familiares y profesores que le dan un sentido homenaje: "El señor Holland ha tenido una gran influencia en mi vida, en muchas vidas creo. Sin embargo, me parece que él considera gran parte de su vida desperdiciada. Corría el rumor de que trabajaba siempre en esa sinfonía suya, y que eso iba hacerle famoso y rico, seguramente las dos cosas. Pero el señor Holland no es rico y tampoco es famoso, al menos fuera de nuestra ciudad. Así que él podría considerarse como un fracasado. Y se equivocaría. Porque ha logrado un éxito que sobrepasa la riqueza y la fama. Mire a su alrededor. No hay una sola vida en esta sala en la que usted no haya influido. Y todos nosotros somos mejores personas gracias a usted. Nosotros somos su sinfonía señor Holland. Somos las melodías y las notas de su concierto. Y somos la música de su vida".
Y el fin como no podía ser de otra forma... con la sinfonía de su vida ("An American Symphony, Mr. Holland´s Opus"), con sus alumnos. Un papel colosal el de Rychard Dreyfuss, quien fue nominado al Oscar a Mejor actor, pero no lo consiguió (se lo arrebató otro papel extremo, como el Nicolas Cage en Leaving Las Vegas de Mike Figgis), aunque lo consiguiera años antes con la comedia musical La chica del adiós (Herbert Ross, 1977) y la fama le viniera como el oceanógrafo Matt Hooper de Tiburón (Steven Spielberg, 1975), mucho antes de que su adicción a las drogas y su trastorno bipolar bloquearan su carrera cinematográfica. Para muchos (y me incluyo) el papel de su vida, el que ha hecho que Profesor Holland ya sea un personaje mítico del séptimo arte, sumándose al de otros tantos que el cine nos ha regalado. Y nos los regala en el inicio de este nuevo año.
Porque si hablamos de la carrera docente como vocación, de la satisfacción que causa el haber formado a una generación tras otra, el haber influido en sus vidas, no hay duda de que esta película ocupa un lugar de honor, con el personaje interpretado magistralmente por Richard Dreyfuss: Glenn Holland, compositor frustrado, profesor de música, padre insatisfecho, en lo que parece una mezcla perfecta entre Charles Edward Chipping (Adiós, Mr. Chips, en sus dos versiones, la de San Wood de 1939 y la de Herbert Ross de 1969), John Keating (El club de los poetas muertos -Peter Weir, 1989-), Clément Mathieu (Los chicos del coros - Christophe Barratier, 2004-) y George Bailey (Qué bello es vivir -Fran Capra, 1946-), ésta última película paradigmática en época de Navidad.
La profesión de maestro difícilmente supone el salto a la fama para quienes la ejercen, más bien es una labor oscura y callada, cuyos frutos se notan al cabo del tiempo en las personas a las que el profesor ha formado. Exige tener vocación por esta labor, y no simplemente el deseo de tener un puesto de trabajo estable y que pueda permitir disfrutar de cierto tiempo libre. Algo así es lo que buscaba Glen Holland al principio de la película, buscar una vida estable tras diez años de pianista de clubs nocturnos, hacer su trabajo lo mejor posible, ganar dinero y escapar al finalizar las clases para poder componer música (y también para combinar su trabajo con el de profesor de autoescuela). La propia directora del instituto, Helen Jacobs (Olympia Dukakis) le llamará la atención: "Un maestro no sólo debe transmitir conocimientos, sino orientar vocaciones, despertar interés en sus alumnos". Su disgusto inicial lo subrayan las conversaciones con su mujer al volver a casa: "Odio la enseñanza, la odio. Nadie podría enseñar a esos chicos" o "A mí me han dado 32 niños durmiendo con los ojos abiertos", quejas que surgen ante la incapacidad inicial de sus alumnos por tocar bien algún instrumento musical.
Pero la situación cambiará cuando Glen se entere de que su mujer Iris (Glenne Headly) está embarazada. Aunque le trastoca sus planes, le confiesa a su esposa: "Tú me dices que vamos a tener un hijo. Y yo te digo que eso es como enamorarse de John Coltrane otra vez". Y como no podía ser de otra forma, al hijo le llamarán Cole. Y con pocos meses descubren que presenta una sordera congénita. A partir de ese momento Holland irá tomando interés por su labor docente en la materia de Apreciación Musical, irá descubriendo que la vida se disfruta más cuando hay un trato humano más directo y acabará siendo el favorito de sus alumnos, porque descubre la magia de lo que tiene entre manos, y así lo acaba expresando: "Se supone que tocar música debe ser algo divertido. Trata sobre el corazón, sobre los sentimientos, sobre motivar a la gente, es algo hermoso. No es simplemente unas notas en una página". E incluso tiene que defenderse ante la dirección del instituto, cuando le dice la directora: "Señor Holland, han llegado a mis oídos que está enseñando rock and roll... Y hay gente en esta comunidad que opina que el rock and roll es un mensaje del mismísimo diablo en persona". A lo que él responde: "Dígales que yo enseño música y que me serviré de todo, desde Beethoven a Billie Holiday o el rock and roll, si creo que me ayudará a enseñar a un alumno a que ame la música".
Su hijo Cole necesita de sus padres un gran esfuerzo para su aprendizaje mediante el lenguaje a través de signos, pero sólo Iris está dispuesta a ese sacrificio. Glenn parece resignado a tener un niño con el que no pueda comunicarse y se ampara en los consejos de un médico, quien les recomienda no someter al niño a ninguna enseñanza especial. "Tú vas todos los días al instituto donde todos los niños son normales. Y yo ni tan siquiera puedo hablar con mi hijo. No sé lo que quiere, ni lo que piensa ni lo que siente. Ni tan siquiera puedo decirle que le quiero, no puedo decirle quien soy yo, quiero poder hablar con mi hijo. No me importa lo que cueste, no me importa lo que ese médico estúpido crea que esté bien o mal. ¡Quiero hablar con mi hijo!", le grita Iris a su marido por primera vez.
Clave es la escena en la que Glenn decide hacer un concierto para personas sordas auxiliándose con luces que se encienden al compás de la música, y cuando, en la parte final del concierto le dedica a su hijo la canción "Beautiful boy" de John Lennon, la cual interpreta con el lenguaje de señas para sordos, con esas frases tan emblemáticas de la canción: "...Porque es un largo camino por recorrer, una dura senda que completar. Si, es un largo camino que recorrer, pero hay que intentarlo. Por favor, coge mi mano. La vida es lo que te sucede mientras tú estás ocupado haciendo otros planes". Porque eso es, precisamente, lo que le estaba ocurriendo al profesor Holland hasta ese momento.
Profesor Holland plantea un recorrido por cuatro décadas en la vida de Glen Holland y durante ese tiempo (de 1965 a 1995) apreciamos la vertiginosa evolución de la sociedad norteamericana (que se nos refleja en la película por medio de acontecimientos clave en Estados Unidos, con cierta similitud a como lo hiciera Robert Zemeckis un año antes en Forrest Gump: la guerra de Vietnam, el movimiento hippie, los Beatles, las agitaciones sociales, Watergate, el paso de distintos presidentes por la Casa Blanca, el asesinato de John Lennon, etc.) en contraste con la lenta progresión del protagonista, quien sólo parece haber aprendido una cosa a lo largo de ese tiempo: que la enseñanza era su pasión y no lo supo hasta el final, cuando se prescinde de su labor. Y es entones, cuando confiesa a su amigo, el entrenador de fútbol: "Es gracioso, me metí en esto casi a la fuerza y ahora es lo único que quiero hacer... Trabajas durante 30 años porque crees que lo que haces es lo mejor, crees que interesa a la gente. Después te despiertas una mañana y descubres que no, que estabas en un error, que eres prescindible".
Una película que tiene los suficientes requisitos como para convertirse en una historia entrañable, nostálgica, reflexiva y emocionante. Porque Holland descubre algo muy importante: enseñar también significa escuchar, saber qué quieren los alumnos. Le ocurre con Gertrude, una joven obsesionada por su falta de talento y su incapacidad para tocar el clarinete, en contraste con su artística familia ("Yo lo único que quiero es hacer algo bien", le confiesa); también con Louis, un ex deportista del equipo de fútbol americano, al que le piden que le enseñe lo que es el ritmo y consigue que logre tocar el bombo en la orquesta; y también con Rowina, quien con su prodigiosa voz le enamora hasta dedicarla una canción, una admiración fundamentada en compartir la pasión por la belleza y la emoción de la música. Y con tantos otros...
Una maravillosa película con deliciosas referencias musicales a la "Séptima Sinfonía" de Beethoven o al "Imagine" de John Lennon, desde Jimi Hendrix a Bach, de George Gershwin a Queen, de The Beatles a Jackson Brown, de Mozart a Ray Charles. Allí donde el compositor de bandas sonoras, Michael Kamen (fallecido tras padecer una esclerosis múltiple) realiza para esta película una de sus mejores partituras, con temas tan simbólico como "Cole’s Tune" o la celebradísima "An American Symphony".
Y el colofón con esas duras palabras del nuevo director del colegio: "Esos chicos me preocupan tanto como a usted. Y si me obligan a elegir entre Mozart o leer o escribir y dividir, elijo la división". Y la respuesta de Holland: "Supongo que podrá suprimir las artes como le venga en ganas. Tarde o temprano, los chicos no tendrán nada sobre lo que leer y escribir". Y uno de los finales más épicos que se recuerdan (a la altura de Cinema Paradiso), llenos de sentido y sensibilidad, de humanidad y de vida, pronunciados por la senadora (quien fuera su ex alumna Gertrude) ante un salón de actos del instituto repleto de alumnos, familiares y profesores que le dan un sentido homenaje: "El señor Holland ha tenido una gran influencia en mi vida, en muchas vidas creo. Sin embargo, me parece que él considera gran parte de su vida desperdiciada. Corría el rumor de que trabajaba siempre en esa sinfonía suya, y que eso iba hacerle famoso y rico, seguramente las dos cosas. Pero el señor Holland no es rico y tampoco es famoso, al menos fuera de nuestra ciudad. Así que él podría considerarse como un fracasado. Y se equivocaría. Porque ha logrado un éxito que sobrepasa la riqueza y la fama. Mire a su alrededor. No hay una sola vida en esta sala en la que usted no haya influido. Y todos nosotros somos mejores personas gracias a usted. Nosotros somos su sinfonía señor Holland. Somos las melodías y las notas de su concierto. Y somos la música de su vida".
Y el fin como no podía ser de otra forma... con la sinfonía de su vida ("An American Symphony, Mr. Holland´s Opus"), con sus alumnos. Un papel colosal el de Rychard Dreyfuss, quien fue nominado al Oscar a Mejor actor, pero no lo consiguió (se lo arrebató otro papel extremo, como el Nicolas Cage en Leaving Las Vegas de Mike Figgis), aunque lo consiguiera años antes con la comedia musical La chica del adiós (Herbert Ross, 1977) y la fama le viniera como el oceanógrafo Matt Hooper de Tiburón (Steven Spielberg, 1975), mucho antes de que su adicción a las drogas y su trastorno bipolar bloquearan su carrera cinematográfica. Para muchos (y me incluyo) el papel de su vida, el que ha hecho que Profesor Holland ya sea un personaje mítico del séptimo arte, sumándose al de otros tantos que el cine nos ha regalado. Y nos los regala en el inicio de este nuevo año.
1 comentario:
Oooohhh... Javier, no sé cómo lo haces, cómo tienes tiempo para todo (aunque yo siempre digo que siempre tenemos tiempo para las cosas que nos gustan ;-) me encanta empezar el año con este blog y conociendo a la persona que lo escribe. Gracias.
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