El cine iraní es un gran desconocido. Pero el reconocimiento del cine iraní se ha ganado el prestigio paso a paso, película a película: en parte, gracias al reconocimiento de los festivales de cine en los últimos 20 años. Y también debido en buena medida a la numerosa y dinámica comunidad iraní de Estados Unidos, concentrada en torno a Los Ángeles (se le conoce como “Tehrangeles”, en el argot local).
El cine iraní es, sin duda, uno de los más prominentes de Oriente Medio, tiene una gravedad y una autenticidad de la que, en general, carece el cine comercial actual. El cine iraní supone globalmente un punto de vista alternativo al hollywoodiense en lo estético, en lo temático y en lo narrativo. En lo estético porque apuesta por una depuración de la imagen que prescinde de todo efectismo y de toda superficialidad; en lo temático porque bucea en la sencillez de la vida cotidiana, y no lo subordinan todo a la violencia por la violencia, a la rapidez por la rapidez; y también es una alternativa en lo narrativo porque parte de unos modelos de guión y de héroe al margen de los patrones clásicos, y que se asemeja a la vida real. Se podría decir que lo más parecido en occidente al cine iraní contemporáneo fue el neorrealismo italiano. Una mirada transparente, sencilla, cotidiana, pero no carente de sentido crítico. Un redescubrimiento de la naturaleza, de los gestos, del color y de las metáforas visuales.
Se descubren tres características en el cine iraní: 1) la implicación del espectador por el uso del fuera de campo (hay mucho cine alrededor de la pantalla que el espectador debe incorporar con su imaginación); 2) la preocupación por la situación de la mujer, mujeres secuestradas bajo un régimen dictatorial en todos los niveles que la imaginación pueda inquirir (religioso, político, social, cultural, económico); y 3), sobre todo, la importancia que tienen las miradas de los niños en el cine iraní, miradas limpias con las que quiere identificarse el ojo de la cámara para mostrar y (de)mostrar historias.
Pocas cinematografías han utilizado tanto (y tan bien) a los niños en sus películas como el cine iraní. Y el proyecto Cine y Pediatría comenzó su recorrido recordando algunas bellas películas (ver 1, 2 y 3), recomendables para el amante del buen cine (o de un cine diferente), no exentas tampoco de imágenes de dureza y desamparo, símil poético de situaciones sociales reales, de las que no escapan los niños. Niños no actores que se encarnan como protagonistas de muchas de las historias que han conformado en los últimos 15 años la parte más conocida de la denominada “Iranian New Wave” del cine y en el que destacan los nombres de Abbas Kiarostami (la figura más representativa e internacional, y de cuya escuela e influencia emanan buena parte del resto de directores), Jafar Panahi, Majid Majidi, Bahman Ghobadi, Abolfazl Jalilim y la familia Makhmalbaf (un caso extraordinario dentro del séptimo arte: Mohsen, el padre, y fundador de la Makhmalbaf Film House; Marziyeh, la madre; Samira y Maysam, las dos hijas, dos casos de niñas-directores que resultaron toda una revulsión en los festivales de cine).
El cine iraní ha sido un elogio a la sencillez. De esa sencillez emanan, historias en que los niños y niñas son los verdaderos protagonistas, niños y niñas no actores, niños y niñas que nos cuentan su realidad, una realidad de potente contraste para nuestro primer y acomodado primer mundo. Enumeraremos algunas películas por orden cronológico: ¿Dónde queda la casa de mi amigo? (Abbas Kiarostami, 1987), El globo blanco (Jafar Panahi, 1995), Niños del paraíso (Majid Majidi, 1997), El espejo (Jafar Panahi, 1997), El silencio (Mohsen Makhmalbaf, 1997), La manzana (Samira Makhmalbaf , 1998), Don (Abolfazl Jalilim 1998), El color del paraíso (Majid Majidi, 1999), El día que me convertí en mujer (Marziyeh Meshkini, 2000), Las tortugas también vuelan (Bahman Ghobadi, 2004), Offside (Jafar Panahi, 2006) o Buda explotó por vergüenza (Hana Makhmalbaf, 2007).
Y en los extremos de la última década aparecen dos películas de dos directores noveles iranís afincados en Francia, que cambian de registro formal, pues ambas se fundamentan en los recuerdos que Irán les devuelve desde la infancia. En el año 2007 fue la novelista gráfica, guionista y directora iraní Marjane Satrapi: en la película Persépolis nos cuenta la historia de cómo ella creció en un régimen fundamentalista islámico que la acabaría llevando a abandonar su país, una película animada en blanco y negro sobre la Infancia, adolescencia y juventud de una mujer en una sociedad islámica tomada por el absolutismo. Y en el año 2015 el humorista y, ahora también, guionista y director Kheiron nos regala un obra autobiográfica de su familia desde el Irán de los años 70 al París de nuestros días: O los tres o ninguno, un viaje por la supervivencia y la libertad basada en una historia real y de tanta actualidad en nuestros días.
O los tres o ninguno es la odisea de una familia que tuvo que huir de Irán, ser refugiados e iniciar una nueva vida en otro país: antes de los títulos de crédito finales se nos muestran los verdaderos rostros de todos los participantes de esta odisea familiar. La película tiene su introducción, su nudo y su desenlace, y en cada una de estas tres clásicas partes de un obra se identifican modelos cinematográficos que Kheiron desea imitar, con más corazón que ciencia.
- Primera parte: se inicia en el Irán de la tiranía del sha Reza Pahlevi, donde se muestra la lucha de una familia de convicciones fundamentalmente democráticas que debe purgar con algunos de sus miembros en la cárcel, entre ellos su padre, Hibat (el propio Kheiron), y donde vemos su estancia en la misma y la salida del encierro.
- Segunda parte: Hibat conoce a la inteligente Fereshteh (Leïla Bekhti) y somos partícipes de su noviazgo, su boda tras duras negociaciones con su peculiar padre, y ese tránsito que lleva a Irán desde el régimen del Sha al acoso posterior del gobierno de Joemini y de los ayatolás, motivo por el que tienen que salir de Irán hacia la clandestinidad y lo hacen a través de las montañas con un recién nacido (el que será el propio director de la película, Kheiron) hasta lograr llegar a Francia.
- Tercera parte: la vida de la familia en París, una crónica social sobre emigrantes en los suburbios (los denominados banlieu) y la lucha por integrar a las numerosas razas y religiones que allí viven, desde magrebíes a africanos, desde europeos a orientales. De hecho, el padre de Kheiron recibió en la realidad la Legión de Honor por su activismo en estas bainleau.
O los tres o ninguno intenta desde la sinceridad reflejar una Francia a la que afluyó en oleadas lo mejor de la juventud iraní en busca de un espacio donde volcar sus ansias de democracia. No es una gran película, pero si ha resultado un fenómeno mediático en ese país, que ha logrado una candidatura a la mejor ópera prima en los César y donde ha obtenido un enorme éxito de público. Una película que mezcla retazos de La vida es bella (Roberto Benigni, 1997), de Hoy empieza todo (Bertrand Tavernier, 1999), de La clase (Laurent Cantet, 2008) o de La profesora de Historia (Marie-Castille Mention-Schaar, 2014).
Gracias a esta mezcla peculiar consigue tratar temas sociales bastante duros, como la represión política, la emigración, las condiciones de vida de los desfavorecidos en Europa, etc., con un tono muy positivo.
Kheiron, este joven humorista franco-iraní que ha cimentado su fama en la televisión y el teatro franceses, y que ama escandalizar, ha optado por reflejar de manera entrañable la dura historia de sus padres, en una película que ante todo es un homenaje y una emocionante lección de vida, un viaje que cambió sus vidas. Un viaje de refugiados a héroes, porque algo así es la vida.